El terremoto inicial que sacudió todo el valle de San Fernando fue uno de los más desastrosos que ha sufrido el estado de California. En cuestión de segundos dejó sin hogar a más de quince mil personas, dando como resultado inmensas pérdidas materiales. Y así como en toda gran desgracia colectiva, el espíritu de solidaridad manifiesto, que es uno de los valores humanos más importantes, produjo emocionantes pruebas de consuelo y ayuda mutua. Las autoridades del estado acudieron de inmediato con toda clase de ayuda. Y la fe religiosa de muchos cobró nuevo impulso.
Andrés Rogers, un joven que neciamente entró a buscar sus zapatos en su apartamento derrumbado, dijo: «Dios salvó mi vida del terremoto. No me va a dejar morir ahora.» Otro hombre que desafió la orden policial de no entrar a su edificio fue a buscar una caja de clavos. «Tengo que colgar mis textos bíblicos en mi nuevo apartamento —dijo—. Cristo nunca falla.»
Es interesante ver cómo en los momentos de gran calamidad las víctimas piensan en Dios. Como que la fe se acrecienta en tiempos de angustia. Como que nos es más fácil orar cuando experimentamos la desventura.
Lo cierto es que fue también así en los días de Jesucristo. Haciendo un repaso de los cuatro historiadores de la vida de Jesús, vemos claramente que los que se acercaban a Cristo eran los que habían agotado todo recurso humano.
¿Será que sólo buscamos a Dios en los momentos de crisisí Es triste pensar que sólo nos acercamos a la Divina Majestad cuando estamos en derrota. La fe en Cristo es algo que necesitamos todos los días de la vida. La comunión con Dios debe ser habitual, una costumbre de cada momento.
Si no lo hemos hecho todavía, experimentemos el agrado de tener a Cristo como amigo constante. No esperemos llegar al fracaso para buscar a Dios. Él quiere ser nuestro amigo hoy mismo.
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