Reclamó de la pésima comida que eran forzados a comer, de la forma como ella era preparada y mucho más. Su hija pequeña, interrumpiéndolo, habló: «Padre, cree que Dios oyó lo que dijo algunos minutos atrás»? «Ciertamente», contestó el padre con aire confiante de un buen instructor.
«Y Él oyó lo que usted dijo sobre el café y lo que comemos con él»? «Desde luego» el padre contestó, pero no con tanta confianza como antes. Entonces, su pequeña hija preguntó nuevamente: » Entonces, padre, en cual de sus dos palabras Dios creyó»?
¿Será que tenemos el mismo hábito malo del hombre de nuestra ilustración? O confiamos en Dios o no confiamos. No podemos agradecer por Su atenciones y por sus bendiciones y continuar reclamando de todo y de todos. O nuestra fe está firmada en el Señor, creyendo que todas las cosas cooperan para nuestro bien o necesitamos mudar nuestra confesión y lo que es, de hecho, real en nuestra vida espiritual.
Cuando el Señor Jesus está en nuestros corazones, toda nuestra vida es llena de placer. Nos Alegramos tanto cuando pasamos por momentos de grandes victorias y abundancia como cuando enfrentamos fracasos y escasez. Nuestra dicha no depende del mucho o del poco, de bonanza o de batallas, de glorias o anonimato, pero simplemente de tener a Jesus como Señor y Salvador de nuestras almas.
El Señor es nuestra alegría. ¡Glorias a Él por todo!
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