Esto es cierto para todos los hombres, pero muy particularmente para el creyente, pues fue salvado de la muerte y del juicio por la única persona que podía hacerlo: Jesucristo el Salvador.
Una cristiana puso en práctica esta declaración de la Biblia: “saber hacer lo bueno”. Vivía en Francia, en una región donde una repentina inundación causó la muerte a varias decenas de personas. Esta mujer era enfermera en un hospital rural vecino. Pero ese día no debía ir al trabajo. Mientras estaba ocupada con los quehaceres domésticos en su casa, vio que las nubes se volvían muy densas y tomaban un color verde oscuro, particularmente insólito.
No sabía lo que iba a ocurrir, pero estaba segura de que una catástrofe se preparaba y que en estas condiciones su lugar estaba en el hospital, donde su competencia le permitiría cuidar a eventuales heridos. No se preocupó por su casa ni por lo que poseía. Ella sabía cómo hacer el bien y lo hizo.
Y nosotros, ¿hacemos siempre el bien que sabemos hacer?
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