Devocional Diario – ¡Miserable de mí!

 

Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Romanos 7:24.

 

¡Miserable de mí!

(Leer Romanos 7:24-25)¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que yo mismo, por un lado, con la mente sirvo a la ley de Dios, pero por el otro, con la carne, a la ley del pecado.

 

Observamos lo siguiente: Cuando queremos hacer el bien, y este deseo es muy positivo, entonces el mal se nos impone. En nuestro corazón sentimos gozo por la ley de Dios y tratamos de vivir según ella. Ese deseo está presente gracias a la naturaleza nueva que hemos recibido al convertirnos. Pero a la vez todavía tenemos una vieja naturaleza, que también quiere hacerse valer. 

 

Esa naturaleza vieja, la ley del pecado, nos hace preso y pelea por mantener el mando en nuestra vida. Esta lucha concierne a los miembros de nuestro cuerpo, pues consiste en decidir quién tiene la autoridad sobre ellos. Desde nuestra conversión nuestras manos, ojos, pies, inteligencia… están al servicio de Dios (véase Romanos 6:12-14). Pero mientras dura esta lucha sentimos como si el pecado aún mandara en ellos; por eso nos sentimos la persona más miserable de la tierra. Nuestro cuerpo es un cuerpo en el cual actúa la muerte y del cual quisiéramos vernos libres. Entonces, ¿cómo seguir adelante?

 

Fijémonos ahora en la palabra quién del versículo 24. Es como si el empantanado, después de todos los intentos por librarse, para los cuales buscaba la fuerza en sí mismo, ahora mirara a su alrededor y esperara que otra persona lo librase. Esto es el fin de su lucha. Sus ojos se dirigen a Dios. Ve que Dios ya tiene la liberación lista desde hace mucho tiempo, porque fue ganada por Cristo Jesús. Quien vea eso exclamará: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (v. 25).

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