No tengan miedo a los que matan el cuerpo (Lc. 12, 1-7)

 

No tengan miedo a los que matan el cuerpo (Lc. 12, 1-7)

 

El que no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, está, en el fondo, sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda existencia (cfr Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza que se mantiene a pesar de todas las desilusiones, tan sólo puede ser Dios –el Dios que nos ha amado y nos ama siempre «hasta el fin», hasta el «todo se ha cumplido» (Jn 13,1; 19,30).

 

El que ha sido tocado por el amor comienza a comprender lo que sería precisamente «la vida». Comienza a comprender lo que quieren decir las palabras de esperanza en el rito del bautismo: «De la fe espero la vida eterna», la vida verdadera, la que, totalmente y sin conminaciones, es simplemente la vida en toda su plenitud. 

 

Jesús, que ha dicho «he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10), nos ha explicado qué significa «la vida»: «La vida eterna es que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). La vida en el sentido verdadero, no se tiene en sí misma, de sí misma, ni tan sólo por sí misma: es una relación. Y la vida en su totalidad es relación con Aquel que es la fuente de la vida. Si estamos en relación con aquel que no muere, que él mismo es la Vida y el Amor, entonces estamos en la vida. Entonces vivimos.

 

Bendiciones

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