Esa No es Ninguna Solución Por el Hermano Pablo

 

«ESA NO ES NINGUNA SOLUCIÓN»
por el Hermano Pablo
El guardia de turno tomó la bandeja con el almuerzo. Era, por cierto, un buen almuerzo argentino: sopa, bife, pan francés, ensalada y fruta. Con la bandeja en las manos, caminó a lo largo del pasillo de celdas. La comida era para el sargento Alberto Caeta, de cuarenta años de edad, que a pesar de ser policía, estaba detenido. 

Aun antes de llegar, como que ya presentía algo. Cuando el guardia abrió la puerta de la celda, sólo vio los pies de Caeta. El sargento, arrestado bajo sospecha del secuestro y asesinato de dos eminentes hombres de negocios, se había suicidado.

El guardia miró un rato el cuerpo colgante del excompañero. No podía creer lo que veía. Sólo podía decir: «¡Esa no es ninguna solución, sargento!» Sencillo el hecho, pero desgraciadamente muy real.

El suicidio nunca es solución. Alberto Caeta, sargento de policía en Buenos Aires, Argentina, estaba implicado en el secuestro y la muerte de Osvaldo Sivak y de Benjamín Neuman. Abrumado por haber sido implicado en el asunto, y queriendo escapar a las sanciones de la ley, se ahorcó en su celda.

Esa no fue ninguna solución a su problema. Tal vez escapó a las sanciones de la justicia. Tal vez evitó todos los procedimientos del juicio. Quizá se libró de los interrogatorios, los careos y las demás contingencias del caso. Pero no escapó, no podía escapar, al tribunal de Dios.

El suicidio nunca mejora ni soluciona nada; al contrario, es una confesión de fracaso. Es el último acto de una vida sin fe, y es —cree el suicida— la única salida a un problema que no ha podido resolver. Pero cuando el suicida abandona este mundo, enfrenta de inmediato la justicia de Dios.

A cada uno Dios nos ha dado un número determinado de años de vida. El resuello dentro de nuestro pecho obedece al designio directo de Dios. Y aunque, haciendo uso de nuestra voluntad, podemos interferir en los propósitos de Dios, con eso aseguramos nuestra propia destrucción, tanto la temporal como la eterna.

Antes que pensar en el suicidio, pensemos en Dios. Busquemos a Cristo. Sólo Él tiene el poder para rectificar y resolver el problema que nos agobia y nos parece insoluble.

Cristo está al lado de todos los que estemos soportando una pesada carga. Él quiere quitárnosla de encima. Entreguémosle esa carga. Él la llevará.

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