La Santidad y Santificación

Hay mucha confusión entre los dos conceptos, que se corresponden con dos situaciones aparentemente iguales pero muy distintas como son, santidad y santificación; dos propuestas que gramaticalmente parecen idénticas y son dos procesos diferentes espiritualmente. La santidad como hemos dicho en otro trabajo es algo que se consigue mediante la fe en Jesucristo, y es un don que se recibe de Dios. San Pablo llama santos a los fieles de Corinto, que por otra parte tampoco eran muy ejemplares, pero la fe a pesar de aquellas debilidades y fallos les confería el rango de santos

 

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Es algo muy diferente del concepto generalizado que se piensa de la santidad (que es la dedicación a Dios) y que se usa para situaciones que no son es su acepción recta y primaria. La santificación diaria es esa vigilancia para permanecer ante Dios como digno de esta cualidad de santo: a fin de perfeccionara los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, (Efesios 4:12). Pablo no duda en llamar santos a los fieles, por que eso eran y son, todos los que se consagran al nombre de Jesucristo como hijo de Dios y consustancial con el Padre.

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Hay veces en que los mismos cristianos declinan del privilegio de llamarse santos, porque algunos creen que eso es falta de humildad, ya que se conocen a sí mismos. Pero reclamar un don de Dios no es orgullo ni presunción sino llanamente una verdad bíblica muchas expresada en ella, sobre todo por el apóstol Pablo, y no solo por él; la santidad no depende de nuestras obras (que esa es otra aplicación de la palabra), pues como la fe es un don de Dios.

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Pretender una santidad en base a nuestros méritos, o rechazarla por no ser tenido por digno de que sus obras le eleven a esa santidad, es lo que sí es orgullo de nuestras propias fuerzas, para conseguir algo que se regala. Lo que ocurre es que estamos demasiado expectantes de lo que la gente piense de nosotros, y las palabras deformadas por su uso inadecuado o perverso, pierden su verdadero significado. Tal vemos el destrozo que las conversaciones corrientes, hacen con la bellísima palabra amor.

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La santificación día a día hora a hora etc. es algo que con el empuje del espíritu procuramos nosotros mismos para ser dignos del calificativo justo de santos. Si somos consecuentes y consentimos en el hecho de que por nosotros mismos no somos capaces de ningún acto espiritualmente válido aceptaremos la santidad como Pablo decía con toda franqueza: no que seamos competentes por nosotros mismospara pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios (2ª Corintos 3:5).

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Limitar los dones de Dios pensando en nuestras capacidades que la sustituyan es orgullo de lo más reprobable. Hay que andar con mucho tiento de cómo nos relacionamos con la Palabra, ya que es fácil caer cuando empezamos a profundizar en estos y otros misterios relacionados con nuestra comunicación con el Señor. No esperar nada de nosotros mismos y entregarnos como María entregó su destino en manos de Dios.

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¡Heme aquí! Basta con eso.

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Rafael.

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