Liderazgo Cristiano – Todo por un nudo de corbata

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Todo por un nudo de corbata

Al presentar el pecado como condición propia de los seres humanos, la santidad queda, entonces, en el terreno de las condiciones humanas concretas. Nada de abstracciones, no nos humanizamos por ser más pecadores sino por ser más semejantes a Jesús …

 

 

 

«Conocer al ser humano es tan difícil como capturar a un calamar» Ulrico Zuinglio

La noticia me consternó. El principal rabino del Brasil, Henry I. Sobel, presidente del rabinato de la Congregación Israelita Paulista, fue detenido por la policía de Palm Beach, al suroeste de Florida, acusado de robar una corbata de la famosa tienda Louis Vuitton. Señala la noticia que el religioso judío fue filmado al doblar la corbata. Después salió de la tienda con las manos vacías, pero una empleada avisó a las autoridades y lo detuvieron minutos más tarde.

El rabino negó el robo, pero después, ante la evidencia innegable, aceptó y se ofreció a pagar la prenda. Además admitió que había cometido el mismo delito en otras ocasiones en tiendas como Gucci y Giorgio Armani. Sobel pasó la noche en la cárcel de Palm Beach, y fue liberado luego tras pagar una fianza de tres mil dólares (US$3.000). «Nunca tuve la intención de robar ningún objeto en mi vida» —comentó al abandonar la comisaría. Tras el incidente renunció de manera temporal a su cargo ante la comunidad judía de Sao Paulo.

Al rabino Sobel tuve el privilegio de conocerlo personalmente en una reunión inter-religiosa celebrada en el año 2003 en las afueras de Sao Paulo. En esa reunión, un grupo de líderes religiosos judíos, católicos, budistas, musulmanes, de las religiosidades indígenas, y evangélicos, nos reunimos para pensar en posibles vías de colaboración para trabajar a favor de la paz y la justicia en nuestro continente. Y Sobel estaba allí. No podía faltar, por ser rabino en Sao Paulo, pero, sobre todo, por su larga trayectoria como defensor de los derechos humanos y ser un valiente activista contra la violencia. Todavía se recuerda cómo en 1975 realizó una celebración ecuménica con el Cardenal Paulo Evaristo Arns, recordando la muerte del periodista Vladimir Herzog, muerto por torturas. Este culto fue considerado como la primera gran manifestación pública en contra del entonces régimen militar del Brasil.

Sobel fue internado en el Hospital Israelita Albert Einstein, de Sao Paulo, con síntomas de «descontrol emocional y alteraciones del comportamiento»; padecía de insomnio y había usado medicamentos hipnóticos sin moderación. Esto pudo causarle confusión mental y amnesia.

Y debe estar trastornado, porque además del robo hizo algo que dejó perpleja a la comunidad judía, como fue pedirle perdón al Papa Benedicto XVI en su visita a Brasil (2007). Esto supone la aceptación de una jerarquía espiritual del Papa sobre la jerarquía judía; algo sin precedentes en la historia de ambas religiones.

«Ni yo mismo entiendo por qué lo hice» —afirmó Sobel cuando lo interrogaron acerca de las razones del robo. Pero acerca de su solicitud de perdón al Papa, nada se sabe.

Esta tragedia de Sobel —me refiero a lo de la corbata, porque lo del perdón al Papa no sé cómo interpretarlo— me remitió de inmediato a la historia de Acán, en el Antiguo Testamento, quien participó en la toma de Jericó y se dejó tentar por un lindo manto babilónico, además de otros objetos de más valor, como doscientas monedas de plata y un lingote de oro que pesaba medio kilo (Jos 7.21). Pensé en Acán no porque el tamaño de su robo hubiera sido igual al del rabino. Los más de seiscientos dólares que costaban las corbatas no son comparables con la barra de oro hurtada por Acán. La comparación vale por el factor humano y psicológico que se encuentra tras los hechos. Ambos sucumbieron ante la belleza de una seda, de Louis Vuitton para el rabino y de elaboración babilónica para Acán, y ambos pensaron que nadie los iba a descubrir, ni la cámara escondida de la tienda gringa, ni la mirada penetrante del Señor en Jericó.

Lejos esté de mí juzgar la conducta de Sobel; mucho menos cuando su médico ha anunciado que padece de un trastorno que «desdobló su personalidad». Ni juzgo la de Acán; eso lo hizo Dios en su momento. Sólo me quedo pensando en la fragilidad humana que se resquebraja ante una seda que alucina o ante un pedazo de oro abandonado por un pueblo vencido. ¿Para qué una corbata más en el armario del rabino a cambio de su reputación ganada con tanto riesgo? ¿Para qué una manta de seda en la tienda de Acán a cambio de la derrota de su pueblo ante los ejércitos enemigosí ¿Para qué un poco más a riesgo de perderlo todo?

Tras la búsqueda de esas respuestas me atrevo a acudir a la teología. ¿Acaso no es ella la mejor terapia y acaso no es suficiente cuando es liberadora? La teología libera allí donde el moralismo esclaviza. El moralismo, por ejemplo, no ha sabido explicar la complejidad del drama humano que se debate, como lo explica el apóstol Pablo, entre «el bien que quiero» y «el mal que no quiero» (Ro 7.19–24) . «Ni yo mismo entiendo por qué lo hice» —respondió el rabino. Y Acán: «Me gustaron esas cosas, y me quedé con ellas» (Jos 7.21).

Pablo —teólogo por excelencia—, describe el conflicto entre nuestro pensar y nuestro obrar cuando exclama: «Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo. ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?[énfasis añadido]» (Ro 7.21–24). «El pecado aliena al hombre, en el sentido de que le compromete en un destino que contradice sus aspiraciones profundas y la vocación a la que Dios lo llama. Esta contradicción es la que Pablo pone en evidencia. Por ella muestra que el hombre desea el bien y lo quiere, pero sin éxito, puesto que no logra con total éxito evitar el mal». Siglos después, Lutero enseñaba, sobre la base de los textos paulinos, que el ser humano es justo y pecador al mismo tiempo; es al mismo tiempo santo y profano; es tanto hijo como enemigo de Dios. Es, en lenguaje de hoy, un sercapaz de lo justo y de lo injusto; de lo razonable y de lo absurdo; de defender la vida de los torturados y de hurtar una corbata en Louis Vuitton. Lutero fue el primero en expresar de esta forma la paradoja de la gracia que coexiste con el pecado; fórmula polémica tanto ayer como hoy.

Lutero no guarda interés en demostrar la coexistencia de dos términos contradictorios, sino en explicar la situación del ser humano ante Dios. Y para él, todos somos pecadores que no podríamos presentarnos ante Dios alegando nuestras propias virtudes, sino sólo acogiéndonos a la gracia de Dios. Sólo por esa gracia podemos declararnos justos ante Dios. Seres justos que son al mismo tiempo pecadores. El justo vive en conflicto y lucha animado por el Espíritu, no por los méritos de su esfuerzo personal. Nunca estará libre de sucumbir ante la tentación. Es pecador mientras esté en este mundo, aunque justo por la esperanza que le otorga la gracia de Dios. «Pero si pecado es lo que nos hace enemigos de Dios, no es posible ninguna condenación para el justo que posee el Espíritu, aunque sea una posesión incompleta (Ro 8,1)», señala Hans Küng en su investigación acerca del concepto de la justificación en la teología de Karl Barth.

Por medio de esta teología, la espiritualidad protestante nos propone varias virtudes cardinales para el peregrinaje cristiano, entre ellas la humildad, la compasión y elcompromiso. La humildad ligada al reconocimiento del pecado personal y estructural y a la conciencia de nuestra vulnerabilidad; la compasión dispuesta al acompañamiento amoroso de quienes caen presa del mal; y el compromiso con la construcción de un mundo mejor que nos libra, por cierto, del perfeccionismo individualista (santidad narcisista). Pablo, en una pieza maestra de teología pastoral, enseña: «Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser *tentado. Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo. Si alguien cree ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo. Cada cual examine su propia conducta; y si tiene algo de qué presumir, que no se compare con nadie. Que cada uno cargue con su propia responsabilidad[énfasis añadido]» (Gá 6.1–5).

El justo —hecho justo por la gracia de Dios— se sabe pecador, pero al mismo tiempo se siente impelido a crecer cada día «a la plena estatura de Cristo» (Ef 4.13). En este proceso de crecimiento, permanente y siempre imperfecto, el ser humano se humaniza, alcanza su verdadera estatura y madurez, sin desatender su responsabiliad de construir un mundo según el anhelo de Dios (Reino de Dios), donde la plenitud de vida sea una realidad para todo lo creado. Con suma razón dice Ballester que «Dios, lejos de deshumanizar, personaliza» y agrega con ingenio que «el justo no es el que vive en otro mundo, sino el que vive de otra manera».

Esta espiritualidad, humilde, compasiva y comprometida, nos libra de esa otra espiritualidad, arrogante, insensible e indiferente, que ha ganado, por desgracia, el terreno de la religiosidad cristiana de este tiempo.

Al presentar el pecado como condición propia de los seres humanos, como lo expone Lutero, la santidad queda, entonces, en el terreno de las condiciones humanas concretas. Nada de abstracciones. No nos humanizamos por ser más pecadores —que no se entienda mal a los reformadores— sino por ser más semejantes a Jesús. La gracia posibilita nuestro seguimiento del Maestro. Aquí, en nuestra condición terrenal, el pecado nos acompañará por siempre, pero esto no niega el futuro que se aproxima: la plena liberación del pecado(del mal y del malo). Por eso es válido afirmar que la auténtica dimensión humana es escatológica y que en esta tierra somos peregrinos solidarios con destino futuro (He 1.13–16). ¡Es el Reino de Dios que se aproxima!

Rabino Sobel, desde aquí mi saludo. Le pido a Dios por su recuperación. Lo de las corbatas no lo define a usted. En la memoria de sus amigos —y Dios entre ellos— están presentes otras verdades más: su lucha valiente por la justicia, su amor por la vida, su corazón abierto y solidario, sus treinta y cinco años de servicio a su comunidad judía, en fin. Que el Señor nos sane, a usted de su alteración emocional y a nosotros de la falta de misericordia. El Señor es su pastor; que nada le falte.

por Harold Segura

El autor, nacido en Colombia, es coordinador del area de Compromiso Cristiano en América Latina para Visión Mundia. Es parte del equipo pastoral de una congregación en San José de Costa Rica, donde vive con su esposa, Marilú, y sus dos hijos, Laura y Juan Miguel. ©Apuntes Pastorales XXV-1, todos los derechos reservados.

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