Mensaje a la conciencia – EL FRÍO DE LA MUERTE

 

 

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EL FRÍO DE LA MUERTE

por el Hermano Pablo
Eran los primeros fríos del otoño en Dublín, Irlanda. Las montañas ya estaban cubiertas de nieve. Algunos lagos ya estaban helados, y en la ciudad había escarcha en los techos y en los patios. Pero era domingo, y había que calentar el motor del auto familiar antes de salir para la iglesia.

Armando Berumen bajó los dos pisos de su casa al nivel de la calle. Ya en el garaje, Armando encendió el motor del vehículo. Luego comenzó su ascenso para despertar a la familia, pero no llegó a tiempo. El monóxido de carbono, abriéndose camino por el conducto de la calefacción, subió antes que él, y ese domingo la familia Berumen no fue a la misa. Todos, incluso Armando, murieron asfixiados.

La familia esperaba pasar un buen domingo: misa en su iglesia y luego un paseo a las montañas. Pero con el frío de la mañana les entró el frío de la muerte, y el monóxido de carbono, que no tiene color, ni olor ni sabor, los mató.

Así es el monóxido de carbono. Se esconde arteramente, sube y baja por cañerías y tuberías, se expande en silencio y ataca a sus víctimas desprevenidas. Les cierra la garganta, les contamina los pulmones y les envenena la sangre.

Eso es exactamente lo que hace el pecado. En primer lugar, el pecado entra en la vida del ser humano sin que se advierta su presencia. Comienza jugando con los sentimientos.

«Nadie sabrá —dice la víctima— si tomo ese dinero extra en la caja. De todos modos, es mío. A mí no me pagan lo suficiente.» Y jugando con la tentación, el pecador se convence de que no está cometiendo ningún mal. Pero es veneno que mata.

¿Y qué del marido que comienza a coquetear con su secretaria? Lo que al principio es sólo sonrisas rápidamente se convierte en una fuerte atracción. Y por no ponerle freno a la relación, dos matrimonios, dos familias y dos hogares quedan destruidos. Y lo peor es que se convencen a sí mismos de que no están cometiendo ningún mal. Otra vez el simbólico monóxido de carbono ha causado daños irreparables.

Así como el único antídoto al monóxido de carbono es aire puro y fresco, también el único antídoto al pecado es aire puro espiritual. Consiste en reconocer que Dios puede ser la motivación entera de nuestra existencia. Esto comienza cuando invitamos a Jesucristo a que sea nuestro Señor y Salvador. Cuando él llena con su presencia nuestra alma, quedamos libres del pecado mortal.

No sigamos envenenándonos. Respiremos en nuestro ser el aire puro de la presencia de Cristo. Él será nuestro Salvador.

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