Hermano Pablo – POR DONDE «EL CÓNDOR PASA» PERO OTROS NO

POR DONDE «EL CÓNDOR PASA» PERO OTROS NO

por el Hermano Pablo

 

Los doce contemplaron el proyecto. Todos ellos se mostraban sonrientes y optimistas. Estaban en uno de los lugares más pintorescos de la sierra peruana, las montañas del Cuzco, y su proyecto era escalar esas montañas.

 

Se trataba de doce jóvenes argentinos que habían llegado al Cuzco para satisfacer un viejo sueño: ver la tierra legendaria del Inca, por donde «el cóndor pasa».

 

Trágicamente un sorpresivo alud de piedras y nieve los sorprendió a todos. Ocho de los jóvenes murieron. Cuatro de ellos, María Teresa Robles, de catorce años de edad; Eneas Toranzo, de quince; su hermano Pablo, de dieciséis; y Gabriel Bazán, de treinta y dos, se salvaron, pero sólo para recordar el horror de la tragedia.

 

Una avalancha, ya sea de lodo, piedras o nieve, es algo horrible. Ha habido varios de esos terribles episodios en la historia del Perú. En el año 1970 el pueblo de Yungay desapareció por completo bajo un alud. Lo mismo sucedió en Colombia: la ciudad de Armero fue cubierta por completo por un alud de barro y nieve del nevado del Ruiz. Cuando una montaña se desploma, la gente perece.

 

¡Cuántos aludes ocurren en nuestra vida diaria! A veces es una situación tirante entre patrón y empleado, situación que puede consistir en abusos y desprecios. El empleado aguanta y aguanta, porque necesita el salario y debe someterse. Pero un día el resentimiento acumulado estalla, el empleado se arma y el patrón muere.

 

A veces es una situación matrimonial que ha ido agravándose por años y años, y de repente, por una provocación insignificante, la montaña se desprende, la tormenta estalla, la furia contenida revienta y hay una tragedia familiar.

 

Algo así ocurrió en los tiempos del diluvio descrito en la Biblia. Una humanidad rebelde, confundida y desobediente fue quebrantando más y más las leyes morales de Dios, y fue acumulando más y más ira y resentimiento, hasta que Dios dijo: «¡Basta!» y envió ese juicio universal en el que, de entre todos los habitantes del mundo, sólo ocho personas se salvaron.

 

¿Será posible que el mundo moderno, con todas sus injusticias, sus violencias, sus rebeldías y sus pecados contra la humanidad y contra Dios, está también acumulando peso? La Biblia trata sobre un segundo juicio divino al que califica de final.

 

¿Por qué esperar? Es hora de que le pidamos a Jesucristo que sea el Señor de nuestra vida. Sólo Él puede salvarnos de desastres, tragedias y juicios.

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