¿Quién podrá pagar una deuda tan grande?

 

Y dijo Caín a Jehová: «Grande es mi castigo para ser soportado. He aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me hallare, me matará».
Génesis 4:13,14

Caín cometió un gravísimo pecado que merecía la pena de muerte. Dios, en su infinita misericordia, le dio otra oportunidad. Pero Caín, en vez de arrepentirse, se quejó contra su castigo, como si fuese más severo de lo que merecía. Dijo que su castigo era excesivo, y no aceptó su responsabilidad. Es terrible la dureza del corazón humano. Ni una palabra de dolor o remordimiento salió de sus labios, ni un solo reconocimiento de culpa o de vergüenza. Nada, sino la triste resignación de un criminal que espera la justa paga de sus crímenes.

En un país hispanoamericano se produjo un hecho que mantuvo a los medios de comunicación muy ocupados durante el año 2006. Una mujer, conocida como La Mataviejitas, fue detenida por haber dado muerte a dieciséis ancianas. Sus crímenes fueron considerados tan graves por la justicia que el juez le dictó una sentencia de 759 años. La mujer escuchó su sentencia tranquilamente. Luego se negó a firmar la notificación de su sentencia, diciendo: «No estoy de acuerdo».

El juez dijo que esta mujer necesitaría vivir nueve vidas para poder pagar la enorme deuda que había contraído con la justicia por sus crímenes. Quizá ella dirá en su corazón, como Caín: «Grande es mi castigo para ser soportado». Ante esto surgen en la mente dos cuestiones. Primero, está en la naturaleza de los seres humanos no aceptar la culpabilidad por sus pecados. Es terrible que se diga que en los últimos días, cuando caigan las plagas y el castigo final contra los pecadores impenitentes, «blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria» (Apoc. 16: 9). Extraña y terrible es la ceguera que produce el pecado.

En segundo lugar hay otro hecho fundamental. No solo las grandes faltas como las de Caín y la mujer que debe purgar 759 años de cárcel causan dureza de corazón. También las faltas sencillas de la vida cotidiana, los pecados que no alarman demasiado el corazón de los seres humanos, serán castigados severamente. También esos castigos serán recusados por los pecadores impenitentes. Habrá muchos más pecadores que se pierdan por los pecados sin nombre «de todas aquellas cosas en que suele pecar el hombre» (Lev. 6: 3) que los que se pierdan por horribles pecados como el de Caín. Busquemos a Dios hoy para que limpie y suavice nuestro corazón.

Juan O. Perla 
Meditaciones Matinales para Adultos, 2009

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