Si la mujer samaritana…

Si la mujer samaritana agarrara nuestra mano ¿qué nos diría y hacia dónde nos llevaría?

 

 Seguramente nos propondría que la acompañáramos hasta el pozo de Jacob y nos contaría cómo llegó allí con el cántaro vacío de sus carencias y dispersiones, pero que ello no supuso ningún obstáculo para que el hombre que la esperaba realizara en ella su obra. Y que, si algo aprendió allí de Jesús, es que él no se detiene ante nuestras resistencias y aferramientos sino que, como Hijo que actúa como ha visto hacer a su Padre (Cf.Jn 5,19) busca en nosotros ese «punto de fractura» en el que emerge nuestra sed más honda, como si estuviera convencido de que sólo un deseo mayor puede relativizar los pequeños deseos.

 

 Quizá por eso dejó que ella fuera expresando ante él sus prejuicios, sus resistencias y sus recelos, hasta que emergió el anhelo de vida que se escondía en su corazón, y entonces él «tiró» de aquel deseo: «Si conocieras el don de Dios…» Sin lo primero, ella no habría llegado a reconocer sus insatisfacciones; sin lo segundo, la habría dejado marchar con su cántaro lleno de un agua que no calmaba la sed.

Discernir con la samaritana

A lo mejor, si la mujer samaritana agarrara nuestra mano, hasta se atrevería como hizo Jesús con ella, a preguntarnos los nombres de nuestros maridos, de esas realidades con las que pactamos y que nos apartan de nuestro Centro:

  • El marido de la «necedad desinformada y conformista» que nos hace creer que la situación del mundo no tiene remedio («son las leyes de una economía de mercado…», «es el precio a pagar por el avance tecnológico…») y que lo más sensato que podemos hacer es acomodarnos a lo que hay.
  • El «marido neoliberal y consumista» que nos arrastra hacia un engañoso modo de ser «como todo el mundo», nos crea necesidades crecientes de confort y consigue que nos parezca lo normal estar situarnos en un cómodo centro, alejados de cualquier riesgo y camuflando como «prudencia» la resistencia a todo lo que amenace desinstalarnos
  • El «marido individualista» que nos ciega las fuentes de la alteridad, nos seduce con la facilidad de una vida trivial y distraída en la que no nos alcanzan el dolor de los otros, la gravedad de la presencia de Dios o el recuerdo peligroso de su Evangelio.
  • El «marido pseudoterapeuta» que impone el psicologismo como explicación última de todo, sospecha siempre de nuestros deseos, les niega sistemáticamente un origen trascendente y nos instala en un nivel de positivismo hermético: todo tiene una razón en el más acá de nuestra psyche y el resto son proyecciones ilusorias. Y con eso nos niega la posibilidad de que nuestra libertad sea estirada más allá de nosotros mismos.
  • El «marido secularista» que nos aleja del pozo, del encuentro profundo con el Señor, nos hace vivir solamente desde imperativos éticos, «seculariza» nuestro corazón y nos incapacita para expresar la experiencia espiritual.
  • El «marido idolátrico» que nos hace dar culto a los medios y a los instrumentos, a las instituciones, los ritos y las leyes, haciendo cada vez más difícil esa adoración que el Padre busca de nosotros y que no tiene nada que ver con el «retorno» a lo religioso.
  • El «marido de los mil quehaceres» que esconde dentro el viejo dinamismo de buscar la justificación por las obras, nos configura como dadores más que como receptores y convierte los fracasos apostólicos o la vejez en verdaderos traumas, porque en esos momentos el trabajo pierde su pretensión de absoluto.

Orar con la samaritana

«Sed pacientes con la lentitud de vuestros procesos a la hora de romper con esos maridos. Estad seguros de que en cada una de vuestras vidas existe un pozo y el Maestro os está esperando sentado en su brocal. Confiaos a su poder de seducción, a su paciencia a la hora de perforar vuestras defensas, a su deseo de conduciros hasta lo profundo de vuestra vida, a sus fuentes interiores y secretas, porque Él sabe acompañar ese descenso sin impaciencia ni prisa. Cuando yo le escuché decir dos veces: «el agua que yo quiero dar», supe que estaba habitado por el deseo violento de anegarnos a todos en su corriente.

 

No os quedéis únicamente en lo que ya sabéis de Él: recorred el proceso de intimidad al que también tenéis la dicha de estar invitados. Al principio yo no vi en Él más que a un judío, pero él me fue conduciendo hasta descubrirle como Agua Viva, como Aquel a quien siempre había estado esperando sin saberlo. Tened vosotros la osadía de nombrarle con nombres nuevos, con esos que no aparecerán nunca en los resecos manuales de vuestras estanterías.

 

No tengáis miedo de reconocer la sed que os habita, ni os engañéis creyendo que vuestra condición de seguidores suyos os exime de la precariedad y la vulnerabilidad que laten en cada ser humano. Y precisamente porque yo me sabía necesitada de salvación, podía anunciar a otros que me había encontrado con alguien que me había acogido sin juzgarme ni condenarme. Venid a celebrar conmigo junto al brocal del pozo que la propia pobreza reconocida y puesta en relación con Jesús, no es un obstáculo para recibir el don del agua viva, sino la mejor ocasión para acogerla y dejarla saltar hasta la Vida eterna.

 

Pero os lo aviso, estad prevenidos: Él os puede estar esperando en cualquier lugar, en cualquier mediodía de vuestra vida cotidiana, precisamente cuando andabais enredados en pequeñas preocupaciones, en rencillas mutuas o en rancias ortodoxias en torno a rúbricas o privilegios. Si os detenéis a escucharle, estáis perdidos para siempre: Él al principio os pedirá algo sencillo («dame de beber», «llama a tu marido»), pero al final, volveréis a vuestra casa sin agua, sin cántaro y con la sed, antes desconocida, de atraer hacia él a la ciudad entera.

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