En pos de una visión – Liderazgo

Una entrevista al Dr. Pablo Hoff.

El Dr. Pablo Hoff ha sido misionero en América Latina desde 1960, ha servido en Bolivia, Argentina y, finalmente, en Chile, donde actualmente reside, junto a su esposa Betty. Ha escrito más de una docena de libros. Algunos de ellos han sido textos de referencia para institutos y seminarios en la región. Se capacitó en Taylor University, Winoma Lake School of Theology y en Northern Baptist Seminary de Chicago. Fue el fundador del Instituto Bíblico Nacional Chile1, institución en la que actualmente sirve como presidente.

AP – ¿Qué lugar ocupa la visión en la vida de un ministro? 
PH – En mi opinión, ocupa un lugar imprescindible en su ministerio. En la etapa inicial, la visión suele relacionarse estrechamente con el llamamiento. En términos bíblicos, el concepto se refiere tanto a la percepción de la necesidad del ministerio como al codiciado resultado del mismo.

Más de veinte años antes de que Dios me diera la visión de aportar para la enseñanza y capaciatación bíblica del enorme movimiento pentecostal criollo en Chile, él había despertado mi conciencia ante su realidad. Un artículo escrito por Juan Mackay, publicado en una revista presbiteriana, me alertó sobre aquella situación y me impactó, aunque no recibí el llamado en aquel momento. Esta no fue más que la fase inicial en que se formaba mi visión para Chile.

La visión específica provee propósito, enfoque y dirección a la misión del ministro (alguien ha afirmado que el fanático es una persona que redobla sus esfuerzos para compensar su falta de dirección). La visión da un sentido de apremio al ministerio. La visión del apóstol Pablo para evangelizar a los gentiles, por ejemplo, le constreñía a viajar incesantemente, predicar con denuedo, trabajar arduamente, sin importar los peligros formidables que debía enfrentar y las increíbles penurias que debía aguantar.

También la visión engendra en el visionario fe para realizar «lo imposible». En el caso de Abraham, «Dios… llama a las cosas que no son como si ya existieran» (Ro. 4.17 NVI) o, como lo traduce otra versión, «llama las cosas que no son para que sean» (BJ).  La misión del visionario frecuentemente se desarrolla en tres fases: la de lo imposible, la de lo difícil y la de lo realizado. Cualquiera que sea su misión, la visión lo impulsa a convertirla en realidad.

AP – ¿Cómo se alcanza esa visión?
PH – El primer paso es identificarse con la visión. Guillermo Carey, uno los padres de las misiones modernas, servía en Inglaterra como pastor bautista sin dejar su trabajo secular de zapatero. Sin embargo, colocó un mapamundi en su zapatería. Cuando le preguntaron, «¿Cuál es su vocación?», respondió: «soy misionero». 

«Pero… tú eres un zapatero, ¿verdad?».
«Sí —replicó—, pero mi verdadera vocación es ser misionero». Uno debe dar prioridad a las áreas relacionadas con la visión.

En segundo lugar, uno debe prepararse para lograr la visión. En mi caso, el llamamiento que recibí de Dios fue el de enseñar a otros, un ministerio que requiere estudios teológicos avanzados y experiencia pastoral. Por lo tanto, me matriculé en seminarios reconocidos y obtuve algunos títulos también pasé un año como evangelista y cinco años como pastor de una congregación en un pequeño pueblo.

La tercera sugerencia es involucrarse y —si es posible— involucrar a otros en la realización de la visión. Aunque me había ocupado en pastorear la congregación, al punto de olvidar el llamamiento de Dios para enseñar, puse gran énfasis en la evangelización, y establecí congregaciones en pueblos cercanos que carecían de iglesias que predicaran la salvación en Cristo ni poseían corazón por las misiones. Realmente di prioridad a mi preocupación y apoyé a las misiones, más que a las necesidades de la congregación y las mías.

La cuarta e indispensable manera de mantener la visión es orar.

AP – ¿Qué pasión lo ha movido a lo largo de los añosí
PH – La salvación y el discipulado de personas. Esa pasión me abrazó cuando yo era un joven de dicisiete años; trabajaba, entonces, en un campamento semi-militar en un área designada por el gobierno para ser reforestada. Ahí observé la depravación de la naturaleza humana en la conversación de mis compañeros de trabajo, que estaban aislados de todas las restricciones morales de la sociedad. Hablaban continuamente acerca del sexo como diversión fuera del matrimonio y usaban expresiones obscenas e irreverentes. La preocupación por sus vidas me movió a testificarles de Cristo y a conducirlos a la salvación. Así se formó un grupo pequeño, que se reunía todas las noches para leer la Biblia, cantar, orar y escuchar mis exhortaciones. Sin darme cuenta, pastoreaba, en miniatura, mi primera congregación.

La pasión particular que me apremia a trabajar incesantemente, sacrificar gozosamente mis bienes y tomar gigantescos pasos de fe —que podrían llevarme al desastre si no vinieran de Dios— es la preparación de obreros para la cosecha espiritual. Incluye enseñarles, motivarlos a trabajar en la viña del Señor, animarlos a superar los obstáculos en su ministerio y aguantar las dificultades que la vida presenta. Mi recompensa es ver crecimiento en la vida y ministerio de mis estudiantes. Lo que más importa no es la cantidad de alumnos que estudian, sino que su ministerio produzca mucho fruto espiritual.

AP – En su opinión  ¿Cuáles son los elementos que más amenazan la eficacia ministerial?
PH – La lista de invonvenientes es interminable y se relacionan principalmente con el ministro mismo. Por ejemplo los diáconos de algunas congregaciones buscan enseñorearse del pastor y lo atan de manos. También existen congregaciones que, por estar enamoradas del pasado, se resisten a todo intento de cambio. No obstante, a mi parecer, estos obstáculos son menudos en comparación con los problemas personales del ministro.

Considero que los elementos más dañinos al ministerio de un siervo de Dios son cuatro:

  1. Problemas internos de la familia del pastor; podría ser falta de armonía en su matrimonio, machismo, infidelidad del pastor y negligencia con los hijos.
  2. Problemas con su equipo ministerial; desaveniencias con sus colaboradores y los oficiales de la congregación (caudillaje, abuso de poder, falta de aprecio, etcétera)
  3. Falta de santidad bíblica en la iglesia; pasar por alto ciertos pecados en la predicación con el fin de no alejar a algunos oyentes; permitir que, con su mala conducta, algunos de los miembros de la congregación ensucien la imagen de la misma; falta de disciplina de los miembros, etcétera.
  4. Excesivo activismo ministerial; el cual impide la devoción personal del ministro.

AP – ¿Qué pasos deben tomarse para no ceder frente a estos obstáculosí
PH – El antídoto para los problemas familiares consiste principalmente en construir una familia sólida. Para lograr semejante meta, el ministro debe dar prioridad a su compromiso con su esposa e hijos, el cual, según consejeros evangélicos, está en segundo lugar con respecto a su compromiso con el Señor.  Uno de los grandes errores de muchos concienzudos siervos de Dios es que su compromiso con la iglesia está antepuesto al de su familia.

En el hogar de un sabio hombre de Dios el machismo está completamente fuera de lugar. Él respeta, valora y ama a la mujer que el Señor le dio, pasa tiempo con ella y con sus hijos, escucha sus problemas, ora con ellos y participa en sus actividades, inclusive las de recreación. Mantiene vivo su romance, no entabla una amistad con personas del sexo opuesto y al orientar a las mujeres, siempre está acompañado por su esposa.  Cuando reconoce que siente atracción por otra mujer que no sea su esposa, inmediatamente corta la relación.

El primer paso que el ministro sabio debe dar para llevarse bien con sus colaboradores es identificarse como siervo de Dios y de la congregación, y no como señor y dueño de la grey (1Pe 5.2); es administrador o mayordomo de las cosas de Dios (1Cor. 4.1) y para sus colaboradores es el primero entre iguales. («Yo anciano también» 1Pe 5.1) y trabaja con ellos como miembro del equipo. Sabe «consultar» con ellos referente a todos los asuntos y proyectos de importancia. También sabe delegar autoridad y responsabilidad en los asuntos de la iglesia.  A la vez, reconoce delante de la iglesia el trabajo y sacrificio de ellos y no se atribuye todos los logros del proyecto.  Cultiva amistad con ellos y acepta positivamente su crítica, pues la considera como un medio de revelar sus debilidades con el fin de superarlas.

Con respecto a la lucha de poder en la iglesia, el pastor debe abstenerse de defenderse vigorosamente y buscar el apoyo de los miembros; en su lugar debe permitir que Dios tome el control.  Debe evitar en lo posible que la lucha divida la congregación. En casos de conflictos graves es mejor que el pastor se retire y no que cause una división.

Una medida muy eficaz para prevenir problemas en la familia, discordias con los oficiales de la iglesia y el descuido de su vida espiritual, es formar pequeños grupos de ministros, no más de tres a cuatro personas, para que, periódicamente, se rindan cuentas unos a otros en cuanto a la forma en que sostiene sus relaciones y se ocupa de sus responsabilidades.

AP – ¿Cómo puede un ministro salvaguardar su vida espiritual a lo largo de los añosí
PH – El ministro debe darle el primer lugar a su relación con Dios, pues el compromiso personal con él es el recurso más vital de su vida.  No enfrenta ningún desafío más grande para su salud espiritual e integridad personal que ser leal a ese compromiso a través de la disciplina espiritual de una vida devocional diaria. Las encuestas a menudo revelan que es el punto más débil en el ministerio.

Alguien ha observado que resulta fácil confundir el caminar con Dios con el trabajar para Dios. El ministro que lee la Biblia buscando material para sus sermones y ora por otros en su trabajo puede fácilmente pensar que esos momentos resultan adecuados y suficientes para cuidar su salud espiritual personal. Sin embargo, el tiempo invertido en su rol de ministro no debería ser considerado como parte de una vida devocional diaria. Sugiero que el ministro participe en retiros espirituales y escuche mensajes de otros consiervos con el propósito de edificarse y conocer la voluntad de Dios para su vida personal y ministerial.

AP – ¿Podría compartir con los lectores alguna lección importante que Dios le ha enseñado en el ministerio?
PH – La obra es de él y aparte del Señor nada puedo lograr: «si Jehová no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican» (Sal 126.1), «no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos» (Zac 4.6).

AP – ¿Cómo sabe un líder que ya debe dar paso a los más jóvenes que vienen detrás de él?
PH –  Existen varias señales pero la más importantes, en mi opinión, es la siguiente: cuando el líder siente un desgaste de energía e interés para llevar adelante la obra, mantenerse al día en referencia a sus métodos de trabajo, adaptarse a situaciones nuevas y aceptar los desafíos actuales, es tiempo de arrojar la toalla. El líder que ya no siente carga por su obra, descansa sobre sus laureles y está muy conforme consigo mismo debe reconocer que ha llegado el momento de ceder su liderazgo a otro que sí puede llevar adelante la responsabilidad.

Apuntes Pastorales, un ministerio de Desarrollo Cristiano Internacional, ©Copyright 2009, todos los derechos reservados.  

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