Un Mensaje a la Conciencia – EL GRILLO SALVADOR

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EL GRILLO SALVADOR

«Provistos de agua y carne y otras cosas, nos embarcamos y seguimos el viaje. Luego de cruzar la línea equinoccial, el maestre se dio cuenta de que sólo quedaban tres vasijas de agua de las cien con que había abastecido la nave capitana, ¡y esas tres vasijas tendrían que alcanzar para saciar la sed de cuatrocientos hombres y treinta caballos!

»En vista de tal escasez, el gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca ordenó que navegaran en busca de tierra…. Al cuarto día, una hora antes de que amaneciera, sucedió algo asombroso… y es que cuando las naves estaban a punto de encallar en unas rocas muy altas sin que nadie advirtiera el peligro, comenzó a cantar un grillo. Un soldado había embarcado con el grillo en Cádiz con el deseo de oírlo cantar. Ya habían pasado dos meses y medio navegando sin que se oyera ni se percibiera siquiera la presencia del grillo, por lo que iba muy enojado aquel soldado. Pero esa mañana, cuando sintió la tierra, comenzó a cantar, y todos los que iban en la nave, al oír la música del grillo, vieron lo cerca que estaban las rocas y comenzaron a dar voces para que echaran anclas a fin de que evitáramos chocar contra las rocas. Así que echaron anclas, y por eso no perecimos. Lo cierto es que, de no haber cantado el grillo, nos habríamos ahogado cuatrocientos hombres y treinta caballos.

»Todos llegamos a la conclusión de que fue un milagro de Dios lo que nos salvó. De ahí en adelante… todas las noches el grillo nos daba su música, hasta que llegamos a un puerto que se llamaba la Cananea, que está más allá del Cabo-Frío, a unos veinticuatro grados de altura….

»… Partimos de allí, y pasamos por el río y bahía que llaman de San Francisco, el cual está a veinticinco leguas de la Cananea…. Y llegamos a la isla de Santa Catalina… el 29 de marzo de 1541.»

Así cuenta Pero Hernández, escribano del explorador español Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el milagro que los salvó de naufragar luego de partir de las islas de Cabo Verde, en su travesía desde las Islas Canarias hasta las costas de Brasil.1 Lo que ocurrió fue algo insólito, que los tripulantes de la expedición consideraron un milagro, ya que el mensajero que juzgaron que les envió Dios fue un simple grillo. Con su música, el grillo les anunció la salvación al advertirles del peligro que corrían.

Lo cierto es que quienes nos dedicamos a dar mensajes como este, a la conciencia, nos identificamos plenamente con el grillo de esta crónica. Pues si bien no tenemos los méritos para salvar a nadie, como tampoco los tenía aquel «grillo salvador», sí tenemos la responsabilidad de anunciarles la salvación eterna a los demás tripulantes que nos acompañan en la nave de la vida, advirtiéndoles del peligro que corre su alma al tropezar con las rocas del pecado. Así como Dios envió a ese grillo con aquella sonora noticia salvadora, también a los que ya nos hemos salvado por haber oído la noticia y haber acatado la advertencia, Dios nos ha enviado a proclamar a los cuatro vientos la buena noticia de que Él nos amó hasta el punto de que envió a su único Hijo, Jesucristo, «para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna».2

1 Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Comentarios [adaptado al español contemporáneo] (México, D.F.: Editorial Océano de México, 2001), pp. 145,155-57.
2 Jn 3:16; Heb 2:1-4

por Carlos Rey

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