Articulos Cristianos – Opiniones distintas

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Articulos Cristianos – Opiniones distintas

por Jay Adams

No todos los cristianos encaran bien sus diferencias. La historia de la iglesia cristiana evangélica está marcada por cismas y rupturas que a menudo han sido originados no solamente por diferencias teológicas sino, además, por dificultades personales. Es, entonces, una buena razón para pensar en el asunto y ver si podemos hacer algo al respecto.

Una solución seguida por muchos es tratar de esquivar cualquier y todo tipo de confrontación abierta. Si bien es sabio no entrar en discusiones innecesarias sobre temas no esenciales, algunas cuestiones no son tan fáciles de pasar por alto. Cuando el evangelio y su imagen de alguna manera están comprometidos, un cristiano consciente de ello debe denunciarlo.

El cristiano deberá oponerse a cualquier esfuerzo que contribuya a minar la presentación de la verdad salvadora de Dios, no importa cuán desagradable resulte. Cuando descubre que una enseñanza o práctica está dañando a sus hermanos y hermanas en la iglesia y es causa de deshonor al nombre de Cristo, no puede mantenerse en silencio. Se hace demasiado silencio en esta clase de situaciones, pero no es la forma en que los escritores del Nuevo Testamento encararon tales problemas.

Sabemos que muchos libros como Judas, Gálatas, Colosenses, etc., fueron escritos con el expreso propósito de combatir errores que causaban daño. Entonces, debemos descartar la «solución» del silencio.
Muchos se oponen al error rompiendo inmediatamente la conexión y comunión con los que enseñan tales cosas. Escuché una vez a un conocido predicador y autor (ya fallecido) enfurecerse en el pasillo de una iglesia porque había sido vencido en un debate sobre un aspecto concerniente a la Segunda Venida. El gritaba: «Haré de esto un asunto de la comunidad». Y de allí en adelante, él y otros como él así lo hicieron.

Dos hermanos que difieren no necesitan interrumpir su comunión siempre y cuando no se contradiga el evangelio y ambos deseen debatir sus diferencias. Esta discusión, realizada en el espíritu correcto y por la cual ambos busquen conocer qué les enseña Dios antes que empecinarse en sus propias interpretaciones sobre el tema, deberá ser un excitante y beneficioso intercambio de ideas y conceptos.

Además, aun cuando los dos terminen incapacitados para congeniar, no hay razón para que ello se transforme en algo desagradable para ambos. Pueden ponerse de acuerdo en señalar las diferencias y considerar con especial atención los diferentes puntos de vista. Incluso, cada uno podrá aclarar aquellas opiniones contrarias que han sido hechas públicas por su hermano, cuya amistad aprecia. ¿Por qué romper la comunión con él? Por ejemplo, aprecio mucho lo hecho por un hermano bien conocido. Creo que, en general, su trabajo ha sido una bendición a muchos hogares y a la iglesia como un todo. Por otra parte, lo considero mi amigo, pero no estoy de acuerdo con todo lo que él enseña y me siento con tanta libertad como él para enseñar públicamente lo que creo. No obstante, no hemos roto nuestra amistad. Ella está por encima de nuestras diferencias. Estoy agradecido porque en él tengo la clase de hermano cristiano con el cual puedo disentir sin que ello nos separe.
Algunos no hacen más que gemir lloriqueando frente a quienes los escuchan sobre cuán terribles calumnias se han dicho sobre ellos: «¡Miren lo que ha hecho. Ha escrito un artículo donde disiente conmigo!» Estoy de acuerdo en que nadie debe difamar a otro –ya sea en un escrito o en conversaciones privadas– ya que ambas cosas van en contra de las normas bíblicas (Ef. 4.32; Stg. 4.11). Si hubo difamación, el hermano pecó y deberá ser confrontado por ello, pero la persona agredida tampoco debe ir por todos lados contándoselo a otros. Si lo hace, tal vez estaría difamando a su hermano. En el espíritu de Mt. 18:15 y Lc. 17:3 debe acercarse al que lo calumnió buscando la reconciliación.

A menudo, el desacuerdo que se muestra en un artículo publicado es tomado en forma personal cuando, en realidad, no hubo tal intención. Algunos cristianos son tan sensibles que toman un simple desacuerdo como un ataque personal contra ellos. Disentir públicamente sobre un punto no es difamar. Y el que siente agravio por el solo desacuerdo deberá tener cuidado porque el lamento en sí, equivocadamente apunta a la crítica y puede constituirse en calumnia.

Cualquier cristiano que se considera a sí mismo maestro en la iglesia de Cristo, se expone a ser criticado por otros (Stg. 3:1). Si algunos hermanos creen que lo que enseña es perjudicial para la iglesia, tienen la obligación de señalarlo tan extensamente como el tema fue enseñado. Tal amonestación pública sobre el tópico no debe considerarse como un ataque personal ni se debe aplear a Mt. 18:15 para solucionarlo. Ese pasaje se refiere, más bien, a errores personales, conocidos solamente por ambos y quienes privadamente debieron discutir el problema que los separa. Lo que un crítico hace al señalar su desacuerdo con determinada enseñanza no tiene nada que ver con afrentas personales o falta de reconciliación; simplemente es un desacuerdo al mismo nivel público en el que fue dada la enseñanza.

Es hora de que estos problemas se clarifiquen. Durante largo tiempo me he deleitado en estar en el presbiterio y en la asamblea general de la denominación a la cual pertenezco. Hemos llegado a estar capacitados para disentir públicamente. Y aun diciendo discursos en contra del punto de vista del otro con vigor y convicción, después de la reunión hemos podido ir a almorzar juntos, como buenos amigos que se tienen gran estima. Ese es el tipo de relación que debe existir entre quienes discutimos públicamente de vez en cuando. Cuando mencionamos a alguien que mantiene una opinión particular y expresamos nuestro desacuerdo con ella, debemos, no obstante, mantener una buena actitud hacia él, mostrando siempre con claridad que estamos atacando su opinión y no su persona. Preguntémonos: ¿está atacando un punto de vista errado o atacando a la persona que lo sostiene? Y estemos seguros de que en todo lo que hacemos, nos cuidamos de no confundir los dos aspectos.

Usado con permiso del autor.

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