Los Cristianos – Orar y proclamar la palabra del Señor

Algunas de las viudas cristianas de cultura griega empezaron a quejarse de que no las atendían como a las demás, y los apóstoles, encontrándose en una situación potencialmente muy divisiva, comenzaron a delegar muchas de sus funciones en un pequeño grupo de hombres que todos reconocían que estaban llenos del Espíritu Santo y comprometidos con el Señor. De esa forma, los apóstoles quedarían más libres para seguir orando y proclamando el mensaje de Dios [Hechos 6,4].

Los Cristianos – Orar y proclamar la palabra del Señor

A primera vista parece un incidente de importancia menor, pero a juzgar por la manera en que lo describe Lucas, esta situación encierra una importante verdad: la estrecha relación personal con Cristo no es privilegio exclusivo de unos pocos. Es cierto que no todos están llamados a ser apóstoles, y que no todos pueden dedicarse a orar varias horas al día, pues todos tenemos vocaciones que se cumplen en el ámbito del trabajo o en la vida familiar, por lo cual el tiempo se nos restringe considerablemente.

El Señor sabe que se necesitan muchas vocaciones diversas para que la Iglesia sea un poderoso testimonio del amor de Dios, pero no por eso va a permitir que las exigencias de cada vocación le impidan a nadie recibir su amor. Quienes se sienten agobiados por las muchas obligaciones del trabajo deben tener presente que es muy importante encomendarse a Dios al momento de levantarnos, prometiéndole que no queremos ofenderlo, y dedicándonos a nuestros quehaceres y deberes cotidianos con la decisión de elevar el espíritu hacia Dios, aun estando con otras personas. ¿Quién nos puede impedir que le hablemos al Señor en lo recóndito de nuestro corazón? A Él le da lo mismo que le hablen con la mente o con la voz.

Como integrantes de la Iglesia dedicarnos un tiempo a la oración y al anuncio de la Palabra de Dios, pero sin descuidar la preocupación por el bienestar de quienes sufren las consecuencias de la pobreza, de la injusticia social, o de la enfermedad. Para ello se debe encontrar canales de asistencia, no desde el punto de vista meramente filantrópico, sino desde el auténtico amor cristiano que nos hace acercarnos en nombre de Cristo a quienes necesitan de nuestra ayuda, viendo en ellos el Rostro del mismo Cristo a quien hemos de amar sirviéndolo.

Por voluntad de Dios hemos de ser la cercanía amorosa de Dios para nuestro prójimo. No podemos confesarnos cristianos, y acercarnos a los demás convertidos para ellos en ocasión de dolor, de sufrimiento, de persecución o de muerte. No podemos pasarnos la vida destruyendo a los demás, explotándolos de tal forma que lleguemos a una injusticia tan grande que queramos comprar al pobre por un par de sandalias. Quien se confiese hijo de Dios pero no sea capaz de ser ocasión de paz, de alegría, de una esperanza que se recupera, de un amor que devuelva la felicidad, no puede en verdad decir que es sincero en su fe. El Señor nos quiere al servicio de los demás, orando para conocer la voluntad de Dios y para cumplirla, proclamando el Evangelio para que la salvación llegue a todos, y puestos al servicio del amor fraterno para remediar los males que aquejan a la humanidad.

La palabra del Señor es verdadera;sus obras demuestran su fidelidad.El Señor ama lo justo y lo recto;¡su amor llena toda la tierra!Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos,por el soplo de su boca,todos los astros.
[Salmo 33,4 – 6]

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