Cristiano tu Eres perdonado

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«EN ÉL TENEMOS… EL PERDÓN DE PECADOS» (Efesios 1:7)

Cuando Dios te perdona pero tú te niegas a perdonarte a ti mismo, estás desdeñando Su gracia y resignándote a estar abatido. Dicho comportamiento tiene varias consecuencias:

1) Repercutirá en la vida de tus seres amados. Tu decisión no te concierne a ti sólo, sino que cuando te regodeas en el remordimiento, tiendes a hacerte más crítico e introvertido, y también menos abierto y afectivo. Por consiguiente, tu cónyuge, tus hijos, tus padres, tus colegas, tus amigos, y hasta tus mascotas sufren las consecuencias.

2) Repercutirá en tu salud. El estado de la mente repercute en el cuerpo. Aseguran los médicos que la amargura genera unos químicos, y que éstos afectan a los órganos vitales, incrementan el ritmo cardíaco, elevan la tensión arterial, alteran la digestión, tensionan los músculos, despiden colesterol a la sangre y reducen la capacidad de razonar con claridad. Cada vez que vuelves a rememorar el pasado, los sentimientos negativos desprenden esos químicos corrosivos. La ciencia ha confirmado lo que Dios dijo; es decir, que los que no se perdonan a sí mismos y a los demás están más propensos a infartos, depresión, hipertensión y otras enfermedades serias.

3) Repercutirá en tu futuro. Dice la Biblia: «Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades y echará a lo profundo del mar todos nuestros pecados» (Miqueas 7:19). No desentierres lo que Dios ya ha enterrado. Mira hacia adelante si no quieres quedar anegado en tu propio lodo. La Biblia afirma: «Dios es tan rico en gracia y bondad que compró nuestra libertad con la sangre de su Hijo y perdonó nuestros pecados. Él desbordó su bondad sobre nosotros junto con toda la sabiduría y el entendimiento» (Efesios 1:7-8 NTV). Con el perdón de Dios viene la sabiduría y el entendimiento, no sólo para superar el pasado, sino para salir fortalecido gracias a sus experiencias.

«BENDICE… AL SEÑOR QUIEN PERDONA TODAS TUS MALDADES…» (Salmo 103:2-3)

Solemos perdonar a otros con más facilidad de lo que nos perdonamos a nosotros mismos. Eso sucede especialmente si fallamos en áreas fundamentales de nuestra vida, como el matrimonio o la carrera; o cuando nuestras acciones han perjudicado a alguien; o cuando nuestros malos hábitos nos han dañado; o cuando sabemos que no estamos actuando como deberíamos. ¿Qué hacer, entoncesí

1) Reconócelo. No tengas miedo de confesar lo que has hecho. No eres el único. No eres el primero, ni tampoco el último que va a fallar. Una vez que hayas recibido el perdón de Dios, busca el apoyo de un amigo de confianza. «Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho» (Santiago 5.16).

2) Bórralo. A menudo lo que nos agobia no es la ofensa en sí, sino el remordimiento y la tensión que se producen cuando recordamos nuestras acciones. Rememorar tus fracasos no ayuda a nadie y tampoco le agrada a Dios. Cuando vengan esas cosas a la memoria, ¡aprieta el botón de «Borrar»! Luego céntrate en el hecho de que Dios te ha perdonado y déjalo en el pasado. «En él tenemos… el perdón de pecados…» (Efesios 1:7).

3) Sustitúyelo. En lugar de culpabilidad, elige gratitud. No es difícil hacer eso; medita en la bondad de Dios, como lo hizo David: «Bendice, alma mía, al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus maldades, el que sana todas tus dolencias» (Salmo 103:2-4). Si te fijas en las cosas que Dios ha hecho por ti, hay muchísimas por las que estar agradecido.

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