Acostúmbrate a orar. Parte 2

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«…SE ARRODILLABA TRES VECES AL DÍA, ORABA…» (Daniel 6:10)

Pedro, a quien Dios usó para levantar la Iglesia, y Juan, autor del libro de Apocalipsis, sacaban tiempo en su jornada diaria para orar. «Pedro y Juan subían juntos al Templo a la hora novena, que era la de la oración» (Hechos 3:1). El apóstol Pablo, autor de una buena parte del Nuevo Testamento, instaba: «Orad sin cesar» (1 Tesalonicenses 5:17). La costumbre de orar de Daniel era tan conocida que sus enemigos la usaron para tenderle una trampa: «…Se arrodillaba tres veces al día, oraba y daba gracias delante de su Dios como solía hacerlo antes. Se juntaron entonces aquellos hombres, y hallaron a Daniel orando y rogando en presencia de su Dios» (Daniel 6:10-11). ¿Y ahí se acabó todo? No, las oraciones de Daniel taparon la boca de los leones e hicieron que un rey pagano proclamara: «Que… todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel. Porque Él es el Dios viviente… su reino no será jamás destruido… Él salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra; Él ha librado a Daniel del poder de los leones. Daniel prosperó…» (Daniel 6:26-28).

Escribió también el salmista: «El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente» (Salmo 91:1). Una vez que hayas identificado tu «rincón secreto», y empieces a usarlo regularmente, éste será rodeado de una especia de aura. Poco a poco irás amando ese lugar, hasta que se convierta en el más importante de tu vida. El poder de la oración es incalculable. No hay nada -excepto lo que está fuera de la voluntad de Dios- que no pueda ser alcanzado por la oración.

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