Este año vive de acuerdo a las Bienaventuranzas. Parte 3

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«BIENAVENTURADOS LOS MANSOS…» (Mateo 5:5)

En un mundo donde se valora el poder y el dominio, la mansedumbre es a veces considerada como debilidad. Pero la definición de Jesús evoca la imagen de un majestuoso pura sangre que ha sido domado. No es que el caballo haya perdido toda su fuerza, sino que allí donde antes manifestaba una voluntad descontrolada, ahora se somete a la autoridad del jinete. Ha sido «quebrado» y ahora responde al tiro de las riendas. Las características de la mansedumbre son:

1) Ser sensible a Dios. En un buen matrimonio, los cónyuges entienden las necesidades del otro sin necesidad de verbalizarlas. Gracias al tiempo pasado juntos, saben bien qué cosas los enriquecen, y por ese amor mutuo cuidan de su matrimonio como tarea primordial. Lo mismo sucede en tu relación con Dios.

2) Rendirse a la voluntad de Dios. La clave para romper hábitos obstinados no es luchar contra ellos en tus fuerzas, puesto que lo único que logras es agravar el problema y sus repercusiones. Ya se trate de una situación difícil o de un complejo, para tener victoria sobre ellos, la clave está en cambiar tu punto de mira y someterte a Dios a cada momento. «No que estemos capacitados para hacer algo por nosotros mismos; al contrario, nuestra capacidad proviene de Dios» (2 Corintios 3:5).

3) Someterse a los propósitos de Dios. Para entender la diferencia entre sumisión y egoísmo, medita en las siguientes palabras: «Y vienen a ti como viene el pueblo, y están delante de ti como pueblo mío. Oyen tus palabras, pero no las ponen por obra, antes hacen halagos con sus bocas y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia» (Ezequiel 33:31).

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