¡No hay nadie como Él! Parte 3

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Dios-la-cruz-roja«…ÉSTE ES MI HIJO AMADO, EN QUIEN TENGO COMPLACENCIA; A ÉL OÍD» (Mateo 17:5)

¡No hay nadie como Él! Parte 3

En el monte de la transfiguración, Moisés, el dador de la ley, y Elías, representante de los profetas, estaban al lado de Jesús. Pero éste los sobrepasó en esplendor. Nos dice la Biblia: «Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede dejar tan blancos» (Marcos 9:3). En ese momento, Jesús era Dios en su forma más pura. Con temor reverencial delante de Él, Pedro dijo: «…Señor… si quieres, haremos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mateo 17:4). Era una bonita sugerencia, pero totalmente inapropiada. «Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió y se oyó una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a Él oíd» (Mateo 17:5).

La palabra «amado» implica «único y especial». ¡No hay nadie como Jesús! Ni Moisés, ni Elías, ni Pedro, ni Zoroastro, ni Buda ni Mahoma. Nadie más, ni en el cielo ni en la tierra. Haber hecho tres enramadas habría puesto a Moisés y a Elías al mismo nivel de Cristo, y Dios no podía permitirlo. Sólo se puede construir un santuario, porque no hay más que una persona en el monte digna de ser adorada. «Al oír esto, los discípulos se postraron sobre sus rostros y sintieron gran temor» (Mateo 17:6). Aquél que creó las estrellas de los cielos y arrojó al Faraón de Egipto al fondo del Mar Rojo, estaba en medio de ellos. Esta visión los maravilló sobremanera, borró cualquier resquicio de arrogancia en ellos y les hizo postrarse sobre sus rostros. ¿Cuándo fue la última vez que sentiste una reverencia semejante por Diosí

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