La Obediencia a Dios Según La Biblia

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La Obediencia a Dios Según La Biblia

«…Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (filipenses 2:13)

Pablo dijo: «…Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Filipenses 2:13). La mayoría de nosotros no relacionamos la obediencia con el placer. Estamos acostumbrados a obedecer por necesidad o por miedo. Tal vez tuvimos unos padres que nos obligaban a obedecer, «porque lo digo yo». Ahora bien, no es malo que los padres esperen obediencia de sus hijos, o que los jefes esperen colaboración de sus empleados. Pero ésta no es la mejor definición de la obediencia o la mayor motivación para obedecer. Lo que falta es el factor «yo quiero hacerlo» que el Señor pone en cada uno de nosotros en el momento en que somos salvos. Esto elimina los demás factores, tales como «deber», «tener la obligación de», «mejor hacerlo, porque si no», «Dios me va a castigar», elevando la obediencia al Señor a un nivel de reacción alegre a todo lo que Él ha hecho por ti. La obediencia no es algo que tienes que producir; es algo que debes cultivar y activar, porque el deseo ya está presente dentro de ti, y se llama: «servir al Señor con alegría» (lee 100:2). Todo lo demás es sólo un cumplimiento exterior. Es como el niño que se portó mal y su madre le hizo sentarse en un rincón; después de unos minutos le pregunta desde la otra habitación: ¿Todavía estás allí sentado?. A lo que él responde: «Sí, por fuera estoy sentado, pero por dentro estoy de pie»… A eso lo puedes llamar «obediencia», pero en realidad no es más que un cumplimiento exterior sin la reacción interior de una obediencia animosa y alegre. La obediencia bíblica es hacer por fuera con gusto lo que realmente quieres hacer por dentro.

«…Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (filipenses 2:13)

Jesús dijo: «Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga» (Mateo 11:29-30). Varios de los que escucharon estas palabras eran campesinos que usaban bueyes para arar la tierra. Ellos entendieron lo que Él les dijo, porque no se les ocurriría ponerles un yugo a sus bueyes que no se ajustara bien, causándoles heridas; tampoco quiere el Señor eso para nosotros. Y aquellos campesinos entendieron otra cosa más: sin un yugo, un buey no puede ser guiado y no puede cumplir su propósito, que es ser productivo. Tal vez digas: «Pero si se supone que tengo este deseo de obedecer a Dios en lo más profundo de mi corazón, ¿por qué no lo puedo encontrar?». En primer lugar, porque todavía vives dentro de tu cuerpo carnal, y hasta que el Señor no te dé uno nuevo, lucharás con los impulsos inferiores del viejo. La segunda razón de que muchos de nosotros no sentimos este deseo interior de obedecer es porque éste ha sido cubierto por «callos» de años haciendo las cosas porque había que hacerlas. Como en el caso de los callos en los pies, para llegar a la «piel blanda», hay que quitar primero las «durezas» que han ido creciendo sobre ella. Por regla general, esto es lo primero que hace un podólogo. De la misma manera, el Espíritu Santo tiene que quitar los «callos» de nuestros corazones como parte de un proceso de «ablandamiento» que nos hará más receptivos a la voluntad de Dios. ¿Y cómo lo hace? Con amor, el nuestro hacia Cristo en respuesta a lo que Él ha hecho por nosotros.

«…Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (filipenses 2:13)

Un hombre que intenta conquistar a una mujer hará cualquier cosa por ella. Si le llamara por teléfono y le dijera: «Sé que es tarde, que estás cansado y que está lloviendo, pero ¿podrías venir a cambiar la rueda de mi coche?». «Pues claro que sí, ahora mismo voy», contestaría, llegando con una gran sonrisa. Ahora vamos a avanzar en el tiempo… Llevan diez años casados. Él está en la misma casa con la misma mujer que cortejó y conquistó. Ella le pide que se levante del sofá y haga algo por ella. Tiene que repetirlo dos o tres veces, y por la forma en que él se queja, parecería que ella le haya pedido que se corte una pierna. Entonces, ella se enfada. ¿Qué es lo que está pasando? Lo que un día fue un deleite, ahora se ha convertido en un trabajo pesado, porque la motivación amorosa se ha enfriado…

En realidad, nuestro problema no es la obediencia; es mantener fuerte nuestro amor por Cristo, ya que el amor hace que obedezcamos con alegría. Si obedecemos menos, es por la sencilla razón que amamos menos. A menudo reemplazamos la gracia con la ley y el amor con reglas, pero no disfrutamos de las reglas porque no ejercitamos el amor. Nuestra nueva naturaleza funciona mejor cuando es motivada por una relación y no por reglas. Los reglamentos sin amor llevan hacia la frialdad. Jesús dijo a la iglesia de Éfeso: «…tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (Apocalipsis 2:4), en otras palabras: «No me quieres como solías quererme». Después, Él la mandó que volviera al mismo punto donde había caído (lee versículo 5), que fue donde dejó escapar su amor por Él. ¿Te está diciendo Cristo lo mismo a ti hoy?

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