Juan 3:36 EL QUE CREE EN EL HIJO TIENE VIDA
Se cuenta que el adinerado Barón Fitzgerald tuvo sólo un hijo. Cuando éste era adolescente, murió la madre y pocos años más tarde, también murió el muchacho de forma trágica. Mientras tanto, la riqueza de Fitzgerald siguió aumentando, gracias a la adquisición de obras de arte de los grandes maestros de Europa.
Antes de su muerte, Fitzgerald dejó instrucciones específicas de que su entera colección se vendiera en una subasta.
A ella asistieron cientos de posibles compradores entre los que se encontraban conservadores de museos importantes y coleccionistas privados, todos ellos dispuestos a pujar.
Las obras de arte fueron expuestas para inspección antes de la subasta. Entre los cuadros, se hallaba uno que apenas recibió atención porque se trataba de una pintura de poca calidad, cuyo autor era un artista desconocido. Pero era el retrato del único hijo de Fitzgerald.
Al comenzar la subasta, el subastador leyó parte del testamento de Fitzgerald, que estipulaba que el primer cuadro a vender sería el de «mi amado hijo».
Debido a su escasa calidad, nadie pujó por él excepto una persona. El postor era un antiguo sirviente que ayudó a criar al niño y que lo amaba mucho. Éste adquirió el cuadro por menos de una libra esterlina. En ese momento el subastador paró el proceso y pidió que el abogado siguiera leyendo el testamento. El público hizo silencio mientras se leían estas palabras:
«Quien compre el cuadro de mi hijo, recibirá toda mi colección de arte ¡la subasta ha terminado!
Jesucristo: sin Él no tenemos nada, pero con Él tenemos lo mejor de los dos mundos: de éste y del venidero.
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