Aproximación al tomismo I


     El único propósito de este capítulo es mostrar que la filosofía tomista se acerca más a la mentalidad del hombre de calle, que la mayoría de las filosofías… El hombre vulgar se niega a admitir que Hegel pueda existir y no existir al mismo tiempo, o que pueda entender a Hegel cuando no existe ningún Hegel a quien entender. Ha esto me referí cuando dije que la filosofía moderna empieza por una piedra de tropiezo y escándalo. No es ciertamente esgarrado decir que hay, al parecer, un giro redondo y una total inversión cuando se dice que los contrarios no son incompatibles o que una cosa puede “ser” inteligible y no “ser” (existir) en modo alguno.
     Contra todas estas posturas la filosofía de santo Tomás se levanta sólida y firme, fundada en la convicción común y universal de que los huevos son huevos. El hegeliano puede decir que un huevo es en realidad una gallina ya que es parte de un proceso sin fin de “devenir”  ; el berkeliano puede decir que el huevo frito sólo existe  en cuanto sueño, ya que no es mayor la dificultad de nombrar al sueño como causa del huevo que la de nombrar al huevo como causa del sueño; el pragmático puede creer que el mejor partido que se puede sacar de un huevo frito es olvidar que alguna vez fue un huevo y recordar sólo la fritura. Pero ningún discípulo de santo Tomás necesita romperse el seso para cascar los huevos en forma conveniente, ni necesita torcer la cabeza en un ángulo especial para mirar los huevos, ni necesita guiñar con el ojo para captar una nueva simplificación de los huevos. A plena luz del día, el tomista, codo a codo con sus hermanos los hombres, comprueba que los huevos no son gallinas ni sueños, ni suposiciones prácticas sino cosas testimoniadas por la autoridad de los sentidos, que son de Dios.
     Ante esto aun hay quienes aprecian la  profundidad  metafísica del tomismo en otros temas se sorprenden de que santo Tomás para nada trate de lo que muchos piensan ser hoy el principal problema metafísico: si se puede probar que es real el acto por el cual percibimos la realidad. La respuesta que el santo reconoce por instinto, lo que muchos escépticos modernos empiezan a sospechar laboriosamente: que el hombre tiene que responder esta cuestión por la afirmativa o nunca responder cuestión alguna o nunca preguntar una cuestión o nunca existir intelectualmente para responder y preguntar. Supongo que se puede ser escéptico de verdad, pero no se puede luego ser otra cosa, ni siquiera defensor del escepticismo fundamental… el otro día encontré  en un escrito un ejemplo bastante sorprendente de esta esencial frivolidad en un profesor del escepticismo final. El sujeto escribió para decir que nada aceptaba sino el solipsismo y añadía sorprendido que no fuera está una filosofía más difundida. Pues bien, solipsismo significa que uno cree en la sola existencia propia pero en ninguna otra más, ni en ninguna otra cosa. Y a este nuestro simple solipsista nunca le sorprendió pensar que si su filosofía era verdadera, obviamente no podían existir otros filósofos para profesarla.
     A la pregunta ¿hay algo? Santo Tomás comienza contestando “sí” si hubiera empezado respondiendo “no” éste no hubiera sido el principio sino el fin. A esto muchos de nosotros lo llamamos sentido común. Tomás es menos exigente que muchos pensadores, sobre todo menos que los racionalistas y materialistas, en cuanto a lo que incluye los primeros pasos del pensar filosófico; se contenta como veremos, con decir que éstos incluyen el reconocimiento del “ens” o “ser” como algo definitivamente exterior a nosotros. Ens es ens: los huevos son huevos… 

G.K.Chesterton. Santo Tomás. Ed Lumen

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