Aproximación al tomismo III

     Cuando el niño mira a través de la ventana de su cuarto de jugar y ve algo, supongamos el césped verde del jardín; ¿qué es lo que de hecho ve? ¿Conoce en verdad algo? Alrededor de esta cuestión pueden llevarse a cabo toda clase de juegos pueriles de filosofía negativa. Un brillante científico victoriano se regodeaba declarando que el niño no ve gramilla alguna sino una especie de verde neblina reflejada en el minúsculo espejo del ojo humano. Esta muestra de racionalismo siempre me ha chocado como demencialmente irracional. Si el racionalista no está seguro de la existencia del césped que ve a través del vidrio de la ventana ¿cómo diablos puede estar seguro de la existencia de la retina que ve a través del cristal del microscopio?  Si la vista engaña ¿Por qué no ha de seguir engañando? Gentes de una escuela distinta afirman que el césped es una mera impresión de verde en la mente. Declaran que sólo puede ser consciente de la propia consciencia, que casualmente sabemos que el niño no tiene conciencia alguna. En este sentido sería más acertado decir que hay césped y ningún niño que decir que hay niño y ningún césped. En esta querella del cuarto de jugar, santo Tomás irrumpe de súbito y proclama que el niño tiene conciencia del Ens. Largo tiempo antes de saber que el césped es césped y el yo es yo, el niño sabe que algo es algo.
    Aun al niño se le hace evidente que no puede haber al mismo tiempo afirmación y negación. Nombremos como queramos lo que el niño ve: luna o espejismo o sensación de estado de conciencia, cuando lo ve sabe que no es verdad que no lo vea en ese momento.  Santo Tomás a afirmado que nuestra primera percepción de un hecho es un hecho. Pero cuando observamos el hecho o los hechos tal cual se nos presentan nos percatamos que tienen un carácter singular que ha llevado a muchos modernos a un extraño e inquieto escepticismo sobre los mismos. Al llegar a este punto, muchos sabios renuncian al primer principio de realidad que estaban dispuestos a conceder al empezar y vuelven a decir que nada existe excepto el cambio, o nada excepto la comparación o nada excepto el fluir… Sto Tomás aborda la dificultad por el otro extremo  y en conformidad con su primera verificación de la realidad. No cabe duda del ser del ser aun cuando aparezca como devenir: todo se explica considerando que lo que vemos no es la plenitud del ser o no es para nosotros, por así decir, todo lo que podría ser. El hielo se derrite en agua fría  y esta se puede calentar hasta convertirse en vapor; pero no se puede ser las 3 cosas a la vez. Esto no hace irreal al agua ni la hace relativa; sólo significa que su ser está limitado a ser una cosa en cada momento.
    La mayoría de los pensadores, confrontados con la aparente mutabilidad del ser, se olvidaron de su propio descubrimiento del ser y se quedaron con la mutabilidad. Ni siquiera podrán decir que una cosa cambia en otra ya que para ellos en todo el proceso no existe un instante en que la cosa sea simplemente una cosa. Sólo existe el cambio. Hubiera sido más lógico decir que nada cambia en nada que decir (sobre la base de estos principios) que hubo o habrá un momento en que la cosa es ella misma. Santo Tomás sostiene que las cosas ordinarias en todo momento son algo, pero no son todo lo que podrían ser… cuando ellos describen un cambio para la nada, Tomás describe una incambiabilidad que incluye los cambios de todas las cosas. Las cosas cambian porque son incompletas, pero su grado permanente de realidad no se justifica sino como fragmento de una realidad que es completa. Su nombre es Dios. 

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