Cómplices de Dios


complices de Dios
Articulo Original: Pluma Encendida.
(Lucas 19:1-10)
Conocen a Zaqueo? Su historia es particular. Jefe de los recaudadores de impuesto, repudiado por la sociedad por esa fama indestructible de corrupto público y con licencia para cobrar más de lo debido. Sin embargo, el bullicio lo contagia y algo ocurre, surge un deseo incontenible por ver a Jesús que pasaba por allí. Divisando de lejos un árbol sicomoro maquinó rápidamente su estrategia, corrió lo más que pudo y se adelantó a la multitud pensando: desde aquí podré verle, y probablemente él pueda verme a mí. 

Todos saben el resto de la historia, Jesús mirándole le dijo: Zaqueo baja de ahí, date prisa, es necesario que está noche cene en tu casa. 

En este pasaje hay tres personajes relevantes, de los cuales uno pasa desapercibido. Está Jesús, Zaqueo, y el árbol. Ese sicomoro que sirvió de tarima para que el pequeño Zaqueo pudiera ver a Jesús. 

Este pasaje es para aquellos que saben que son como árboles plantados junto a corrientes de agua que dan su fruto en su tiempo, y su hoja no cae, y todo lo que hacen prospera. Para esos varones (y mujeres) bienaventurados que meditan en la ley del Señor de día y de noche. Calificados y escogidos por el Señor, sembrados por Su poderosa mano a orillas de Su manantial de vida. Sabes cuántas personas te han divisado de lejos y han entendido que sólo si se suben en ti podrán ver a Jesús. 

Cuantas personas se te acercan a diario buscando subirse sobre esas palabras que Dios te ha dado, esperando recibir de ti, aquello que tú has recibido de Dios. Sin embargo, muchas veces nos parece que son cargas muy pesadas, que no estamos llamados para eso. Pensamos que las cargas nunca son buenas, finalmente siempre producen cansancio y fatiga. 

Pero qué bueno que aquel sicomoro supo ser un buen cómplice en la escena, parecía que se había puesto de acuerdo con Jesús diciendo: 
– Sí Señor yo lo haré, le permitiré subir por mis ramas y justo cuando pases, tú me miraras y lo encontrarás allí, sostenidos por mis brazos, entonces él te verá y tú le hablaras y él oirá, y mi trabajo en la misión estará hecho. Es todo cuanto puedo hacer Señor, en gratitud por haberme plantado y permitirme la vida. 

Los sicomoros son árboles frondosos, sus troncos se dividen desde bien abajo por lo que el pequeño Zaqueo sin muchos problemas pudo subir. Sin embargo, nosotros aquellos que hemos experimentado el amor de Dios en nuestras vidas, que hemos sentido Su presencia tan cerca hay momentos en que nos elevamos tan alto que le impedimos a los pequeños subir. 

Hoy entiendo muchas cosas, solo si permitimos que suban en nuestras ramas podrán ver a Jesús. Ayúdanos Señor a no estar tan altos, y a ser lo suficientemente fuertes como para sostenerles hasta que tú pases, les llames por su nombre y les ordenes bajar y venir hasta ti.


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