De lo común y corriente a la grandeza

Cualquiera que estudie los caminos de Dios se da cuenta de que son muy diferentes a los del hombre. La sabiduría del mundo dice que para hacer grandes cosas se necesitan personas excepcionales y muchos recursos, pero el Señor escoge a menudo lo pequeño e insignificante para lograr sus propósitos en la tierra.

Por ejemplo, Cristo escogió como sus discípulos a un grupo de hombres comunes, pero que “transformaron al mundo” después de ser llenos del Espíritu Santo. Durante su ministerio en la tierra, Jesús alimentó a miles de personas con el almuerzo de un niño, y vio las dos pequeñas monedas de una viuda como ofrenda superior a todas las demás (Jn 6.5-12; Lc 21.2, 3).

Dios es experto en el uso de personas que no parecen estar capacitadas para servirle. Moisés era un pastor de 80 años de edad y tartamudo que liberó a una nación. Después de que Gedeón se escondía de sus enemigos, Dios lo convirtió en un valiente guerrero. David era el hijo más joven e ignorado que mató a un gigante con una pequeña piedra, y que llegó a ser el rey más grande de Israel.

Dios no está buscando gente extraordinaria; él quiere voluntarios que doblen obedientemente su rodilla. El ser común y corriente no le hace a usted inútil. Por el contrario, le pone en una posición para ser una demostración del poder divino en su vida. Dios toma a las personas insignificantes y se deleita en hacerlas grandes. ¿Ha pensado usted alguna vez que su falta de capacidad, talento o habilidades son el escenario ideal para que Dios exhiba de manera admirable el poder y la gloria de Cristo? Si usted tiene la disposición de someterse a su dirección, él hará grandes cosas en y por medio de usted.

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