DIOS NUNCA SE EQUIVOCA


Venid adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro hacedor. Sal. 95:6.

Nuestro siglo vive la banalización de Dios. La tendencia humana es hacerlo pequeño e insignificante. El concepto bíblico de Dios es diferente. Para la cultura hebrea, Dios no era una simple “energía”, “aura”, “luz” o “influencia”. Dios era Dios, soberano y eterno, Creador de los cielos y de la tierra. Dios personal y presente en la vida humana.

El salmista nos invita a que todos nos unamos a él en la oración y en el reconocimiento de la grandeza del Creador: “Arrodillémonos”, dice el profeta, usando la palabra hebrea barak que significa, literalmente, reconocer que Dios siempre tiene la razón. El nunca se equivoca. Sus consejos son sabios y tienen por objeto la felicidad humana, aunque para la criatura parezcan no tener sentido.

El misterio de sus designios, no significa arbitrariedad. No es el padre airado que le grita al hijo: “Cállate la boca, tú solamente obedece!” Ese aparente misterio parece indescifrable al ser humano, limitado por valores mezquinos y terrenales. Pero un día, cuando la criatura sea liberada de su naturaleza humana, todo será aclarado.

Cuando mi hijo mayor aprendió a gatear se sentía fascinado por los toma- corrientes eléctricos. Le gustaba poner el dedito en las aberturas y exponerse al peligro mortal de una electrocución. A su tierna edad, sería inútil explicarle a una criatura de apenas nueve meses la reacción que podría producir la unión del polo positivo con el negativo. Cuando yo le gritaba: “¡No!”, era solo por el bien de mi hijo, aunque fuese incapaz de comprender.

Esta es la razón que el salmista da en el texto de hoy para adorar a Dios “Arrodillémonos”, dice él, reconozcamos que Dios es Dios, que nunca se equivoca y que solo quiere nuestro bien.

Si tú depositaste tu vida en las manos de Dios, a pesar de eso, las cosas saldrán siempre como a ti te gustaría que saliesen. Pero confía en el Señor, arrodíllate, adóralo, porque él sabe lo que está haciendo y, más pronto de I que te- imaginas, lo entenderás. No te desanimes. Para llegar al puerto de 1a victoria es necesario navegar con el viento, a veces a favor, a veces en contra, pero no dejar de navegar.

Por eso, “Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor”.


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