¡Cuánta es su bondad, y cuánta su hermosura! – Zacarías 9:17.
• Será engrandecido hasta los fines de la tierra. – Miqueas 5:4.
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(Lucas 1:32) Con estas palabras el ángel Gabriel comenzó a describir a Jesús, cuyo milagroso nacimiento acababa de anunciar a María. “Será grande”, incluso en su humillación entre los hombres. Pero ¿cómo expresar la grandeza del Hijo único de Dios, por medio del cual todo fue creado? (Colosenses 1:16). Estaba con Dios y era “su delicia de día en día” (Proverbios 8:30). Con este anuncio a María, el Espíritu de Dios quiso afirmar la grandeza eterna del niño que ella iba a acostar en un pesebre. Ese Jesús, perseguido desde su nacimiento por el malvado Herodes, y más tarde despreciado por sus conciudadanos, hombre de dolores a quien se le infligió el suplicio de la cruz, era, es y será grande.
Mientras estuvo en este mundo corrompido, nunca cometió pecado (1ª Pedro 2:22), y no se halló engaño en su boca (Isaías 53:9). Será grande porque se humilló, él, el Príncipe de la vida, hasta la muerte infame de la cruz (Filipenses 2:8). Será grande porque, en medio de la ignominia, llevó la condenación del pecado de todos los que creen (Isaías 53:12).
Al reconocer esta grandeza, Dios elevó a su Hijo, el Hombre Cristo Jesús, a la gloria, y lo hizo sentarse a su diestra, en el lugar de honor y autoridad que sólo él podía ocupar: “Le coronaste de gloria y de honra” (Hebreos 2:7). Gracias a la obra de Jesús cumplida en la cruz, un día el cielo será lleno de todos los que, en la tierra, lo hayan honrado con su fe.
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