ÉXODO PARTE I/LA SALIDA DE EGIPTO/CAPÍTULO 4

Moisés volvió a replicar: ¡Por favor, Señor, envía a cualquier otro!
Moisés puso diferentes excusas para no asumir la tarea a la que estaba siendo llamado por Dios. La primera fue que él, como vimos ayer, no era nadie. La segunda, qué responderé cuando me pregunten. La tercera, no me creeran ni me escucharán. La cuarta, no tengo facilidad de palabra. La quinta, la definitiva, la más universal de todas, por favor, envía a cualquier otro.
Si partimos de la base de que todos somos llamados a ser agentes de restauración y constructores del Reino de Dios y de que vivimos en un mundo en que las necesidades de todo tipo, sociales, económicas, culturales, emocionales, materiales y espirituales -por mencionar sólo unas pocas- abundan por doquier, la falta de compromiso de los seguidores de Jesús con este mundo roto suena vergonzosamente como la excusa de Moisés al Señor, simple y llanamente, envía a otro y déjame en paz.
Naturalmente no somos tan bruscos, somos mucho más sutiles y sibilinos en nuestra respuesta a Dios y la envolvemos en un manto de piadosa religiosidad, de compromiso con actividades, de asistencia a la iglesia, de espiritualidad empalagosa que nos hace sentir satisfechos de nosotros mismos y justificar que le digamos al Señor que envíe a cualquier otro a ensuciarse las manos en un mundo roto.
Por favor, Señor, envía a otro, yo estoy demasiado centrado en mí mismo y mis necesidades pequeñoburguesas para poderme preocupar de otros.  

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