El criado le respondió:
— ¿Qué he de hacer si la mujer me dice que no quiere venir conmigo a esta tierra? ¿Tendré entonces que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste?
Abraham le respondió:
— ¡De ningún modo lleves a mi hijo allá! El Señor, Dios del cielo, que me sacó de la casa de mi padre y de mi país de origen, que habló conmigo y juró dar esta tierra a mi descendencia, enviará su mensajero delante de ti para que tomes allí esposa para mi hijo. Si la mujer no quiere venir contigo, quedarás libre de este juramento; pero ¡de ninguna manera lleves allá a mi hijo!
Este largo pasaje narra la manera en que Abraham, por medio de su criado Eliezer, encontró una esposa para su hijo Isaac. La búsqueda no era una cosa baladí ya que estaba en juego el cumplimiento de la promesa de Dios de que aquella tierra sería dada en heredad al propio patriarca y sus descendencia. Esta es la razón por la que tienen tanta importancia las palabras de Abraham, de ninguna manera lleves allá a mi hijo. Haberlo hecho hubiera significado poner en peligro el llamamiento y los planes del Señor.
Traspasándolo a nuestra realidad me hace pensar en la importancia de escoger nuestros compañeros de viaje y asegurarnos que no escojamos a aquellos que, de una manera u otra nos pueden apartar del llamado de Dios a ser agentes de restauración y constructores de su Reino.
Entre todos estos compañeros cobra singular importancia la persona con la que nos vamos a unir en matrimonio y que va a ser nuestro compañer@ de vida y la importancia de asegurarnos que, como bien previó Abraham al pensar en su hijo, no sea una persona que nos aleje del seguimiento de Jesús y nos lleve a volver a la tierra de la que habíamos salido y de la misión a la que habíamos sido llamados.
Gran decisión, sin duda, después de la de seguir a Jesús la más importante de nuestra vida.
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