HECHOS 59. EL MINISTERIO DE PABLO. EL TERCER VIAJE MISIONERO 9

HECHOS 21:1-15

1 Después de despedirnos de los ancianos de Éfeso, navegamos directamente a la isla de Cos. Al día siguiente, llegamos a Rodas y luego fuimos a Pátara. 2 Allí abordamos un barco que iba a Fenicia. 3Divisamos la isla de Chipre, la pasamos por nuestra izquierda y llegamos al puerto de Tiro, en Siria, donde el barco tenía que descargar.

4 Desembarcamos, encontramos a los creyentes[a] del lugar y nos quedamos con ellos una semana. Estos creyentes profetizaron por medio del Espíritu Santo, que Pablo no debía seguir a Jerusalén. 5Cuando regresamos al barco al final de esa semana, toda la congregación, incluidos las mujeres[b] y los niños, salieron de la ciudad y nos acompañaron a la orilla del mar. Allí nos arrodillamos, oramos 6 y nos despedimos. Luego abordamos el barco y ellos volvieron a casa.

7 Después de dejar Tiro, la siguiente parada fue Tolemaida, donde saludamos a los hermanos y nos quedamos un día. 8 Al día siguiente, continuamos hasta Cesarea y nos quedamos en la casa de Felipe el evangelista, uno de los siete hombres que habían sido elegidos para distribuir los alimentos. 9 Tenía cuatro hijas solteras, que habían recibido el don de profecía.

10 Varios días después, llegó de Judea un hombre llamado Ágabo, quien también tenía el don de profecía. 11 Se acercó, tomó el cinturón de Pablo y se ató los pies y las manos. Luego dijo: «El Espíritu Santo declara: “De esta forma será atado el dueño de este cinturón por los líderes judíos en Jerusalén y entregado a los gentiles[c]”». 12 Cuando lo oímos, tanto nosotros como los creyentes del lugar le suplicamos a Pablo que no fuera a Jerusalén.

13 Pero él dijo: «¿Por qué todo este llanto? ¡Me parten el corazón! Yo estoy dispuesto no sólo a ser encarcelado en Jerusalén, sino incluso a morir por el Señor Jesús». 14 Al ver que era imposible convencerlo, nos dimos por vencidos y dijimos: «Que se haga la voluntad del Señor».

Lucas, el autor del libro, narra todo el periplo del viaje de Pablo hacia Jerusalén. El pasaje que hoy he leído acaba con su llegada a Cesarea, puerto marítimo y ciudad construida, como su nombre indica, en honor de César Augusto.

Para mí no dejan de ser impresionantes y desafiantes las palabras del apóstol, ¿Por qué me desanimáis con vuestro llanto? Estoy dispuesto no sólo a dejarme encadenar, sino a morir en Jerusalén por la causa de Jesús, el Señor.

Podemos pensar que Pablo es un fanático, un radical, un descerebrado, que lleva las cosas la extremo, sin embargo, sus palabras me hacen pensar y nos deberían hacer pensar a todos ¿A qué estoy dispuesto por la causa de Jesús? ¿Qué precio puedo pagar, hasta dónde tengo la voluntad de llegar, qué cambios tengo el coraje de poner en práctica en mi vida?

Frente al aburguesamiento, la vida fácil, la vida en la que nuestros principios y valores son comprometidos a cambio de comodidad y bienestar, Jesús sigue invitándonos a unirnos a Él en la tarea de restaurar el universo a lo que debió ser y el pecado impidió, pero ¿A qué estoy dispuesto yo?

Un principio

No hay seguimiento de Jesús sin disposición a cambiar

Una pregunta

¿A qué estoy dispuesto yo?


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