—¡Estás loca!
Esta es la motivadora respuesta que recibió Rode en el capítulo 12 del libro de los los Hechos cuando anunció que el apóstol Pedro estaba a la puerta y que había sido liberado del encarcelamiento al que lo tenía sometido Herodes.
Aparte del aspecto anecdótico de cómo reaccionó la comunidad de seguidores de Jesús ante este hecho, lo importante, al menos para mí, han sido las lecciones que he tenido que considerar acerca de la oración, justamente cuando estoy a punto de marchar para el local -no la casa de Dios como algunos piensan, -pues Dios no habita en templos hechos de manos humanas- donde se reúne la comunidad que pastoreo para orar.
Un aspecto positivo de aquella comunidad fue que ante la necesidad, oraron. El texto dice que oraron por él en todo momento desde que fue apresado y sabemos también por el relato que estuvo varios días encarcelado.
Un aspecto negativo de aquellos seguidores de Jesús fue que uno se pregunta hasta qué punto esperaban realmente una respuesta, ya que en el momento en que está se materializó y el Señor concedió la petición ellos dudaron de que fuera verdad e incluso tildaron de local a la portadora de las buenas noticias.
No puedo dejar de pensar en mi propia vida de oración. ¡Qué fácilmente puede convertirse en algo total y absolutamente mecánico! ¡Qué fácil es orar sin esperar respuesta, sólo porque se trata de un deber religioso! ¡Qué rápidamente, cuando la respuesta viene, podemos racionalizarla y atribuirla a otras causas como la suerte, la casualidad, era normal que pasase y un largo etcétera!
Creo que sería saludable oírnos a nosotros mismos cuando oramos, hacerlo como si fuéramos evaluadores oficiales de la calidad de la oración y ver qué calificación obtendría la nuestra.
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