21 «El que me obedece y hace lo que yo mando, demuestra que me ama de verdad. Al que me ame así, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y le mostraré cómo soy en realidad.
22 Entonces el otro Judas, no Judas Iscariote, le preguntó:
–Señor, ¿por qué sólo te vas a mostrar a nosotros, y no a los demás?
23 Jesús le contestó:
–Si alguien me ama, también me obedece. Dios mi Padre lo amará, y vendremos a vivir con él.24 Los que no me aman, no me obedecen. Pero yo sólo les he dicho lo que mi Padre me envió a decirles, no lo que a mí se me ocurrió.
25 «Les digo esto mientras todavía estoy con ustedes.26 El Espíritu Santo vendrá y los ayudará, porque el Padre lo enviará para tomar mi lugar. El Espíritu Santo les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que les he enseñado.
Jesús introduce algo muy importante en estos breves versículos, el sinónimo amor y obediencia. El Maestro afirma en varias ocasiones que la mejor expresión de nuestro amor es obedecerle. Como es natural, y del mismo modo, también indica que la desobediencia es una muestra de desamor.
Para nuestra mente es difícil aceptar este planteamiento de Jesús. Lo es porque tenemos la tendencia a pensar en el amor en términos de emociones y sentimientos y, aunque le desobedezcamos, nuestros sentimientos hacia Jesús son positivos. Creemos que podemos amarle todo y que le seamos infieles, pero la realidad es que no es así.
De hecho, lo que Jesús me está diciendo es que una buena manera para mí de medir mi amor es medir mi obediencia. Tanto obedezco, tanto le amo. Al fin y al cabo el amor es costoso, a Jesús le costó su propia vida amarnos hasta el fin, por tanto, no es de extrañar que cuando queremos expresar nuestro amor por medio de la obediencia esto se presente, en ocasiones, como algo costoso, incluso doloroso.
Me ha ayudado entender que no hay amor sin dolor y que el dolor puede ser el precio que hay que pagar por amar.
Un principio
El amor puede ser costoso, incluso doloroso
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