La Abnegación.

Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.Romanos 5:6.

El buen pastor su vida da por las ovejas.Juan 10:11.

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Una periodista italiana había sido secuestrada en Irak y acababa de ser liberada. Pero de repente, cuando se dirigía al aeropuerto, estalló un tiroteo. Para salvarla, el policía que se ocupaba del caso utilizó su cuerpo como escudo… Él murió, pero ella sobrevivió. Esta mujer jamás olvidará el nombre de su salvador, a quien le debe la vida.

Este suceso nos hace pensar en una abnegación mucho más sublime y de alcance eterno; es la de Jesucristo, el Hijo de Dios. Todos los hombres son pecadores, y por eso merecen la muerte eterna, es decir, el alejamiento definitivo de Su presencia en los tormentos eternos, pues Dios es santo y no puede pasar por alto el pecado sin castigarlo. Entonces Jesucristo, por amor a cada uno de nosotros, descendió del cielo para sufrir el juicio de Dios en nuestro lugar. Como en él no hay pecado, era el único que podía llevar el pecado de los demás, y lo hizo. Cuando los hombres lo crucificaron, después de un juicio nada serio, las tinieblas sobrenaturales invadieron la tierra durante tres horas y la ira de Dios cayó sobre él. “Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él” (Isaías 53:5). Desde ese momento Dios perdona y da vida eterna a todos los que aceptan a Jesús como su Salvador.

¡Con agradecimiento y alabanza, acordémonos de Cristo, quien murió en la cruz para darnos la vida!


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