La elección (parte 3)

El buen camino. ¿Cuál es el buen camino?

Jesús les dice a sus discípulos en Juan 14 del 4 al 6: “—Y ustedes conocen el camino que lleva a donde voy.
—No, Señor, no lo conocemos —dijo Tomás—. No tenemos ni idea de adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?”

Me siento como Tomás la mitad de las veces. “Está bien, Señor, ya me detuve, estoy mirando, me dices que pregunte por el camino. ¿Pero cuál? No tengo ni idea adónde me llevas”.

Jesús le responde a Tomás: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie puede ir al Padre si no es por medio de mí”.

Detente. Mira. Pregunta. Aquí está la contestación. El camino no es una filosofía, ni un estilo de vida; no consta de una serie de pasos que dar; no se resume en planes y proyectos, ni siquiera buenas intenciones. El camino es una persona. El camino es Jesús.

El camino se trata de relacionarme con Jesús, de conocer a Dios. Y para hacerlo, debo detenerme.
Jesús se aparece en el sendero disfrazado del mendigo en la esquina o el predicador del domingo; se presenta en mis gozos y tristezas como el dador y el consolador. Pero cuando no me detengo, lo paso por alto. Ocurre a diario cuando voy de la casa al trabajo. No me detengo y no me entero de una nueva tienda. No me detengo ni siquiera para ayudar a alguien en problemas.

Pero si algo me aterra se resume en no detenerme y pasarme de largo y no mirar a Jesús.
Detente. Mira. Pregunta.

No la novedad del momento. No lo más moderno. Más bien lo antiguo, lo dicho hace más de dos mil años. Un camino. Una persona. Una relación.


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