*** La Gracia ***


“El Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10).
¿Cuándo se elevará el corazón del hombre, aunque sólo sea con el pensamiento,
a la altura de la gracia y de la paciencia de Dios?

El amor en Dios, no algún atractivo en el hombre pecador, explica
la rebosante liberalidad de su aceptación en Cristo.

La manera en que el hombre natural comprende la misericordia no se centra
en el hecho de que Dios quita el pecado por medio del sacrificio expiatorio
del Señor Jesús, sino en que trata el pecado con cierta indiferencia:
¡Eso no es la gracia!

Nada se regala en “la provincia apartada” ni aun las algarrobas que comen
los cerdos. Satanás todo lo vende y a un precio muy elevado.
El precio es nuestra alma. Se necesita comprar todo.

El principio del mundo es éste: «nada es gratuito».
Para encontrar a alguien que dé, hace falta
venir a Dios.

La gracia no conoce fronteras, ni límites. Por más culpables que seamos
(y no podemos ser peores), no obstante, Dios es amor para con nosotros.

Su gracia es siempre más incomprensible para mí. Por el hecho de que Cristo
llegó a ser Hombre, esta gracia se liga de una manera tan sorprendente a
todas las fibras y a todas las necesidades de nuestros corazones, que nos
lleva a una condición que nadie puede conocer sin encontrarse en ella.
Sin embargo, en esta posición, no somos nada, aunque unidos a Aquel que
lo es todo.
Ahora bien, no ser nada, es un estado precioso entre todos.

La ley puede torturar nuestra conciencia, pero la gracia nos humilla.

“Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
Encontramos dos verdades en este pasaje: primero que el pecador está sin
fuerzas y sin recursos; luego, que Dios está a favor de él.
Al igual que el hijo pródigo, dilapidó todos sus bienes; por eso,
cuando volvió en sí y se disponía a regresar a su padre, no tenía nada
que llevarle.
Todos sus bienes, como los de un marinero náufrago, habían sido arrojados
por la borda, todo se fue a merced de las olas; él mismo, luchando contra
las oscuras oleadas, es arrojado sobre la playa, agotado, desposeído,
sin tener nada. ¡Pero, alabado sea Dios, en medio de nuestra angustia,
en esta playa lo encontramos a Él; y está allí para nosotros! Además,
sabemos que no seremos rechazados y que podremos contar con todas las
bendiciones que Dios tiene para darnos.
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
(Romanos 8:32).

Lo que me da el sentimiento de la enormidad del pecado, es lo
inconmensurable de la gracia que lo quitó.

“Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia
en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:7).
Es así como los ángeles, que son “los principados y potestades en
los lugares celestiales” (Efesios 3:10), aprenderán a conocer las
abundantes riquezas de su gracia.
¡Verán al pobre malhechor (Lucas 23:40-43), a la mujer de la ciudad que
era pecadora (Lucas 7:37) y también a nosotros, en el mismo lugar
y en la misma gloria que el Hijo de Dios!

La palabra del Maestro: “Buen siervo y fiel” (Mateo 25:21), resuena
como dulce melodía en los oídos del redimido, pero sobre todo es apreciada
por aquel que sabe que sólo la gracia puede darnos uno u otro de
esos caracteres.


Fuente : J. N. Darby


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