LA LENGUA…

Este artículo tocará llagas…

En algunas ocasiones, a causa de mis escritos se ha levantado un poco de polvo entre los que me leen. Como expliqué en una oportunidad, nunca ha sido mi intención provocarlo. Sin embargo se ha dado una mala interpretación de la crítica. Es razonable. La crítica se acepta. Hay algunas que son mordaces… otras inspiradoras. Pero sea lo que sea, estamos enseñados a aceptar la opinión de los demás. Nunca habrá dos personas que piensen igual. Yo soy un ejemplo vivo de eso. Mi estilo de enseñar la Palabra de Dios es pragmático. Directo. Sin pelos en la lengua. No legalista pero sí franco y frontal. No me tiembla el pulso cuando se trata de enseñar las grandes Verdades de la Palabra. Eso me ha creado cierto rechazo pero bien vale la pena si es por Cristo. Tenemos un grave problema cuando no aceptamos con fidelidad lo que la Palabra nos pide. Y una de esas cosas difíciles de aceptar es no murmurar de los demás. El chismorreo es algo que cuesta erradicar hasta que uno es golpeado por las mismas palabras que han salido de nuestra boca. La lengua, dice Santiago, es como el timonel del barco. Algo pequeño dominando algo grande. Es capaz de encender grandes fuegos… El chismorreo es mal comprendido. No hemos valorado todo lo que se mueve cuando soltamos la lengua y juzgamos a los demás. Alguien me escribió esto: Entiendo que el chismorreo lastima a los demás, pero dígame, ¿cómo nos lastima a nosotros mismos?
Aparte de la naturaleza obviamente hiriente del chismorreo, del que lastima a las personas de las cuales se  está chismeando, estamos causando un daño irreversible a nosotros mismos, de dos maneras: Cuando chismorreamos sobre otra persona, toda bendición que está sobre nosotros, la energía que obtenemos de nuestras acciones amables, influencias positivas, generosidad, conexión con el Creador, etc., se transfiere inmediatamente a la persona acerca de la cual estamos chismeando. En otras palabras, podemos hablar de quien queramos, pero el precio que pagamos es la retribución que obtenemos por nuestro diligente trabajo espiritual. Es casi como una bonificación que hacemos a la persona de la cual estamos hablando. Es irónico, ¿verdad?
Así que si te encuentras trabajando duramente en un nivel espiritual pero sientes que obtienes pocos resultados, puede ser que te hace falta comprobar cuál es el grado de tu chismorreo. No estoy diciendo que sea la única explicación para no sentirse vigorizado en este camino, pero es un factor importante. El segundo es un peligro más sutil. Si estás chismorreando sobre otras personas, las estás juzgando. Y todo el juicio que les dirigimos regresa a nosotros. No hay forma de huir de eso. No hay ningún juicio que pueda venir a nosotros que nosotros no hayamos dirigido antes a otras personas. De la misma forma, si te encuentras siendo juzgado innecesariamente, pregúntate a quién y cuánto has estado juzgando. La conclusión final es que tendemos a infravalorar el poder de nuestras palabras. Lo que sacamos hacia fuera regresa a nosotros, y sin domicilio del remitente. Esta semana, controla tu lengua. Piensa dos veces antes de hablar. Piense por un momento en este principio: «Ojalá fuéramos tan cuidadosos con lo que sale de nuestra boca como lo somos con lo que entra».

 


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