LE PEDIMOS A DIOS, PERO ¿LE ESTAMOS DANDO ALGO A CAMBIO? PARTE II

Por: Esequiel Guerrero Marte

Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante”. Lucas 6:38a. (NVI).

Abraham se levantó muy de mañana para tomar un largo viaje. Debía llegar al monte Moriah para realizar un sacrificio que para él resultaba descabellado, pero no había otra salida que obedecer. Dios le había encargado que sacrificara a lo que más amaba y ¿Qué podía hacer? Por lo que hizo los preparativos y de madrugada emprendió la larga caminata hacia el monte. Dos siervos y su primogénito iban con él, pero ninguno de ellos conocía la magnitud de la ceremonia.

Quizás en el camino no emitió palabra alguna. Un lúgubre silencio se cernía en medio de la procesión. ¿Qué estaría pensando Abraham? Tal vez muchas cosas que, mientras más mente le daba, lo único que le sobresaltaba eran más interrogantes. ¿Cómo era posible que Dios le pidiera que sacrificara a su propio hijo, el único heredero, en quien se cumpliría la promesa y al que a duras penas, por un milagro, pudieron tener?

Estoy seguro que por tal razón no le dijo nada a nadie, incluso a su esposa. ¿Puede usted imaginarse la reacción de Sara al escuchar que su hijo iba a ser sacrificado, quemado al fuego? ¡Enloquecería! Tomaría a su hijo y se encerraría con él en algún lugar para que no lo encontraran o se iría lejos pensando que todos, hasta el mismo Dios, se habían vuelto locos.

Hay que poseer una firme convicción, una confianza absoluta para entregar todo lo que tiene, lo que está al alcance de la mano, lo que puede palpar, oír, ver, lo único que te da una razón de vivir, por algo que todavía es una promesa y que quizás no lo veas cumplido porque el tiempo no te dé para verlo. Es difícil entender aquello que está opuesto a la cognición humana. Debo dar lo que más amo, por una promesa que está basada simplemente en creer que algún día se efectuará.

Cuando llegaron, Abraham caminaba sin hablar hasta que Isaac rompió el silencio. Había algo que no estaba bien. Algo faltaba. Anteriormente, en los sacrificios que frecuentaba ir, veía que llevaban fuego, leña y los animales que se utilizarían como víctimas u ofrendas. Pero, en este caso, sólo llevaban la leña y el fuego. ¿Dónde estaba el animal para el sacrificio? Esto lo puso a pensar. Quizás se dijo en sus adentros: ¡Esto huele raro! Por lo que, para salir de dudas, le formula una justificada pregunta.

– Padre, creo que olvidaste algo – dijo Isaac – . ¿Dónde está el animal a sacrificar? – Dios se proveerá de cordero, hijo mío – respondió Abraham. (Gen. 22:8 Reina Valera 1960). En otras versiones de la Biblia, “se proveerá” es traducida como: “Dios se encargará de proveer el animal para el sacrificio”.

Abraham sabía con certeza, que Dios no lo dejaría volver sin su hijo. Por tal razón le dice a sus criados que se quedaran en un lugar, mientras él y su hijo sacrificarían en el monte y volverían luego de sacrificar. Él sabía con toda seguridad, que Dios le devolvería a su hijo aún después de muerto y regresarían a la casa. Abraham creía que su hijo resucitaría desde las mismas cenizas, porque en él estaba el cumplimiento de la promesa divina, de que su descendencia sería como la arena del mar. ¡Esto le fue contado por justicia! Dios probó a Abraham ese día. Él conocía el corazón de su siervo, también sus pensamientos. Pero era necesario probar su actitud, antes de entregarle la bendición.

Le pedimos tanto a Dios, pero ¿Qué le damos a cambio? Creemos que el Señor debe satisfacer todos nuestros caprichos, llenarnos de abundancia material y espiritual, cuidar nuestros hijos, nuestros negocios, nuestras propiedades, ¡Todo! Pero, ¿Qué le damos a Dios para que Él nos bendiga y nos guarde? ¿Le damos al Señor lo que nos exige sin chistar? Abraham no cuestionó a Dios. Siguió al pie de la letra lo que Él le ordenó, porque sabía que si él abre sus manos (símbolo del corazón) para darle a Dios, esta actitud lo movería a actuar a su favor. ¡Y lo hizo! No nos llevemos de las películas de Hollywood, donde se ve a Abraham enojado contra Dios y discutiendo. Abraham actuó en fe y esta fe fue recompensada.

Pero, en realidad, ¿Qué es lo que debemos darle a Dios? ¿Qué Él nos exige? Lo podemos encontrar en su Palabra. Deuteronomio 10:12-13, dice lo siguiente:

“… ¿qué requiere de ti el Señor tu Dios, sino que temas al Señor tu Dios, que andes en todos sus caminos, que le ames y que sirvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y que guardes los mandamientos del Señor y sus estatutos que yo te ordeno hoy para tu bien?”. (La Biblia de las Américas).

Se necesita una entrega total. Eso es lo que Dios exige de nosotros. Que le amemos con todo el corazón por encima de todas las cosas. El vivir una vida plena en el Señor, nos hace entender el propósito por el cual estamos en este mundo. Fuimos hechos para que adoráramos y sirviéramos en todo momento al Dios todopoderoso. Pero esta entrega requiere sacrificio y esto es lo que lo torna difícil para muchos.

Si sabemos que estamos destinados a adorarle y que nuestra vida le pertenece única y exclusivamente a Él, ¿Por qué no le adoramos? ¿Por qué no nos entregamos entonces? Cuando vamos a la iglesia, nos convertimos en espectadores y no adoradores, se nos hace difícil alabar y glorificar a Dios, no le buscamos a profundidad, no le estamos dando lo que le prometimos. No cumplimos con la otra parte del trato, pero queremos que el Señor cumpla la suya. Oramos para que nos bendigan, para que nos contesten nuestras peticiones, para que nos suplan de lo que nos hace falta, pero olvidamos que debemos dar para recibir.

En el capítulo 6 verso 33 de Mateo la Palabra de Dios dice:

“Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Mateo 6:33. Biblia de las Américas.

Hoy nos hemos empecinado a pedirle a Dios riquezas materiales, lujos, viajes, negocios y otras cosas más que satisfacen nuestro ego y vanidad. Creemos que nuestras oraciones deben centrarse sólo en pedir lo que me constituye poder y fuerza personal. Sin embargo, eso no es la prioridad de Dios para con nosotros. La prioridad máxima de Dios, es sostener una comunión íntima con sus criaturas. La salvación es el tesoro más grande que nosotros deberíamos anhelar y el gozo del Señor en nuestros corazones, es el primer deseo que debería inundar nuestras almas. Cuando nuestros nombres se encuentren reconocidos en el reino de Dios y nuestra relación personal con nuestro Creador sea estable, entonces todas estas cosas van a ser añadidas. ¿Cuáles son estas cosas? Lo que permite tener una vida llena de bienestar en Dios.

Buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, significa que nuestro Dios debe ocupar el primer lugar de mis sentimientos, de mis deseos, de mis pensamientos. Buscar a Dios es reconocerle como dueño de su vida y agradarle es su mayor anhelo. Una búsqueda constante, vivir una vida de santidad, ocupándonos sólo en servirle y hacer su voluntad, es lo que Él requiere de nosotros, para que disfrutemos sus bendiciones.

Sin embargo, he estado mirando cómo las gentes se convierten al Señor, sólo porque están llenos de problemas financieros y se acercan a Dios para que él le resuelva. Llegan a la iglesia, porque escuchan que Dios los puede hacer millonarios de la noche a la mañana, le puede dar casas, vehículos, fincas y negocios prósperos. ¿Quién no quiere ser rico y próspero? Todos queremos serlo. Pero lamentablemente, Jesús no vino a llenarnos de riquezas materiales. Él vino a reconciliar con su Padre a la humanidad que se había perdido.

Ahora, esto no quiere decir que Dios no de riquezas a la gente. Sí, Él da riquezas a las gentes pero en el tiempo que Él vea que estemos preparados para ello y que dicha “bendición” no afecte en ningún sentido, la relación existente entre ambas partes. Dios no quiere que nadie viva en miseria, ni en problemas financieros, ni nada que les perturbe la paz a sus hijos. Por tal razón, nos manda confiar en Él, esperar en Él, buscar primero su rostro. Luego entenderemos, que vivir para agradar al Señor es mucho mejor que cualquier cosa material que podamos tener. Cuando nos entreguemos por completo y reconozcamos a nuestro Salvador como el absoluto de nuestras vidas y le amamos en espíritu y en verdad tanto en las buenas como en las malas, entonces Él abrirá los cielos y hará llover lluvia temprana y tardía, para que moje nuestras sequedades, convirtiendo nuestros campos fructíferos y nuestros graneros llenos de todas las bendiciones del Altísimo.

Dios nos pide una entrega total. Eso es lo que exige de nosotros para entregarnos lo que queremos, recordando que no es en nuestro tiempo, sino en el tiempo de Él. Ante todo, la mejor BENDICION que tenemos hoy, es que somos sus hijos por medio de la reconciliación que hemos recibido a través del sacrificio de Jesucristo el Hijo de Dios.

Recuerda: debemos dar, para luego recibir.

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