LEVÍTICO PARTE III/ NORMAS SOBRE LA PUREZA E IMPUREZA RITUAL/ CAPÍTULO 16

Di a tu hermano Aarón que no debe entrar al santuario en cualquier fecha penetrando detrás del velo, ante la cubierta de oro que está sobre el Arca, no sea que muera.

Aarón era el sumo sacerdote de Israel pero ni siquiera él tenía libre acceso al lugar santísimo, donde estaba el Arca de la alianza, donde residía la presencia de Dios. Tan sólo el día de la expiación, el más sagrado de todo el calendario, podía tener ese privilegio. El resto del año el lugar santísimo le quedaba vedado y no digamos al resto del pueblo.

Al leer esto ha venido a mi mente el libro de Hebreos que, en muchas cosas, tiene un claro paralelismo con el de Levítico. El contraste es brutal y demoledor ya que por medio de Jesús tenemos acceso 24/7 a la mismísima presencia del Dios que ha creado y sustenta todo el universo. Todos los que somos seguidores de Jesús tenemos la posibilidad de entrar en el lugar santísimo sin ningún tipo de restricciones ni limitaciones, en todo momento, en todo lugar, para cualquier cosa.

A través de Jesús y su sacrificio se nos ha concedido la oportunidad de tener una relación permanente y constante con Dios, más aún, ya no tenemos la necesidad de acercarnos a ningún templo, todos los lugares sagrados han desaparecido porque el mismísimo Señor ha venido a vivir -de forma espiritual y, sin duda, incomprensible para nosotros- a nuestras vidas convirtiéndolas, como dice el apóstol Pablo, en templo de Dios. 

Vivimos, por tanto, constantemente en el lugar santísimo ¡Qué privilegio! ¡Qué responsabilidad de vivir en santidad!

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