LOS POSTREROS DÍAS

Para hablar de los postreros días, primeramente debemos determinar a cuales postreros días nos estamos refiriendo. Para ello, previamente voy hacer una breve síntesis del orden cronológico que establece la Biblia, para los acontecimientos finales.

El período de la iglesia está comprendido dentro del día de la gracia, que comienza con la cruz de Cristo y el descenso del Espíritu Santo, y se extiende hasta que llegue la plenitud de los creyentes que constituyen Su esposa.

Cuando el último cristiano sea incorporado como piedra viva a ese gran edificio espiritual que es Su iglesia, entonces el Señor vendrá en las nubes a buscarla. Tendremos ese encuentro con nuestro Salvador en el aire, como lo asegura 1Ts.4: 17 «seremos arrebatados …en las nubes para recibir al Señor en el aire».

Una vez que ese gran edificio espiritual sea quitado del escenario de este mundo, y el Señor haya trasladado Su esposa a las moradas celestiales y puesto en lugar seguro, en aquel momento, el mundo estará listo para recibir los justos juicios de Dios.

Los días finales de la iglesia aquí en la tierra, son aquellos que anteceden a la gran tribulación. El día de la gracia concluye con el arrebatamiento de la iglesia, y en ese instante comienza el día de los juicios de Dios, conocidos también como el día de la gran tribulación.

Dice en Rm.11:25-26 «hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo». Una vez que el número de creyentes que forman la iglesia esté completo, haya llegado a su plenitud, entonces comienza la gran tribulación aquí en la tierra, período que se extenderá por siete años.

Durante ese tiempo de angustia, Dios entrará en tratos nuevamente con la nación de Israel, y ellos serán salvos por «perseverar hasta el fin», como lo afirma Mt.24: 13.

En el Antiguo Testamento Dios habló por medio de figuras y símbolos. En la experiencia de los tres amigos de Daniel, cuando fueron lanzados al horno de fuego por rehusar adorar la imagen que había mandado construir Nabucodonosor, y el Hijo de Dios vino hasta ese lugar para rescatarlos; hayamos una figura muy gráfica de cómo Israel irá a ser salvo en aquellos días de la gran tribulación.

Por lo tanto, los postreros días para la iglesia difieren radicalmente de los postreros días para Israel. Están separados en el tiempo, para la iglesia son aquellos que preceden a la gran tribulación. Y para Israel son los días de angustia que los profetas anunciaron en el Antiguo Testamento, para durante la gran tribulación.

Además las características son diametralmente opuestas. La Biblia predijo que los postreros días para la iglesia aquí en la tierra serían de prosperidad y riquezas materiales, pero de una profunda corrupción moral.

Por ejemplo, en Apocalipsis capítulos dos y tres, donde Dios nos entrega un breve recuento de las diferentes etapas por la que pasaría la iglesia aquí en la tierra, dice describiendo el último período, el de Laodicea, Ap.3: 15-17 «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo».

La iglesia de los postreros días, será una que le produce náuseas al Señor («te vomitaré de mi boca»), porque la corrupción moral a consecuencia de las riquezas materiales que ha acumulado y de la forma que las ha obtenido, es algo que la santidad de Dios considera repulsiva y nauseabunda.

En los capítulos 17 y 18 de Apocalipsis hace una alusión muy detallada de las riquezas que el sistema religioso mundial acumuló, y que todas las iglesias que se adhirieron a esa corrupción también participaron, denunciando a todos los que «fornicaron» con ella.

Es muy fácil apuntar quién es la Gran Ramera que denuncia Ap. 17: 4 «vestida de púrpura y escarlata, y adornada de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de las abominaciones y de la inmundicia de su fornicación». Porque hasta las Biblias católicas, en su interpretación oficial que se añade en cada página, así lo confirman.

Por ejemplo, una de las versiones más populares que tienen en nuestros días es la Biblia de Jerusalén, y dice en el comentario sobre este pasaje (página 1782): «Las siete cabezas son las siete colinas de Roma». Y en el contexto (página 1781) dos veces más confirma que «Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra», dice: «Babilonia aquí representa a Roma».

Decía que es muy fácil identificar al sistema romanista, pero no debemos olvidar que también está denunciando a los que «fornicaron con ella». Quizás la evidencia más pública de esa unión poligámica y la alquimia religiosa que se ha desarrollado, es el «Consejo mundial de iglesias», que se gestó en las entrañas mismas de Roma y Juan XXIII había fomentado; para que finalmente el Concilio Vaticano II diera a luz. Hoy aglutina a la mayoría de las iglesias que se auto denominan «evangélicas».

En Ap.18: 10-19 precisa las enormes riquezas mal habidas que usufructuaron: «mercaderías de oro, de plata, de piedras preciosas, de perlas, etc.» Pero seguramente lo que más llama la atención de entre las mercancías que traficaron, es la que dice en el vr. 13 «almas de hombres».

Este tráfico de almas que efectúan los líderes y los sistemas religiosos del mundo que denuncia la Biblia, va mucho más allá de la venta de indulgencias, cuando los romanistas vendían el perdón de los pecados, aún por aquellos que todavía no cometían, es decir les vendía una licencia para pecar.

Comprende además la venta de la liberación de las almas de aquellos que dicen que están en el Purgatorio. Roma siempre ha «negociado» los años de permanencia de aquellos que supuestamente, sus almas están sufriendo en ese lugar que ellos inventaron, por medio de las donaciones generosas que sus fieles les entregan.

Incluye también el pago de «mandas» y las demás prácticas inmorales que los «discípulos» de Roma han desarrollado, abarcando el cobro indebido del diezmo con que han atemorizado y envuelto con poderosas redes de la superstición. Todo lo bueno que les puede acontecer, les enseñan que es fruto de su obediencia al pagar puntualmente esa obligación con Dios (no con «ellos»). Y todo los malo que les suceda (enfermedad, perdida de un ser amado, etc.) es consecuencia de haberle «robado a Dios».

La lista de practicas mercantiles que se utilizan dentro de lo que debería ser la casa de Dios, es enorme: el remedo de «las primicias»; venta de entradas para asistir a «seminarios o congresos», festivales de la canción, ventas de números de rifas, comestibles varios, etc.

Nada de esto debe asombrarnos, porque Dios nos advirtió claramente cómo habrían de ser los postreros días de la iglesia aquí en la tierra. 2Tm.3: 1-5 «en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos…que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita».

¿Por qué hay que evitarlos? Porque están dentro de muchas iglesias, son líderes y pastores. Por ésta razón nos advierte que tendrán apariencia de piedad.

Continúa en el vr.13 y en el capítulo 4: 3-4 «mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados». «Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas».

En conclusión, los postreros días para la iglesia, son aquellos que anteceden a la gran tribulación. Período en el cual logran muchas riquezas materiales, enormes edificios, gran respeto y reverencia de los inconversos; como lo advirtió el Señor en Lc. 6: 26 «¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Porque así hacían sus padres con los falsos profetas». Porque esta etapa de la iglesia, estará acompañada de gran corrupción, encabezada por sus propios líderes.

Pero los postreros días para Israel, comienzan justamente con el arrebatamiento de la iglesia y la secuencia de los juicios de Dios, durante los siete años de la gran tribulación.

A lo largo de toda su existencia, Israel ha sufrido el odio y la persecución por ser el pueblo escogido de Dios. El Señor ha permitido esos éxitos parciales de sus enemigos, como una manera de disciplinar a Israel y llamarlo al arrepentimiento, porque indiscutiblemente también ha sido un pueblo contumaz y rebelde.

Pero ninguna de sus angustias y opresiones que ha sufrido a través de su historia, puede ser comparable con la que le aguarda durante ese período de la gran tribulación.

Dice Jeremías 30:7 «¡Ah, cuán grande es aquel día! Tanto, que no hay otro semejante a él; tiempo de angustia para Jacob; pero de ella será librado». Juntamente con la descripción de la dureza de esos días, viene el anuncio de su liberación.

Gran parte del Antiguo Testamento revela ese juicio, pero al mismo tiempo el perdón divino que será objeto, y la restauración gloriosa de Israel en medio de las naciones.

Jerusalén vendrá a ser la capital del mundo, y ese pueblo que ha sido perseguido a través de los siglos, nunca jamás volverá a ser humillado. En la ley de Moisés Dios hacía este anuncio, Dt.28: 13 «Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola».

Incluso nos revela con mucho detalle, que después de esos siete años de la gran tribulación, el Señor mismo someterá a juicio a todas las naciones, castigando o favoreciendo según sea el caso, de acuerdo a cómo cada una de las naciones trató a su pueblo escogido, Israel.

Joel es muy específico para describir este glorioso acontecimiento, Jl. 3: 2 «reuniré a todas las naciones, y las haré descender al valle de Josafat, y allí entraré en juicio con ellas a causa de mi pueblo, y de Israel mi heredad, a quienes ellas esparcieron entre las naciones y repartieron mi tierra».

Ezequiel cap. 40 al 43 nos anticipa el tiempo cuando Dios levantará un templo para Israel aquí en la tierra, donde además menciona los sacrificios de la ley que durante el milenio se volverán a realizar (Ez. 43: 19-27).

Pero no debemos olvidar que la iglesia es llevada por el Señor a las mansiones celestiales, antes del comienzo de la gran tribulación, y en esas moradas no existe templo. Ap. 21: 22 luego de describir la Nueva Jerusalén, la ciudad celestial donde permanecerá la iglesia, dice: «Y no vi en ella templo».

Porque el templo terrenal y la ley, siempre han sido y serán para Israel, su pueblo terrenal; no para la iglesia, que es su pueblo espiritual y con promesas celestiales.

Es importante también destacar cuando Joel hace alusión a los postreros días de Israel, dice en Jl. 2: 18 «Y Jehová, solícito por su tierra, perdonará a su pueblo». Y luego continúa en el mismo capítulo dos describiendo la prosperidad terrenal que le aguarda a Israel dentro del consorcio de las naciones.

Al final de los vrs. 26 y 27 respectivamente, añade: «y nunca jamás será mi pueblo avergonzado». En ese tiempo de la restauración final de Israel, cuando nunca jamás, ninguna nación vuelva a humillar, a perseguir ni aplastar a Israel; es que entrega esa profecía que ha sido terriblemente distorsionada, por haberla extraído de su contexto y anexada a una época que no corresponde.

Inmediatamente después del anuncio que llegará ese tiempo cuando Israel, nunca jamás será avergonzado, derrotado por sus enemigos; cosa que bien sabemos será únicamente después de la persecución final que será objeto durante la gran tribulación, y que concluye con la guerra del Armagedón. Dice en el verso siguiente: (28) «DESPUÉS DE ESTO derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones».

¿Por qué Pedro aplicó este versículo para sus días?, cuando dice en Hch. 2: 16 «esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños… Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, Grande y manifiesto».

Los discípulos del Señor estaban aguardando solamente ese día del Señor, Grande y manifiesto, cuando estableciera su reino milenial en la tierra. Hch.1: 7 «Entonces los que se habían reunido (después de la resurrección del Señor), le preguntaron: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?».

Ellos nada sabían de la dispensación de la gracia ni de la iglesia que habría de establecer en la tierra. Eso fue hasta ese tiempo, un misterio escondido, algo que no fue revelado en el Antiguo Testamento. Ef. 3: 9 «la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios».

Si la nación de Israel hubiera aceptado en ese momento a Jesús como a su Mesías y Salvador en forma nacional, se habrían cumplido TODAS las profecías descritas en Joel y en el resto del Antiguo Testamento. Habría llegado ese día Grande y manifiesto que el Señor les había revelado en la antigüedad; habrían comenzado los juicios y el Señor hubiera iniciado su reino milenial en ese instante.

Por este motivo Pedro, citando no solamente lo dicho por el profeta Joel en cuanto a los sueños y visiones, hace referencia también a los juicios que él y todos los discípulos esperaban que comenzaran en ese momento: «señales, en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas»; que es uno de los juicios que sucederán durante la gran tribulación y lo confirma Ap.6: 12.

Pero nada de eso aconteció: Israel no aceptó a Jesús como a su Mesías y Salvador, ni comenzaron los juicios de la gran tribulación. Aunque hubo un cumplimiento parcial de esa profecía de Joel, porque algunos judíos realmente se convirtieron y hablaron en diferentes idiomas para testimonio de los de su nación, que se habían congregado en Jerusalén y que habían venido desde los lugares más apartados del mundo para esa ocasión.

Posteriormente el apóstol Pablo en 1Cor.14: 21-22 viene a confirmar que esa señal era para Israel: «En la ley (la iglesia no está bajo la ley) está escrito: En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo (Israel); y ni aun así me oirán, dice el Señor. Así que las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos». A los incrédulos de la nación de Israel, y aun así no creerán.

La iglesia en sus comienzos estaba constituida por judíos, pero aun a ellos, a quienes les había sido otorgada esa señal, les recuerda que sería una locura que utilizaran las lenguas dentro de la iglesia, donde estaban los creyentes, porque había sido entregada para los judíos que no conocían al Señor. (vr.23) «Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan lenguas, y entran indoctos e incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?».

Pero el endurecimiento de Israel no fue algo que tomara por sorpresa al Señor, sino que el Soberano y Eterno Dios usó ese endurecimiento y rechazo de Israel, para insertar el día de la gracia.

Fue allí que abre ese gran paréntesis para introducir e implantar el período de la iglesia aquí en la tierra, trayendo bendición y abriendo la puerta de la salvación para el resto de las naciones.

Por lo tanto, la Biblia establece con mucha claridad que los postreros días de la iglesia, difieren absolutamente de los postreros días de Israel. No solamente en sus características tan opuestas, sino que además en el tiempo están separados por los acontecimientos señalados para el período de la gran tribulación.

Los postreros días de la iglesia son de prosperidad y riquezas terrenales, pero empañados por una gran corrupción moral, y ellos concluyen con el arrebatamiento de la iglesia, dando inicio aquí en la tierra a la gran tribulación.

En cambio los postreros días de Israel, será tiempo de angustia y persecución, que comenzarán con los siete años de la gran tribulación, y terminan con la instauración del reinado milenial de Cristo aquí en la tierra, cuando «el lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey», como dice en Is. 65: 25.

Que el Señor nos otorgue sabiduría para interpretar correctamente su Santa Palabra, y nos conceda un corazón agradecido para apreciar mejor la dimensión de su infinita misericordia para con nosotros, que estábamos lejos del pacto de sus promesas. Que así sea, Amén.
Por Jack Fleming
http://www.estudiosmaranatha.com/


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