Pureza Sexual ….. ¿CUÁNDO ACABARÁ MI LUCHA CONTRA LA LUJURIA SEXUAL?

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Compartiendo unos sorbos de café con un soldado atribulado de este bendito Ministerio, ambos pudimos sentir aquella “presencia” que entró por la puerta para avasallar el lugar.  No tuvimos que enfocar la mirada hacia la puerta, ni en dirección a la caja dónde se disponía a pagar un artículo.

Miré fijamente al compañero soldado a sus ojos y sin pronunciar palabra, sin hacer gesto alguno, le “dije” en silencio que sabía sobre su lucha; que la conocía tan íntimamente como si fuera parte de mi sangre y de mis huesos.  Era la cruenta lucha de la mirada que quiere perderse entre las oleadas de una lujuria que no te suelta y que entre más te embate, más te seduce con sus proposiciones de muerte.  Seguí mirándolo, sin moverme, sin desviar la mirada ni un ápice, como si jugara el juego infantil donde gana el que no cambia el gesto ni permite que sus párpados se cansen.

Así, sin hablar, sin abrir la boca, abrí mi corazón a aquel hombre que se tambaleaba como una hoja en medio de la ventisca, casi al punto de ser controlado por sus ojos. “Sí, te entiendo.  Yo también la he “sentido” sin mirarla; he podido percibir cómo todo el ambiente se saturó con su energía anestesiante, con su erotismo al caminar y su lenguaje sensual apabullante.  Sí, también mi corazón se debate entre ceder ante los impulsos de mi carne y embriagarme con la mirada, o levantar altar de sacrificio a Dios, para decirle a mi Padre que aunque mi carne quiere enlodarse en la lujuria sexual, mi espíritu sólo anhela perderse entre Sus brazos y honrarle con mi pureza.  Sí, aunque quiero ceder, hoy mi amor por Dios prevalece…”

Verás, lo que este incidente refleja es ese mecanismo visual súper afinado que tenemos los hombres –y muchas mujeres– para detectar con la esquina de nuestra pupila, antes de que pase frente a nosotros, una mujer que nos resulte atractiva.  Jocosamente –como para quitar algo de la presión y sufrimiento que este mecanismo acarrea– le he llamado el “scanner”.

Y este bendito “scanner” sí que nos ha metido en problemas.  ¿Cuántas han sido las veces que ese gesto de mirar descontroladamente nos ganó múltiples codazos de nuestras esposas o acompañantes, o la mirada de censura del público que nos rodeaba cuando cedimos antes los impulsos de nuestros ojos y nos dedicamos a “scannear” a mujeres como si fueran objetos sexuales? Muchos hemos perdido la cuenta.

Regresando al café que compartía con mi compañero de luchas, finalmente las palabras salieron para quebrantar el silencio y la tensión del momento.  Aquel soldado me dijo con tono abrumado: ¿Cuándo acabará esta lucha contra la lujuria sexual?  ¿Cuándo será el día que una mujer entre a un lugar como este y no tenga que vivir la agonía de mirar o no mirar?

Las palabras de aquel soldado de Cristo me eran tan familiares, estaban tan cercanas a mi corazón, porque en miles de ocasiones me las repetí en medio de mis batallas y las escuché de otros valientes que buscaban agradar a Dios con su pureza.  ¿Cuándo cesará la lucha?  ¿Cuándo vendrá el día que el sexo no nos atormente la mente y la carne?

El problema con estas preguntas es que las mismas no “dan en el clavo” sobre lo que realmente tenemos ante nosotros.  Por eso, al oir a este amado soldado, se dibujó una sonrisa en mi cara mientras seguí atento a su rostro, que se hundía en la oscuridad de su café y quería traspasar la mesa, como si estuviera preso de un peso insoportable.

Entonces, se abrió mi boca para decirle: “Aunque no tengo ningún fundamento bíblico, pienso que esta lucha se acabará cuando el Señor nos llame y vayamos subiendo al cielo, por la segunda nube…”  

A mi compañero soldado no le agradó el chiste, ya que no dejó de zambullirse en la oscuridad de su taza de café.  Pero no desaproveché la oportunidad para decirle:  “Lo que ocurre es que nos hemos enfocado en el dolor y malestar de la prueba –en lo agrio que sabe– y nos hemos olvidado de los beneficios que obtenemos de la misma.  Por eso es que nuestra mentalidad es tratar de evitar la lucha, evitar la tentación, evitar el malestar que la lujuria nos trae, y quisiéramos vivir sin ella. Pero, miremos esto más detenidamente.”

Aproveché esta conversación con el amado soldado para invitarle a que re-enfocara la mirada de otra manera en esta situación.  Y hoy, gracias a unos sorbos de café y aquella “presencia” que quiso apabullarnos, también puedo compartir los mismos pensamientos contigo…

Lo que realmente sentí en aquel lugar mientras compartí el café con mi compañero de luchas no era un ataque de la lujuria sexual.  Lo que sentí fue la atracción natural que un hombre puede sentir por una mujer atractiva y cómo esa atracción física se manifiesta en nuestros sentidos, en nuestro cuerpo y en nuestra mente, trayendo una catarata de vivencias pasadas, de experiencias vividas que nos hablan claramente sobre ese magnetismo que nos acerca a otra persona de nuestro gusto.

¿Es esa atracción diabólica, o pecaminosa en su naturaleza?  Eso es imposible, porque esa atracción la creó Dios, la diseñó nuestro Padre antes de que el pecado contaminara el mundo para que pudiéramos sentirnos atraídos al sexo opuesto y pudiéramos unirnos y poblar la tierra. Entonces, si la atracción es creación de Dios, ¿por qué es que ella nos apabulla y nos arrastra a la lujuria sexual? Porque con la llegada del pecado, el diseño original de una sana sexualidad creada por Dios se desvirtuó, se contaminó.

Ahora, en un mundo donde podemos escoger entre vivir sumergidos en el pecado o vivir agarrados de la gracia de Dios, la atracción sexual nos puede llevar a destruir la pureza de nuestros cuerpos y matrimonios y la fidelidad hacia nuestras esposas, hacia nuestros hijos y sobretodo hacia Dios, o nos permitirá desarrollar dominio propio, una férrea convicción por lo puro para mantener nuestro corazón sin mancha.

Entonces, la atracción sexual no es una maldición, no es un ataque despiadado de la lujuria sexual; es más bien, una oportunidad para hacer alianza con la gracia de Dios, una invitación para unir fuerzas con el cielo y mantenernos en pureza.  Mirándolo de esta manera, la lucha siempre estará ahí.  La atracción sexual siempre estará en nuestro corazón mientras él palpite y bombee sangre por nuestras venas, pero el poder de Dios, acrecentará nuestro dominio propio para anhelar y mantener la pureza que Dios nos ha regalado.

Tendré que seguir decidiendo si amo más a la pureza de Dios, o a la lujuria y los apetitos descontrolados que desean reinar desde el trono de mi carne.  Pero si permito que el Espíritu Santo se entrone en mí, la carne será conquistada.  Ella seguirá molestando, pero sabrá que tiene que someterse ante el Señorío de Dios.

Así, seguiré reuniéndome con otros soldados valientes para compartir unos sorbos de café. Sin lugar a dudas, estaremos expuestos a los vaivenes seductores de una carne que se sentirá atraída por cuerpos e imágenes que no nos pertenecen, que no fueron creados para nosotros.  Y vez tras vez, decidiremos si amamos más a Dios o al impulso sexual torcido por el pecado.

Y mientras luchamos, pensemos en la recompensa eterna, esa que nos aguarda después de la “segunda nube” camino a nuestro encuentro con Cristo.  Porque Él nos aguarda con su regalo de eternidad, pero también espera de nosotros un regalo: En medio de unas manos aguerridas y curtidas por la lucha, podremos llegar ante Su presencia con una pureza ganada a precio de sangre y protegida batalla tras batalla, con cada fibra de nuestra vida. ¿Podrás hacerle este regalo a Quien te regaló Su herencia de eternidad en el solitario madero?  ¡¡¡Mi oración es que sí!!!

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!

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