Pureza Sexual … EN LO MÁS ALTO DEL TEMPLO, ¿TE EMBRIAGARÁ LA LUJURIA?

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Entonces el diablo le llevó a la ciudad santa, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, lánzate abajo, pues escrito está: “A sus ángeles te encomendará”, y: “En las manos te llevarán, no sea que tu pie tropiece en piedra.” Jesús le dijo: También está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios.” Mateo 4:5-7

Como hombres que luchamos contra las cadenas de la lujuria sexual, sabemos que el enemigo se valdrá de todo para hacernos caer en su esclavitud.  Y cuando nos referimos a todo, es todo.

Por eso es que la segunda tentación que el enemigo planificó para Cristo suena tan familiar a nuestro oído.  Porque, primero, el enemigo intentó la soledad del desierto, unida al cansancio y al hambre, para proponer que piedras se convirtieran en panes.   Pero ante su fracaso, el enemigo buscaría otras estrategias más radicales.

Y si la soledad del desierto no le funcionó, tal vez el bullicio de una ciudad podría ser un mejor escenario para la tentación.  Pero como puedes observar, el enemigo no escogió cualquier ciudad.  El escogió la “ciudad santa”.

Y entre todos los lugares posibles, el engañador escogió el lugar más santo de la ciudad santa: el templo de Jerusalén.  ¿Qué nos dice esto a nosotros, los hombres que luchamos por mantenernos puros ante los embates de la lujuria sexual?  Lo que nos dice esta segunda tentación es tremendamente sorprendente y real.

Para tentarnos y hacernos caer en el pecado, el enemigo también utilizará los lugares, personas y actividades relacionados a nuestra fe y vida cristiana.  No pienses que el enemigo solo te tentará con lo abiertamente pecaminoso, con lo que es obviamente prohibido y apartado de la voluntad de Dios.  Esos son trucos fáciles para descifrar y huir de ellos.

El enemigo es un experto en sutilezas y buscará cómo tentarte en lugares y junto a personas donde te sientas cómodo y confiado, donde te sientas que puedes “bajar la guardia.”  Así, hemos visto en innumerables ocasiones cómo el templo se convierte en un campo de batalla; cuando la tentación nos sorprende con aquellas hermanas que tienen un pobre juicio a la hora de vestirse para el culto.

También, hemos visto a otros hermanos de congregación modelando y proponiéndonos una doble vida, envueltos en conductas sexuales y viviendo una falsa santidad.  Y por todo esto, tuvimos que abrir los ojos a una fuerte realidad: Escapamos del mundo, de la calle “allá afuera,” pensando que en la iglesia estaríamos protegidos e inmunes a la lujuria sexual, y nos hemos dado cuenta que nuestros templos están llenos de seducción, pecado y carnalidad.

¿Nos sorprende? ¿Cómo puede ser de otra manera, cuando la iglesia es un hospital de almas, un reflejo de nuestras enfermedades espirituales en el mundo?  Por eso, el enemigo llevó a Cristo y nos lleva a nosotros a la ciudad santa, y de allí, al templo, situándonos en el pináculo, el lugar más alto y visible de la casa de Dios.

Y en lo más alto del templo, el rey de las tinieblas utilizará hasta la Palabra de Dios para tender su trampa.  Porque el enemigo estudia y aprende de nuestras estrategias pasadas y las armas que utilizamos para defendernos de él.

¿Recuerdas lo que Cristo utilizó para contrarrestar la primera tentación del enemigo?  El Señor citó la Palabra diciendo, “escrito está….”  Entonces, en su insistencia por hacer caer a Cristo, el enemigo mentiroso, pretendió imitar las estrategias del Señor y para sustentar su segunda tentación, citó la Palabra de Dios, comenzando con la misma frase, “escrito está…”

¿Cómo se traduce esto en nuestra lucha?  La respuesta está en la historia de nuestro caminar cristiano.  Luego de vivir un desierto, aislados, hambrientos y cansados, llegamos a la casa de Dios.  Muchos de nosotros comenzamos a servir en la Iglesia, a trabajar en diversos ministerios, a salir del aislamiento, a hablar sobre nuestro camino de pureza y nuestra restauración.

Otros hombres, con un llamado pastoral o ministerial, comenzaron a crecer en la Iglesia y, a pesar de su lucha contra la lujuria sexual, todo comenzó a resplandecer, todo comenzó a progresar y se vieron en el “pináculo del templo”.

Desde allá arriba, en medio de tanta prosperidad y éxito, podemos pensar que estamos exentos de caer, que aún si nos tirásemos al vacío, los ángeles del cielo vendrían en nuestro socorro, porque “nuestra obra” está destinada a continuar.

Porque en lo más alto del templo, nuestras fallas pasadas y limitaciones, se ven pequeñas como hormigas. Porque en lo más alto del templo, tanta exposición y altura puede embriagarnos, nublarnos y hacernos creer que llegamos allí por mérito propio.

¿De qué se trata esta tentación? Pues del orgullo y la sobre confianza.  No, no por llevar muchas millas en la ruta de la pureza somos inmunes a la tentación; no por haber vivido mucho tiempo en santidad estamos exentos de pecar.

El éxito en tu vida cristiana y el haber escalado grandes alturas espirituales no impedirá que caigas aparatosamente del “pináculo del templo” a la tierra, si te olvidas de tu absoluta dependencia de Dios y de que El es quien maneja el automóvil de tu vida.

No caigas en la trampa de creerte tan puro, tan santo, de haber llegado tan alto, como para pensar que no necesitas depender de Dios; sin rendir cuentas; sin confesar a tus hermanos; sin nutrirte de la Palabra; sin orar y sin pedir dirección a Dios.

Porque si permites que los gusanos del orgullo y de la autosuficiencia invadan tu mente, se te puede ocurrir que ya no vives para servirle a Dios, sino que El vive para servirte a ti.

Entonces, tirarse al vacío desde la altura de tu vanagloria no parecerá tan alocado, porque un Dios que vive para servirte, enviará a sus ángeles para sostenerte. Si caes en esa trampa, más que por la altura, tu vanidad te habrá nublado el entendimiento.

No lo permitas; no te tires al vacío. Te lo pide un hombre que así fue engañado por el diablo y que por creerse tan puro e infalible al pecado, cayó desde la altura de su orgullo, luego de muchos años de pureza.

Y después de caer, ese mismo orgullo me mantuvo viviendo una doble vida dentro de la iglesia por años. Hoy, reconozco que sin Dios no puedo dar un paso; que necesito su consejo y aprobación para todo; que la pureza y la santidad son regalos, no licencias para escaparme del cuidado de Dios.

Hoy, no le tendré miedo a las alturas, pero entre más alto esté, más actuaré igual que cuando era niño: más me agarraré de mi Padre. Haz lo mismo. Agárrate y depende de El con mayor fuerza mientras vayas escalando más alturas en la ruta de tu pureza y disfruta del paisaje que Dios te ofrenda; ese Dios fiel que te sostiene, porque te ama.

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!



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