Pureza Sexual … SAL DE LA TUMBA Y RESUCITA A UNA NUEVA PUREZA

Saludos nuevamente a todos ustedes que defienden día a día su pureza sexual

Habiendo dicho esto, Jesús gritó con fuerte voz: “¡Lázaro, ven fuera!”  Y el que había muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo, y dejadlo ir”.  Juan 11:43-44

El hombre esclavizado a la lujuria sexual sabe lo que es vivir en una tumba.  Caminamos por esta vida, pero realmente estamos muertos.  Y es que le vendimos nuestra vida, respiro a respiro, al pecado sexual.  Y con el paso de los meses, los años y las décadas, la mortaja de nuestros pecados fue cubriendo nuestras manos, nuestros pies, nuestro rostro, hasta cubrirnos por completo.

En el proceso de esclavizarnos al pecado sexual, dejamos de ser hombres rebosantes de alegría, de sueños y vida, para convertirnos en hombres diezmados, entristecidos y sin esperanza.  Sin darnos cuenta, nos convertimos en cadáveres caminantes que íbamos de un lado al otro, sin rumbo, sin sueños, ni destino en Dios.

Y aunque la mortaja de nuestra inmoralidad era invisible, ésta nos acompañaba a todos lados, atando nuestra vida, o más bien, nuestro caminar de muerte.  Porque si te pones a pensar bien, una vez nos rendimos a la lujuria sexual, lo que hicimos fue caminar hacia una muerte gradual, lenta, pero segura.

Es por esto, que el extraordinario pasaje de Cristo ante la tumba de su amigo muerto habla tan claramente a nuestro oído.  Porque hoy, tú y yo podemos mirar nuestra vida amortajada por la lujuria sexual y afirmar: “Como Lázaro, soy”…  Porque antes de que las palabras de Cristo retumbaran por los aires, estábamos muertos, sepultados y malolientes.  Todo eso había causado el pecado sexual en nosotros.

Y allí, frente a esa tumba, la enorme piedra sellaba nuestra derrota.  Nunca podríamos salir de esa muerte que nosotros mismos nos provocamos.  Nunca podríamos ver el sol resplandeciente con sus rayos de justicia sobre nuestro rostro.  Nunca más sabríamos lo que es sentir la suave brisa de la mañana acariciando nuestra frente. Sí, esa enorme roca nos condenaba a una oscuridad de muerte, una oscuridad huérfana de la luz de Dios.

Allí, en esa tumba, la necedad de nuestros pecados era resaltada.  Allí, en esa tumba, podríamos preguntarnos: ¿De qué valieron todos aquellos momentos de placer para satisfacer la carne?

Allí, en esa tumba, todo hombre se cuestionaría: ¿Qué carne puede ser satisfecha aquí, cuando la mortaja solo esconde una carne descompuesta e impregnada con el hedor de la muerte?  ¿Es que perdimos una eternidad por aquellos breves episodios de placer, para alimentar una carne que ahora nada puede sentir?

Y allí, frente a esa tumba, veremos las caras llorosas de los seres queridos.  Veremos el llanto de Jesús por el amigo perdido.  De la misma manera, nuestros seres queridos han sabido derramar lágrimas por nuestra muerte, porque ella pudo ser evitada, porque ella fue prematura. Así es la muerte a manos de una lujuria sexual que no perdona; una plaga que te aprisiona y no te suelta hasta sacarte hasta el último aliento de vida.

Y también allí, ante la insensata tumba de nuestra atadura sexual, veremos cómo Jesús también llora.  Porque El se duele ante la tumba que selló en oscuridad nuestra vida llena de excesos y de inmoralidad; porque esta tumba es un monumento a una vida atada a los placeres de esta carne que tanto nos traicionó.  Así, que no dudes si Dios se entristece ante nuestra muerte, a manos de la lujuria sexual.  Porque El no quiere que ninguno de sus hijos se pierda.

Pero, ante nuestra tumba de hoy, todavía tenemos oportunidad de cambiar el curso de nuestra eternidad. Y es que las palabras poderosas de Cristo plantan una bandera de esperanza y de vida en medio del desánimo y la muerte.  Porque aunque la mortaja de la lujuria sexual esté atando tu cuerpo descompuesto, la voz de Cristo es más poderosa que la misma muerte.

Solo necesitas oír la voz del Salvador hablando a tu cuerpo muerto: “Sal de la tumba”.  Porque Dios tiene el poder para levantarte y sacarte de una tumba que no te pertenece. Y entonces, cuando el sol vuelva a resplandecer en tu rostro y la brisa de la mañana vuelva a acariciar tu frente, escucha las otras palabras de Jesús: “Desátenlo y déjenlo ir”.  Porque aquí está la verdadera clave de este pasaje: No fuiste creado para la muerte.  La mortaja no podrá aprisionarte.  La piedra no podrá detenerte dentro de la tumba.  Porque Cristo te dio vida y la lujuria sexual no puede quitártela.

Por eso es que, como Lázaro, escucha las palabras de Jesús y resucita a la nueva vida que El te promete.  Sal de la tumba del pecado sexual y camina hacia una vida pura y libre de ataduras.  Y recuerda, Cristo lo hizo por Lázaro en el sepulcro de Betania.  También lo puede hacer por ti hoy, donde quiera que se encuentre la tumba que aprisione tu cuerpo amortajado por el pecado.

Su Palabra de resurrección te alcanzará a cualquier distancia, traspasará cualquier piedra, rasgará toda mortaja, te rescatará de la muerte y dará vida para siempre.  Escucha Sus Palabras y vivirás.

Un abrazo,

Edwin Bello

Fundador

Pureza Sexual…  ¡Riega  la  Voz!



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