• Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos). – Efesios 2:4-5.
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Dios colocó al primer hombre en un huerto de manjares, pero éste codició el único fruto prohibido, infringiendo así el mandamiento de Dios; entonces fue echado del Edén.
Siglos más tarde la maldad de los hombres era tan grande que Dios tuvo que destruir, mediante el diluvio, una tierra llena de violencia y corrupción (Génesis 6:5, 11). El pueblo hebreo, salvado de Egipto por la maravillosa liberación de Dios, se hizo un becerro de oro y se atrevió a decir: “Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Éxodo 32:8).
Siglo tras siglo la humanidad demostró así su decadencia y su rechazo a obedecer a su Creador. Entonces Dios declaró por medio de un profeta: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo el Señor” (Jeremías 17:9-10). ¿Iba Dios a acabar con esta criatura que ultraja y se opone sin cesar a él? No, su amor sobrepasa nuestro entendimiento; aún le quedaba un recurso: “Enviaré a mi hijo amado; quizá cuando le vean a él, le tendrán respeto” (Lucas 20:13). “Y tomándole, le mataron” (Marcos 12:8).
La gracia de nuestro Dios Salvador brilló con todo su resplandor en el momento mismo en que la humanidad se unió para crucificar a su Hijo. Dios “cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). El perdón y la vida eterna se ofrecen a todos los que se arrepienten y van a él con su miseria.
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