¡Qué Triste!

No soy perfecto. No porque otras personas no puedan serlo sino porque yo no lo soy. Y esto lo digo porque diariamente lucho con cosas de mi carácter que no me gustaría que estuviesen ahí, pero están. Quisiera imaginarme que Dios me dice como a Pablo: «Bástate mi gracia porque mi poder se perfecciona en las debilidades…«, pero no es así en todos los casos.

Digo esto porque, a pesar de que tengo cosas que trabajar en mi carácter como todo el mundo, me entristece profundamente ver en medio del liderazgo cristiano, gente que trabajan mucho su homiléctica (como van a hablar), se mantienen al día con todo lo que hay sobre liderazgo, algunos oran mucho y hasta leen la Biblia, estudian la Palabra de Dios profundamente (aunque no se para qué), son impecables en cómo administran las cosas de Dios, pero su orgullo es tan profundo, su falta de amor es tan evidente, no hablan con pastores u otros líderes que tienen posiciones diferentes a ellos, y eso que… predican del amor de Dios.

Ayer me entristecí tanto con par de cosas que vi esta semana con ciertos pastores amigos (varias experiencias, no una), que me preguntaba, al ver que el asunto era tan general, si todo este circo que se hace y que se le pone por nombre iglesia vale la pena, ¿es eso la iglesia de Cristo? ¿está Cristo en medio de nuestras contiendas, peleas, discusiones (que llamamos «debates»)? ¿como (¡por Dios!) leemos y estudiamos profundamente la Biblia y no nos damos cuenta de que el amor debe ser sacrificial y extendido aún a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen, por quienes debemos orar y hasta darle comida y agua? ¿vale la pena la inversión en personas, recursos materiales y económicos para que la cosa sea así?

Me entristecí tanto que me hice todas esas preguntas… y muy en serio.
Obvio que la iglesia vale la pena.
Obvio que eso no puede ser la iglesia de Cristo.
Obvio que necesitamos cada vez más a Dios.
Pero me pregunto: ¿dónde está esa iglesia que vale la pena? ¿dónde está esa gente que «considera a los demás como superiores a sí mismo«?
Y la veo, pero no en lo que parece ser gente exitosa ni ministerios extravagantes (aunque me encantaría decir lo contrario) sino en los lugares más inesperados.
Dios me ha consolado, pero cada vez que pienso en esto digo «¡Qué triste!»
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Fausto Liriano • www.veldugo01.com
Bajo Licencia Creative Commons

Foto Cortesía de Thomas Hawk

Usado Con Permiso Bajo Licencia Creative Commons


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