1 Corintios 2:6 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Al llegar a esta sección, recuérdese la distinción entre las dos clases de sabiduría que el apóstol mencionó en 1Co 1:21. Al llegar al versículo 1Co 2:6 de este capítulo 1Co 2:1-16, vuelve a mencionarlas, para que no se piense que la locura de la Cruz carece de sabiduría.

1. Esta sabiduría (v. 1Co 2:6), la de Dios (v. 1Co 2:7), es la que, dice Pablo, «hablamos entre los perfectos (lit.); sabiduría, por cierto, no de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que se van desgastando, etc.». Analicemos conjuntamente los versículos 1Co 2:6-9:

(A) Pablo dice que habla (el plural está para incluir a todos los demás predicadores fieles del Evangelio) sabiduría de Dios entre los perfectos. ¿Quiénes son estos «perfectos»? Por contraste con el versículo 1Co 2:14, sostiene Hodge, con gran aparato de argumentos, que se trata de todos los sinceros creyentes, pues entre los cristianos no hay «grados» como entre los gnósticos. Pero no cabe duda de que está completamente equivocado. Es cierto que no hay «categorías» en la iglesia, pero la triste realidad es que muchos hermanos no pasan de «bebés en Cristo», sin llegar a la madurez. Basta con leer 1Co 3:1-3, para darse cuenta de que Pablo tiene en mente a los «maduros espiritualmente», en contraste con estos bebés carnales. El vocablo griego téleios NUNCA se aplica a estos bebés; siempre indica madurez en las diez veces que este vocablo se aplica a personas en el Nuevo Testamento (sólo en una, Efe 4:13, indica la perfección total, escatológica. V. también el comentario a Flp 3:12).

(B) La sabiduría de este mundo (v. 1Co 2:6), como puede verse por 1Co 1:19., incluye la filosofía, la retórica, la erudición, de griegos y romanos en tiempos del apóstol. Pablo añade «ni de los príncipes de este mundo» (comp. con v. 1Co 2:8, que nos da la clave para entender la expresión del v. 1Co 2:6), para incluir la sabiduría política, etc., de los constituidos en poder y autoridad. Pablo describe a estos príncipes como perdiendo su fuerza (gr. katargouménon), lo cual puede entenderse de dos modos, conforme a los dos sentidos principales del verbo griego: (a) Van desapareciendo (quedan abolidos). Tanto los sistemas filosóficos como los poderes políticos pasan continuamente, para dejar su lugar a otros sistemas, a otros regímenes y, sobre todo, a otros líderes culturales y políticos. Como dice Trenchard: «Frente a la sabiduría divina, Aristóteles no se halla en mejor caso que Julio César». (b) Carecen de fuerza, de mordiente (quedan reducidos a la impotencia). La sabiduría de Dios contiene el plan salvador de Dios para todos los hombres (vv. 1Co 2:7, 1Co 2:9, comp. con Rom 16:25), mientras que ninguna filosofía humana, así como ningún sistema político, pueden ofrecer al hombre verdadera salvación; ni siquiera consiguen nivelar los «bolsillos»; mucho menos, regenerar los corazones, pues aquello es una consecuencia de esto (v. Hch 4:32).

(C) De esta sabiduría divina dice Pablo (v. 1Co 2:8) que «si los príncipes (comp. con Hch 3:17, que trae el mismo vocablo e ilumina lo que Pablo dice aquí) de este mundo la hubieran conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria (comp. con Jua 17:5), al que comparte la gloria (el honor y el poder) de Jehová, frente a la inutilidad de los dioses falsos de la gentilidad. Esto significa claramente que las autoridades religiosas y políticas de Israel crucificaron a Cristo por ignorar el plan salvífico de Dios (para unos, escándalo; para otros, locura; 1Co 1:23).

(D) Finalmente, de esta sabiduría de Dios dice Pablo que es en misterio (no es que la hable en misterio), es decir, misteriosa, la sabiduría oculta, pero conocida y preparada por Dios desde la eternidad («antes de los siglos», v. 1Co 2:7) para nuestra gloria; no para nuestra jactancia, sino para que pudiésemos disfrutar de los gloriosos beneficios que la salvación comporta. No es misteriosa en sentido gnóstico, como si sólo algunos «iniciados» pudiesen captarla, sino en el sentido de «mantenida oculta» en el seno de Dios, hasta su reciente revelación para «todos», no sólo para algunos.

2. Para recalcar este sentido de «misterio» de la sabiduría divina, el apóstol echa mano de una cita de Isaías (Isa 64:4), pero tomada muy libremente, quizás a través de una tradición rabínica, y en un sentido muy distinto del que ofrece todo el contexto de Isa 64:1-12. Lo único que, de tal cita, le interesa a Pablo es lo inaudito, lo inesperado, de las obras de Dios, pues son cosas (v. 1Co 2:9) no vistas ni oídas antes, ni se le han podido ocurrir a nadie (éste es el sentido de «subir al corazón de alguien»). De estas cosas, anteriormente ocultas, dice Pablo:

(A) Que Dios las reveló (retiró el velo que las cubría) a nosotros, esto es, a todos los creyentes, no sólo a los apóstoles, por medio del Espíritu, es decir, del Espíritu Santo. Dichas cosas estaban ocultas en el seno de Dios, en las profundidades de Dios (v. 1Co 2:10. Comp. con «las profundidades de Satanás», Apo 2:24), de modo que nadie podía conocerlas, excepto el Espíritu mismo de Dios. Al decir que «todo lo escudriña», no quiere decir que tenga necesidad de hacer una búsqueda o exploración en lo íntimo del ser de Dios, sino que todo lo penetra y conoce perfectamente (comp. con Sal 139:1, Sal 139:3).

(B) Usa una comparación (v. 1Co 2:11) que ilustra este perfecto conocimiento que el Espíritu de Dios posee de las intimidades de Dios: Así como nadie conoce las profundidades de una persona, excepto la persona misma, así tampoco nadie puede conocer las profundidades de Dios, excepto Dios mismo. Una persona sólo puede conjeturar lo que otra persona piensa; sólo la persona misma sabe lo que piensa. El caso de Dios es mucho más difícil de sondear, y eso por dos razones: (a) Un hombre puede conjeturar lo que otro hombre piensa, pero nadie puede conjeturar lo que Dios piensa; (b) el Espíritu de Dios, que personifica su poder activo, eficaz, penetrante, llega a profundizar en el abismo infinito e inefable de Dios, mientras que el propio espíritu del hombre se percata únicamente de lo que aparece en la pantalla, como en la superficie, de la conciencia psicológica; por eso, es tan engañoso el corazón humano (Jer 17:9), pues engaña a su propio dueño, el cual no se percata de los ocultos móviles que guían su conducta.

(C) Al tener el Espíritu de Dios, los creyentes conocen los secretos de Dios, su plan de salvación de la humanidad, lo que Dios nos ha otorgado gratuitamente (v. 1Co 2:12), lo cual no puede declarárnoslo el «espíritu del mundo» (gr. to pneuma tou kósmou). Al usar kósmos en lugar de aión, Pablo da a entender «todo principio natural de conocimiento» (J. Leal), más bien que «el espíritu del siglo» en sentido peyorativo. En otras palabras, la razón humana, propia o ajena, no puede comunicarnos el conocimiento adecuado de las cosas de Dios. En cambio, el Espíritu de Dios, al sondear las profundidades de Dios y revelarnos los secretos de Dios en cuanto a nosotros mismos, ¡nos revela también nuestras propias profundidades! ¡Sólo a la luz de lo que Dios nos revela, podemos conocernos realmente a nosotros mismos! En este contexto hay que colocar lo que Pablo dice en el versículo 1Co 2:9. Hay predicadores que interpretan dicho versículo como si se refiriese a lo que Dios nos tiene reservado en el cielo. Esto es una grave equivocación, y nada tiene que ver con lo que el mismo Pablo dice de sí en 2Co 12:4. El plan de Dios para nuestra salvación lo sabemos ya, porque nos ha sido revelado por medio del Espíritu (v. 1Co 2:10).

(D) Así como las cosas de Dios no se conocen por medio del espíritu del mundo (v. 1Co 2:12), tampoco se expresan (v. 1Co 2:13) con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu. La última parte de este versículo 1Co 2:13 es sumamente difícil de traducir, no sólo por las diferentes versiones que admite el verbo sunkríno, sino por lo conciso del dativo griego pneumatikoís, ya que es difícil decidir si es instrumental (de cosa) o complemento indirecto (de persona). Lo primero guarda mejor el paralelismo con la primera parte del versículo, y habría de leerse asi: «declarando con palabras espirituales (inspiradas por el Espíritu) las realidades espirituales» (reveladas por el Espíritu). Lo segundo contrasta mejor con lo que viene después (v. 1Co 2:14), y conforme a eso habría de traducirse así: «Declarando cosas espirituales a personas espirituales» (comp. con el v. 1Co 2:6 y con 1Co 3:1-3). Bullinger realiza un análisis minucioso del texto y se pronuncia a favor de la segunda versión, pero autores tan serios y competentes como el Dr. Ryrie añaden un «quizá» antes de leer: «Interpretando verdades espirituales a mentes espirituales». No es fácil dogmatizar a favor de una versión determinada.

3. Cómo se recibe esta sabiduría divina (vv. 1Co 2:14-16). Vemos aquí que:

(A) «El hombre animal (lit.) no capta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura» (v. 1Co 2:14, comp. con 1Co 1:21, 1Co 1:23). Con el calificativo de «animal» (gr. psukhikós, el mismo vocablo de 1Co 15:44) se refiere Pablo a una persona no regenerada por el Espíritu, inconversa. Nuestras versiones suelen traducir «natural», en lugar de «animal», para no dar la impresión de que el apóstol se refiere a personas bestiales, entregadas a los vicios, especialmente a la sensualidad, pero, por otra parte, el vocablo «natural» tiene el grave inconveniente de que suele interpretarse como lo contrario de «fingido, artificial, insincero», por lo que un lector corriente podría errar el sentido. «Natural» se opone aquí a «sobrenatural» y designa a todo el que no ha recibido la revelación divina ni ha sido cambiado por la acción de la gracia de Dios en el poder regenerador del Espíritu Santo. Por eso, «no puede entender (lit. conocer) las cosas del Espíritu, porque se han de discernir espiritualmente» (v. 1Co 2:14). Dice J. Leal: «Este hombre, al margen de toda acción sobrenatural divina, ni comprende ni acepta los planes de Dios, la sabiduría y el misterio de la cruz. La razón es porque la entrega al misterio de la cruz es obra del Espíritu, del cual carece».

(B) «En cambio (v. 1Co 2:15), el espiritual discierne todas las cosas (comp. con 1Jn 2:20, 1Jn 2:27, como un eco de Jua 14:26; Jua 16:13), pero él no es enjuiciado por nadie». Dos observaciones son necesarias aquí: (a) «Todas las cosas» no significa las de cualquier materia, sino las que enseña el Espíritu en la Palabra de Dios, y el «discierne» está en presente continuativo, como para dar a entender que no se trata de un conocimiento perfecto ni de un discernimiento absoluto de todas las cosas espirituales, sino más bien de la posesión del Espíritu como principio y guía de tal discernimiento. En la medida en que el creyente se va haciendo maduro, va también perfeccionando esa facultad de discernir (Heb 5:11-14 es el mejor comentario a este versículo). (b) Lo de «él no es enjuiciado por nadie» no quiere decir que esté exento de someterse al juicio y a la disciplina de los líderes de la iglesia. El contexto exige que se entienda con respecto a los que, al tener el Espíritu no pueden ser entendidos ni juzgados por los que no lo tienen. Siguiendo una ilustración empleada por el Crisóstomo, podemos decir que el que tiene buena vista puede ver lo que tiene un ciego y muchas otras cosas que no tiene el ciego; en cambio, el ciego no puede ver lo que tiene el de buena vista, ni siquiera lo que tiene él mismo. La comparación sigue, pues, siendo entre el creyente y el no regenerado por el Espíritu.

(C) Con una cita de Isa 40:13, donde el profeta pondera el poder y la sabiduría de Dios para sacar a los israelitas del cautiverio, el apóstol viene a decir (v. 1Co 2:16) que el juzgar al hombre que tiene el Espíritu de Dios equivale a juzgar a Dios. Dice Hodge: «Estas palabras son una confirmación de lo precedente. Nadie puede juzgar a un hombre espiritual, pues eso sería juzgar al Señor. El Señor había revelado ciertas doctrinas. Los espirituales disciernen aquellas doctrinas como verdaderas. Si un hombre las declara falsas y juzga a los que las defienden, es que pretende ser capaz de enseñar al Señor. Dado que nadie puede hacer esto, nadie puede juzgar a los que tienen la mente de Cristo, es decir, aquellos a quienes Cristo por su Espíritu ha enseñado la verdad». Sin embargo, también aquí es preciso entender bien el contexto, para no extraviarse al pensar cada uno que, como tiene la mente de Cristo, no tiene por qué admitir consejos o enseñanzas de ningún otro hermano. Recordemos la exhortación de Pablo en Rom 12:2, a renovar constantemente nuestra mente. El proceso es arduo y constante, y hace muy bien el Profesor Trenchard al aconsejar un repaso frecuente a los cuatro Evangelios, para preguntarnos: «¿Cómo pensaba Cristo acerca de tal materia? ¿Cómo actuaría Él en mi caso?» «Si lo hiciéramos así, dice Trenchard, hallaríamos muchas sorpresas y llegaríamos a comprender cuán lejos estamos, en la práctica, de manifestar que tenemos la mente (la manera de pensar) de Cristo.» Tener la mente de Cristo es un gran privilegio, pero es también una grave responsabilidad, por cuanto el pecado que todavía reside (aun cuando no reine) en nosotros, se opone a la mentalidad de Cristo, que es la del Espíritu de Dios.

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