1 Juan 1:5 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos, Juan explica que, para disfrutar de una verdadera comunión con Dios, es menester someterse a las normas de santidad que emanan del Dios infinitamente santo. Dicen dichos versículos en la NVI: «Este es el mensaje que a Él le hemos escuchado y que os transmitimos a vosotros: Dios es luz; en Él no hay absolutamente ninguna clase de oscuridad. Si alegamos que tenemos comunión con Él y, con todo, caminamos en la oscuridad, estamos mintiendo y no ponemos en práctica la verdad. Pero si caminamos en la luz, como Él está en la luz, entonces tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado».

1. Consecuente con el verbo principal de la sección anterior (vv. 1Jn 1:1-4) que era «anunciamos» (v. 1Jn 1:3), ahora comienza esta nueva porción insistiendo en el mensaje (lit. noticia; gr. anguelía) que él y los demás apóstoles le habían oído a Él, es decir, a Jesús. El griego dice literalmente: «la noticia que hemos oído de parte de (gr. apó) Él; es decir, como comisionados por Él para difundirla. Comenta Stott: «No es probable que esté citando algún dicho específico de Jesús de que Dios es luz, ya que ningún dicho de tal clase nos ha llegado. Más bien está compendiando la enseñanza del Señor, conforme al énfasis que le da (Juan) en su propio Evangelio».

2. Es notable el cambio de verbo que notamos en este versículo 1Jn 1:5 para expresar la transmisión de esta noticia: no es apanguéllomen (v. 1Jn 1:3), donde el prefijo ap da a entender claramente la procedencia (gr. apó), sino ananguéllomen, donde el prefijo aná comporta el matiz de iteración, con el que la proclamación del mensaje que va a comunicar ahora gana en urgencia y solemnidad.

3. La noticia que, de parte de Jesucristo, transmite aquí Juan es: «Dios es luz y en Él no hay absolutamente ninguna oscuridad» (lit.), es decir, ninguna clase de algo tenebroso. Ésta es la segunda «definición» de Dios que Juan nos ha transmitido (la primera, «Dios es Espíritu», se halla en Jua 4:24). Si todo lo que de Dios sabemos ha de entenderse por analogía, ya que el Ser Divino difiere totalmente de los seres creados, aquí se añade el que el vocablo «luz» ha de tomarse metafóricamente. Ahora bien, esta metáfora hace de dicho término un símbolo de doble sentido:

(A) El primer sentido es claridad. La luz permite ver las cosas como son, en la medida en que dicha luz ilumina todos los lados o facetas de las cosas. En este sentido, Dios es luz que se revela a sí mismo a nosotros; en Cristo nos revela sus más íntimos secretos (v. Jua 15:15); «no hay ninguna tiniebla en Él»; no se esconde en las sombras, a fin de que sólo algunos privilegiados («iniciados») le puedan alcanzar, como pretendían los gnósticos. Él se manifiesta clara, abierta y cordialmente a todos los que, al haber recibido a su Hijo Jesucristo, poseen también al Paráclito, Maestro y Consolador Divino (1Jn 2:20, 1Jn 2:27; 1Jn 4:13).

(B) El segundo sentido del símbolo «luz» es santidad. En este sentido, la definición que Juan nos da de Dios comporta una perfección moral infinita, sin la mínima partícula de tiniebla espiritual. Es de notar que Juan no dice que «en Dios hay luz», sino que «Dios es luz». Esta identidad del sujeto y el predicado, expresada en esa oración sustantiva, nos da a entender que, en Dios no hay nada accesorio, sino que todas sus perfecciones están sustantivamente identificadas con su propia esencia divina. Así como Dios es la Verdad (luz en el primer sentido), es también la Santidad (luz en el segundo sentido). Por eso, no puede hallarse en Él ninguna clase de tiniebla, pues ello daría al traste con la definición misma de Dios como luz: ya no sería luz, aunque tuviese mucha luz (en todo caso, ya no sería todo Él luz).

4. Partiendo de esta definición de Dios como luz, que Juan nos transmite como noticia de parte del Señor Jesucristo, el autor sagrado va a sacar una consecuencia lógica de la mayor importancia práctica: A fin de tener comunión con el Dios que es luz, es preciso compartir la luz que Dios es en cuanto verdad y en cuanto santidad (vv. 1Jn 1:6, 1Jn 1:7). Tener comunión con la luz y con las tinieblas (v. 2Co 6:14) es un absurdo, tanto en el campo de la lógica como en el de la ética. Decir una cosa (nótese ese triple «Si decimos» vv. 1Jn 1:6, 1Jn 1:8, 1Jn 1:10 ) y hacer otra es una gravísima inconsecuencia. Juan va a mostrar primero (v. 1Jn 1:6) esta inconsecuencia, para exponer luego (v. 1Jn 1:7) la verdadera inconsecuencia, con sus beneficiosos resultados.

(A) «Si dijésemos (gr. ean eípomen, donde el aoristo de subjuntivo da a entender una posibilidad lamentable) que tenemos comunión con Él y caminamos en la oscuridad, mentimos y no estamos practicando la verdad» (v. 1Jn 1:6. Lit.). El autor sagrado emplea delicadamente una proposición condicional irreal, y en sentido de una eventualidad indefinida, para dar a entender que no es eso lo que piensa de sus lectores; pero sí era precisamente eso lo que los gnósticos decían y hacían, puesto que ponían todo el énfasis de la perfección moral en la iluminación interior, sin preocupación alguna por la forma inmoral con que se comportaban al exterior («el cuerpo, la materia, decían, no tienen nada que ver con la moral»). Juan reacciona contra este absurdo y hace ver que el que vive en comunión con el Dios que es luz, no puede caminar, esto es, conducirse habitualmente, en las tinieblas del error y del pecado. Puesto que la luz, en su doble simbolismo, equivale a la verdad (también, en el amplio sentido que le da la Biblia. V. por ej. Jua 3:21; Jua 8:32, Jua 8:44; Jua 17:17), y las tinieblas es lo contrario de la luz, andar en tinieblas y no practicar la verdad, dos hebraísmos, equivalen a lo mismo. Así pues, quienquiera que diga que tiene comunión con Dios, que es luz, y camina en la tiniebla del pecado, está mintiendo (el verbo está en presente).

(B) En cambio, «si caminamos (v. 1Jn 1:7) en la luz, como Él (Dios) está en la luz, entonces tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado» (NVI). Este versículo requiere un análisis más detenido:

(a) Lo primero que notamos en el original del versículo es que el verbo «caminamos» está en presente (de subjuntivo, por obra de la conjunción eán); por tanto, no dice «si caminásemos», sino que espera (y supone) que sus lectores no caminan en las tinieblas, sino en la luz.

(b) Aunque el versículo expresa la antítesis del versículo 1Jn 1:6, no es empero una antítesis repetitiva, sino complementaria. En efecto, algún lector podría esperar que Juan dijese ahora: «En cambio, si caminamos en la luz y decimos que tenemos comunión con Él, no estamos mintiendo, sino que practicamos la verdad». Pero no dice eso, sino: «si caminamos en la luz … tenemos comunión unos con otros, etc.». Como observa Rodríguez-Molero: «Juan no repite ni retrocede; su estilo no es un eterno retorno , sino un progreso helicoidal, en el que siempre nos descubre algo nuevo».

(c) Otro detalle importante, y muy significativo, es que Juan añade acerca de Dios «como Él ESTÁ en la luz». Comoquiera que Dios ES luz, el camino de la luz no es algo exterior a Él; está en la luz, del mismo modo que está en Sí mismo; así une el máximo dinamismo con la máxima firmeza en su conducta santa y verdadera. Comenta Rodríguez-Molero: «Dios está, nosotros caminamos». Y J. Stott nos recuerda que, como dice Pablo en 2Ti 2:13, «Dios no puede negarse a sí mismo».

(d) En lugar de añadir, como ya hemos indicado, «tenemos comunión con Él (Dios)», Juan avanza dialécticamente exponiendo las consecuencias prácticas de «caminar en la luz»: Primera, «entonces tenemos comunión unos con otros», lo cual es una consecuencia lógica de la comunión que tenemos con Dios unos y otros, según lo que el autor sagrado ha declarado en el versículo 1Jn 1:3; en realidad, la comunión eclesial (horizontal) está basada en la conjunta comunión (vertical) con la Deidad. Segunda, «y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado». Para evitar confusiones, es menester explicar que «sangre», aquí, significa «el derramamiento de la sangre de Jesús en sacrificio expiatorio del pecado», pues sólo así es como la sangre expía y purifica. Como hace notar Rodríguez-Molero: «Lo de Su Hijo no es una redundancia. Esta sangre tiene tal virtud redentora porque es la sangre del Hijo de Dios. La muerte de Jesucristo no nos rescataría si Él no fuese el Hijo de Dios». De paso, la mención de la sangre de Jesús da a entender, contra la doctrina de los gnósticos, que el Verbo había asumido un cuerpo verdadero; de lo contrario, no habría podido derramar verdadera sangre.

Varios autores hallan cierta dificultad en explicar cómo es que, si caminamos en la luz, necesitamos que la sangre de Cristo nos limpie (lit. gr. katharízei, en presente continuo; es el mismo verbo de otras treinta veces en que se traduce o debe traducirse por «limpiar») de todo pecado». ¿No es tiniebla el pecado? ¿Cómo, pues, podemos caminar en la luz y, al mismo tiempo, tener pecados que necesitan perdón y limpieza? La solución es sencilla y la ofrece el propio autor sagrado, aunque implícitamente, en el versículo 1Jn 1:9. Es, pues, extraño que autores como Law y el propio Stott no parezcan hallar la correcta solución. Caminar en la luz no significa haber alcanzado la impecabilidad; se trata de una conducta y, por tanto, de una práctica, la cual no es incompatible con las malas inclinaciones que todavía nos quedan de nuestra vieja naturaleza (v. 1Jn 1:8), ni con los actos singulares de pecado, que cometemos a causa de nuestra fragilidad (v. 1Jn 1:10). Lo importante de la afirmación de Juan en este versículo 1Jn 1:7 es que Dios, mediante el sacrificio expiatorio de su Hijo en el Calvario, ha hecho provisión abundante de perdón y limpieza, no sólo para los pecados pasados del creyente, sino también para los de cada día, actualmente y en el porvenir. Tomás de Aquino ofrece una clara ilustración en su famosa Suma de Teología (3a parte, cuestión 49, artículo 1, respondiendo a la 3a objeción): «Cristo, con su pasión, nos libertó de los pecados instituyendo la causa de nuestra liberación, con la que pudiesen ser perdonados cuandoquiera cualesquiera pecados, tanto pasados como presentes y futuros; como si un médico hiciese una medicina con la que pudiesen ser curadas todas las enfermedades, aun en lo futuro».

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