1 Juan 2:1 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Una lectura superficial de los últimos versículos (1Jn 2:8-10) del capítulo anterior podría dejar la impresión pesimista de que cometer pecados es de todo punto inevitable. Es cierto que la fragilidad de nuestra naturaleza humana, incluso después de la conversión al Señor, nos hace tropezar en muchas cosas (Stg 3:2) y aun caer en pecados más o menos deliberados. La propia Palabra de Dios asegura lo mismo, como hemos visto en el comentario a 1:10. Pero, lejos de desalentar a sus lectores, el apóstol Juan les anima, a fin de que, si llegan a cometer algún pecado, recuerden que tenemos un abogado que saldrá en defensa nuestra. Dicen así los versículos 1Jn 2:1, 1Jn 2:2 en la NVI: «Mis queridos hijos (lit. hijitos. Gr. teknía), os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca (gr. hamárte, en aoristo de subjuntivo), tenemos alguien que habla al Padre en defensa nuestra: a Jesucristo, el Justo. Él es el sacrificio de propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los pecados de todo el mundo».

1. El diminutivo del griego téknon (hijo, implicando el matiz de ser engendrado, más bien que el de pertenecer legalmente a la familia; esto último se suele expresar mediante el vocablo huiós) es tekníon, vocablo que procede siempre de la pluma de Juan: una vez, en Jua 13:33, de labios de Jesús, siete veces, de su propia boca, y siempre en esta epístola (1Jn 2:1, 1Jn 2:12, 1Jn 2:28; 1Jn 3:7, 1Jn 3:18; 1Jn 4:4; 1Jn 5:21). Es una indicación de la edad avanzada del autor sagrado, así como del tierno afecto que sentía hacia sus cristianos lectores.

2. Para que no quepa ninguna duda de que Juan aborrece el pecado y tiene por seguro que, a pesar de nuestra innata fragilidad, cada pecado singular es evitable con la gracia de Dios, comienza diciendo: «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis» (lit.). «Estas cosas» son las que ha dicho en 1Jn 1:5-10. «Os escribo» está en presente de indicativo y en primera persona del singular. Ya no va a dirigirse a los lectores en plural. Su estilo resultará así, no sólo más personal, sino también más directo. No quiere pasar por alto la culpabilidad del pecado, como si fuese algo inevitable (Juan no pertenecía a la «sociedad permisiva»), sino que les dice clara, aunque tiernamente, «os escribo para que no pequéis». El verbo, como ya hicimos notar, está en aoristo, lo cual es de una importancia extraordinaria, pues nos ayuda a entender bien lo que parecería una contradicción del propio Juan, cuando dice: «Ninguno que viva en Él (Cristo, implícito desde 1Jn 3:2), continúa pecando» (1Jn 3:6, donde el verbo está en presente, por lo que la NVI ha explicitado la continuidad). Así pues, los aoristos hamártete … hamárte de 1Jn 2:1 indican actos sueltos de pecado, mientras que el presente hamartánei de 1Jn 3:6 da a entender una práctica continua, un estado de pecado, que tiñe de corrupción toda la conducta.

3. En la segunda parte del versículo 1Jn 2:1, el autor sagrado completa su exhortación y pasa del aspecto negativo («para que no pequéis») al positivo: «Pero si alguno peca (o, pecase; también en aoristo de subjuntivo como en la primera parte del versículo), tenemos alguien que habla al Padre en defensa nuestra: a Jesucristo, el Justo» (NVI).

(A) La exhortación de Juan, en la primera parte del versículo 1Jn 2:1, ha sido a no pecar. Sin embargo, de acuerdo con lo que ha dicho en 1Jn 1:7-10, quiere animar a sus lectores para el caso en que alguno haya pecado. Y lo hace trayéndoles a la memoria que tenemos en el cielo un Abogado que habla a nuestro favor en la presencia del Padre. No sólo Juan, sino toda la Escritura (v. por ej., Zac 3:1-5, Apo 12:10), nos dice que el único acusador de los creyentes es Satanás. Su táctica, como dijimos en otra ocasión, consiste en dar confianza al pecador empedernido y desconfianza al creyente piadoso, mientras que Dios amenaza al inconverso y al carnal (Heb 10:31) y alienta al creyente sincero y piadoso (1Jn 3:19-21).

(B) El original dice que «tenemos un Paráclito junto al (gr. pros, la misma preposición de 1Jn 1:2) Padre» (lit.). El epíteto Paráclito (gr. Parákletos) sale cinco veces en todo el Nuevo Testamento y siempre de la pluma de Juan (Jua 14:16, Jua 14:26; Jua 15:26; Jua 16:7; y aquí). Recuérdese que, en su etimología («para» y «kaléo»), significa alguien que es llamado (gr. kletós) a fin de que venga al lado de (gr. para) una persona con el objeto de ayudarle». Esta ayuda puede ser de consuelo, ánimo, enseñanza, protección, etc. Todos esos matices pueden incluirse en los lugares del Evangelio según Juan, pero aquí predomina el matiz de defensa contra el acusador, por lo que las versiones lo traducen por Abogado (comp. con Heb 7:25).

(C) Tenemos así una exhortación perfectamente equilibrada, ya que, al mismo tiempo que recibimos la seria advertencia de no pecar, tambien recibimos el consuelo de no desconfiar. Dice J. Stott: «Es posible ser demasiado indulgente, lo mismo que ser demasiado severo, hacia el pecado. Una lenidad excesiva pondría parecer casi un incentivo al pecado en el cristiano al poner énfasis en la provisión de Dios para el pecador. Por otro lado, una exagerada severidad podría equivaler, ya sea a negar la posibilidad de que un cristiano peque, ya sea a negarle el perdón y la restauración si cae».

(D) El autor sagrado declara explícitamente que, al mencionar el Paráclito, no se refiere aquí al Espíritu Santo, sino a Jesucristo, el Justo. El Espíritu Santo es un abogado en la tierra, junto a nosotros (v. por ej. Jua 14:16; Rom 8:9, Rom 8:11, Rom 8:16, Rom 8:26, Rom 8:27); Jesucristo es un Abogado en el Cielo, junto al Padre. ¡Estamos, pues, bien defendidos! ¿Por qué añade Juan eso de «el Justo»? Es precisamente por ser justo, sin pecado (Heb 7:25, Heb 7:26), por lo que Cristo puede abogar eficazmente a favor de los creyentes que caen en pecado. El adjetivo «justo» se aplica al Padre en 1Jn 1:9, pero aquí el epíteto tiene un alcance mayor, como hace notar Findlay (citado por Stott), al decir: «el caso no es el de un amor que aboga ante la justicia; más bien es lo contrario: ¡La justicia aboga ante el amor para nuestra exoneración!». No se puede expresar más bellamente un hecho que constantemente he puesto de relieve, tanto de palabra como por escrito: Es totalmente falso el concepto que tienen algunos de un Dios huraño y aterrador, a quien un Jesucristo amoroso consigue aplacar. ¡Si precisamente fue el asombroso amor de Dios el que envió al Hijo de Dios al mundo a ofrecerse en sacrificio por nuestros pecados!

4. Y es esto que acabamos de poner de relieve, lo que Juan dice en el v. 1Jn 2:2, que traducimos ahora literalmente del original: «Y Él (esto es, Jesucristo, del v. 1Jn 2:1, al final) es propiciación por (gr. perí, con respecto a) nuestros pecados; mas no sólo por (igualmente, perí) los nuestros, sino también por (de nuevo, perí) los del mundo entero».

(A) Lo primero que notamos aquí es que Juan no dice que Jesucristo sea «propiciatorio» (gr. hilastérion, instrumento de propiciación como en Rom 3:25, aplicado a la sangre de Cristo, y en Heb 9:5, con referencia al kaporeth, o cubierta del Arca de la alianza ). Tampoco dice que sea «propiciador», sino «propiciación» (gr. hilasmós), lo mismo aquí que en 1Jn 4:10. Como si dijera: ¡Él es la propiciación en persona! «Un propiciador, dice Westcott, podría hacer uso de un medio de propiciación que estuviese fuera de Él. Pero Cristo es nuestra propiciación». Y Rodríguez-Molero comenta más largamente: «Al decir que Él es propiciación, ya se indica que Jesucristo es ambas cosas a la vez: propiciador y propiciación, sumo sacerdote y víctima. Lo primero es obvio, pues el oficio de abogado lo incluye. En cambio, lo segundo, que sea propiciación, no es tan obvio; pues muy rara vez un abogado se ofrece a sí mismo en sacrificio como propiciación por su defendido».

(B) ¿Cuál es el concepto bíblico de «propiciación»? Tras un estudio exhaustivo de todos los textos en que el verbo hiláskesthai (once veces) y su compuesto exiláskesthai (ochenta y tres veces) vierten en los LXX el hebreo kipper. L. Morris llega a la conclusión, brevemente resumida por Stott, de que la propiciación comporta la idea de que «el santo antagonismo de Dios hacia el pecado debe ser removido, a fin de que el pecado pueda ser perdonado y el pecador pueda ser restaurado». Así pues, la propiciación es lógicamente anterior a la expiación o limpieza de los pecados (v. 1Jn 1:7) y a la reconciliación (gr. katallagué) de la que trata Pablo en 2Co 5:18, 2Co 5:19 (en ambos versículos, al final). Yo diría que la reconciliación del hombre con Dios es una consecuencia de la reconciliación del amor con la justicia en el seno mismo de Dios, que es, en realidad, lo que la propiciación lleva a cabo. J. Stott da la siguiente definición de «propiciación»: «Es un apaciguamiento de la ira de Dios, llevado a cabo por el amor de Dios mediante el don de Dios. No es el hombre el que toma la iniciativa, ni siquiera Cristo, sino Dios mismo en puro, absoluto e inmerecido amor». Véase también 1Jn 4:10.

(C) Dice Juan que Jesucristo es propiciación por nuestros pecados. ¿A quién se refiere al decir «nuestros»? No cabe duda de que incluye a los destinatarios de la carta. Y, tratándose de un aspecto fundamental de la Obra de la Cruz, ese «nuestros» ha de referirse a todos los que, por fe, tienen comunión con el Padre y con Jesucristo, y unos con otros (1Jn 1:3-7), ya que la razón es la misma para todos los cristianos.

(D) Esto determina decisivamente el sentido universal, por si no estuviese suficientemente claro en sí mismo, de la frase final: «… y no sólo por los nuestros, sino también por el mundo entero» (lit.). Es cierto que, en Heb 2:17, la frase «hacer propiciación (por) los pecados del pueblo» (lit.) podría referirse directamente a la «descendencia de Abraham», según el contexto; pero, además, el autor de Hebreos había sentado ya un principio universal al hablar de la solidaridad del Salvador con todos los hombres (Hch 2:14), aunque es posible que, como en Heb 5:9, tuviese en mente la salvación ya aplicada («… para todos los que le obedecen»). Pero Juan no se refiere aquí a la aplicación de la salvación, sino a la obtención de la redención, dentro de la cual se incluye el aspecto propiciatorio del sacrificio del Calvario, lo mismo que la expiación (incluida en el concepto de propiciación v. Heb 2:17 , donde el verbo hiláskesthai puede traducirse por «expiar», pues lleva complemento directo: «los pecados», a diferencia de 1Jn 2:2), la reconciliación (v. 2Co 5:19) y la redención específicamente tal (v. 2Pe 2:1 «… que los compró»). Estos cuatro aspectos son universales, pues pertenecen a la obtención de la redención, no a su aplicación. Queda, pues, claro que «por el mundo entero» significa «por los pecados de todos los hombres», no «por los pecados de los demás creyentes» ni «por los pecados de los que se han de salvar en todo el mundo». Tenemos aquí la misma universalidad (sin distinción ni excepción) que hemos visto en Jua 1:29; Jua 3:16; Jua 4:42; Jua 12:47; 1Ti 2:4-6; 1Ti 4:10, y veremos en 1Jn 4:14.

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