1 Juan 2:12 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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En estos versículos, Juan hace ver que la comunión con Dios, según debe reflejarse en nuestra conducta, comporta una separación del mal. La sección se divide, según la estructura ternaria que venimos observando en 1 Juan, en dos ternas. En la primera (vv. 1Jn 2:12-14), el autor sagrado alaba y anima a sus lectores porque, a pesar de las enseñanzas de los falsos maestros, no se han dejado engañar, sino que han llegado al verdadero conocimiento de Dios y han vencido al diablo. En la segunda (vv. 1Jn 2:15-17), les exhorta a permanecer separados del mundo y de sus concupiscencias, ya que el mundo es pasajero y enemigo de Dios; por lo que no se puede amar juntamente a Dios y al mundo.

1. Los versículos 1Jn 2:12-14, que componen la primera parte de esta sección, dicen así en la NVI (donde su estructura ternaria aparece subdividida en dos grupos también ternarios):

1Jn 2:12 «Os escribo a vosotros, queridos hijos,

porque vuestros pecados os han sido perdonados en virtud de su nombre.

1Jn 2:13 Os escribo a vosotros, padres,

porque habéis conocido al que es desde el principio.

Os escribo a vosotros, jóvenes,

porque habéis vencido al Maligno.

1Jn 2:14 Os escribo a vosotros, queridos hijos,

porque habéis conocido al Padre.

Os escribo a vosotros, padres,

porque habéis conocido al que es desde el principio.

Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes,

y la palabra de Dios vive en vosotros,

y habéis vencido al Maligno».

(A) Observarán los lectores que, al seguir al texto crítico de las Sociedades Bíblicas Unidas, hemos dividido los versículos 1Jn 2:13 y 1Jn 2:14 de manera diferente de la que aparece en nuestras versiones. Es la única forma de mantener la estructura ternaria en cada uno de los dos grupos.

(B) Aunque la NVI ha optado por traducir las seis veces «escribo», el original dice grápho (escribo, en presente de indicativo) en las tres primeras veces, y égrapsa (escribí, en aoristo, también de indicativo) en las tres últimas. Se han propuesto muchas soluciones para explicar esta aparente anomalía. La solución más probable es la que, después de Ambroggi, sostienen la mayoría de los autores contemporáneos, incluidos Stott, Salguero y Rodríguez-Molero. Dice Ambroggi: «Para evitar la repetición monótona, san Juan en la segunda serie usa el aoristo epistolar como sinónimo del presente usado en la primera serie». Es, por tanto, «un artificio literario debido al gusto semítico por el paralelismo» (Rodríguez-Molero, tomándolo del propio Ambroggi).

(C) En ambos trípticos, Juan se dirige a tres clases de personas: (a) teknía, hijitos (término ya visto en el v. 1Jn 2:1). Lo usa en el versículo 1Jn 2:12, pero lo cambia al comienzo del versículo 1Jn 2:14 por paidía, niñitos (vocablo muy frecuente en los evangelios 46 veces , pero sólo seis veces se halla en las epístolas: 1Co 14:20; Heb 2:13, Heb 2:14; Heb 11:23; aquí y en el v. 1Jn 2:18). Aunque Juan pudo cambiar el vocablo simplemente para no repetirse, a la vista del contexto posterior es probable que eso no sea así, sino que quiere expresar dos ideas complementarias. Dice Stott: «Teknía pone de relieve la comunidad de naturaleza entre el niño y su progenitor …, mientras que paidía se refiere a la minoría de edad del niño, como de alguien que está bajo disciplina». (b) Patéres, padres (varones). Lo usa en el versículo 1Jn 2:13 y, por segunda vez, en el versículo 1Jn 2:14 (según la división que hemos seguido en cuanto a los vv. 1Jn 2:13 y 1Jn 2:14); (c) Neanískoi, muchachos (la mejor traducción sería «mozalbetes», conforme al «mancebos» de la antigua Reina-Valera).

(D) ¿A quiénes representan estas tres clases de personas? La opinión más probable, avalada por las expresiones que Juan usa con respecto a cada una de ellas, es que se trata, no de la edad física, sino de la edad espiritual, a partir de la conversión al Señor. En este caso, los niñitos o hijitos son los recién convertidos; los mozos, los que van avanzando, entre conflictos, hacia la madurez; y los padres, los maduros, los que ya son espiritualmente adultos, veteranos.

(E) Así, ya podremos entender mejor lo que el autor sagrado le dice a cada una de las tres clases aquí representadas:

(a) A los recién convertidos les recuerda: Primero (v. 1Jn 2:12) que sus pecados les han sido perdonados (el verbo está en pretérito perfecto, y da a entender una acción pasada cuyo efecto continúa) a causa de su nombre (lit.), es decir, en virtud de lo que representa la persona y la obra de Jesucristo; segundo (v. 1Jn 2:14), que han conocido (gr. egnókate, en pretérito perfecto) a Dios como a su Padre. Dice Stott: «Estas son las experiencias conscientes más tempranas del recién nacido cristiano. Se alegra del perdón de sus pecados por medio de Cristo, y de su consiguiente comunión con Dios. El Espíritu Santo dentro de él le hace consciente de su filiación y le incita a clamar: ¡Abba, Padre! (Rom 8:15, Rom 8:16; Gál 4:6)».

(b) A los padres, esto es, a los espiritualmente adultos de la comunidad eclesial, les dice Juan (v. 1Jn 2:13) que han conocido (también en pretérito perfecto) al que es desde el principio. Lo repite en la misma forma en el versículo 1Jn 2:14; la única diferencia está en el verbo égrapsa (escribí), en lugar del grápho (escribo) que ha usado en el versículo 1Jn 2:13. Con esa frase quiere dar a entender que el conocimiento que tienen de Dios ha ido madurando al paso de los años. Contra la opinión de Rodríguez-Molero, que ve en la frase, no al Padre, sino a Jesucristo (por analogía con 1Jn 1:1), es mucho más probable que se refiera aquí a Dios el Padre, «al Dios inmutable, eterno, que no cambia, como cambian los hombres, con el paso de los años, sino que es el mismo eternamente» (Stott).

(c) A los adolescentes, que caminan hacia la madurez comprometidos en la lucha que la vida cristiana comporta. A éstos les dice: Primero (v. 1Jn 2:13), que han vencido al Maligno, es decir (con la mayor probabilidad), al diablo; la frase se repite al final del versículo 1Jn 2:14, con lo que Juan da a entender que el conflicto de los creyentes con el diablo ha terminado en victoria. Esa victoria está asegurada, como lo indica el pretérito perfecto (habéis vencido; gr. nenikékate, donde Stott ve cierta asonancia con neanískoi, muchachos o jóvenes); segundo (v. 1Jn 2:14), que son fuertes (comp. con Flp 4:13) «y, añade Juan, la palabra de Dios permanece en vosotros». Son fuertes, porque el Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo (1Jn 3:8, comp. con Gén 3:15; Heb 2:14) y continúan siendo fuertes porque la palabra de Dios está en el corazón de cada uno de ellos vivificándoles como principio de santidad y como fuerza moral, con la que pueden limpiar de manchas el camino de la vida (Sal 119:9). Dice Rodríguez-Molero: «En este sentido, la palabra de Dios es gracia (cf. Jua 5:38; Jua 6:63; Jua 8:31; Jua 15:3; Jua 17:14)». También se ve dicho sentido en Jua 17:17. Así se explica que sea con esta fuerza celestial, no con la suya propia, como han vencido al diablo (comp. también con 1Jn 4:4; 1Jn 5:4, 1Jn 5:5).

2. De ahí pasa Juan (vv. 1Jn 2:15-17) a exhortar a sus lectores a que permanezcan separados del mundo y de todo lo que el mundo ofrece, ya que el amor de Dios y el amor del mundo son incompatibles. Dicen así dichos versículos en la NVI: «No améis al mundo ni lo que pertenece al mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo los malos deseos del hombre pecador, la codicia de los ojos y la ostentación de su opulencia no procede del Padre, sino del mundo. El mundo y las codicias del mundo pasan; pero el que hace la voluntad de Dios, vive (lit. permanece) para siempre».

(A) Después de la distribución en clases que hemos advertido en los versículos 1Jn 2:12-14, el autor sagrado se dirige ahora a todos los creyentes por igual. De las 185 veces en que el vocablo griego kósmos (mundo) aparece en el Nuevo Testamento, 105 son de la pluma de Juan: 78, en el cuarto evangelio; 23, en la epístola que comentamos; una vez, en 2 Juan; y tres veces en Apocalipsis. Sobre los diferentes sentidos de dicho vocablo, puede verse el comentario al primer capítulo del Evangelio según Juan. Aquí, mundo ha de tomarse obviamente en el sentido de «sistema mundano de criterios y actitudes que se oponen, bajo el dominio de Satanás, a todo lo que Dios y, por tanto, Jesucristo enseñan y preceptúan».

(B) Al ser tal el antagonismo del «mundo» (tomado en dicho sentido) contra Dios y contra el cristianismo, se explica la insistencia de Juan en que no amemos al mundo, en lo que se incluye, no sólo negar nuestro afecto a lo mundano, sino la separación de todo lo que el mundo ofrece y puede ofrecer: lo que pertenece al mundo (v. 1Jn 2:15. Lit. lo [que hay] en el mundo). El mundo, como sistema diabólico, opuesto a Dios, sólo ofrece cosas que son pecado o incitan al pecado; por tanto, cosas que son contra la voluntad de Dios (comp. con v. 1Jn 2:17).

(C) Así se explica que el amor de Dios no pueda coexistir con el amor al mundo en el corazón de una persona (v. 1Jn 2:15): «Si alguien (gr. eán tis; es una generalización indeterminada. La conjunción eán expresa un matiz de irrealidad, como si dijese: ¿Será posible que se dé ese lamentable caso?) ama al mundo, se apega a lo mundano, se enfrasca en las cosas del mundo, se atiene a los criterios del mundo, el amor del Padre no está en él», esto es, resulta evidente que tal sujeto no ama de veras a Dios (v. Mat 6:24; Luc 16:13; Stg 4:4).

(D) En el versículo 1Jn 2:16, el autor sagrado procede a detallar las tres clases de incentivos que el mundo, como sistema malvado, ofrece a nuestro corazón engañoso y perverso. Es cierto que la principal fuente de maldad se halla en nuestra concupiscencia interior (v. Stg 1:13-15), pero el mundo exterior le presta a esa concupiscencia interior atracción y pábulo abundante. Stott hace notar que, «en el espacio de tres versos, Juan menciona el mundo, la carne y el diablo (vv. 1Jn 2:14-16)», es decir, los tres enemigos del alma, como se les suele llamar. Aunque es probable que Juan no intentase tomar de Gén 3:6 ni de Mat 4:3-10 (Luc 4:3-12 es un paralelo de Mt.) esta ternaria división de las concupiscencias, la similitud, en los tres casos, salta a la vista:

(a) Tenemos primero «la concupiscencia (gr. epithumía, el mismo vocablo de Stg 1:14, Stg 1:15, entre otros lugares) de la carne» (lit.), es decir, «los malos deseos del hombre pecador» (NVI) o, mejor (a mi juicio, ya que se trata de lo que hay en el mundo), todo lo que el mundo puede ofrecer con respecto al sexo, a la buena mesa y a toda clase de comodidades.

(b) Viene después «la concupiscencia de los ojos» (lit.). Con esta expresión, el autor sagrado no quiere dar a entender (a mi juicio) nada que tenga que ver con la carne, sino más bien el afán de poseer más y más bienes terrenos, especialmente dinero, ya que el dinero abre todas las puertas: las del vicio, lo mismo que las del honor, la fama, el poder y la posición social. Ver 1Ti 6:9, 1Ti 6:10.

(c) En tercer lugar está «la ostentación de su opulencia» (NVI). El gr. dice: he alazoneía tou biou. Alazón es un término griego que designa al fanfarrón jactancioso, al pedante ostentoso. Por tanto, alazoneía significa «ostentación vanidosa». El vocablo «bíos», que con tanta frecuencia entra como componente de diversos vocablos castellanos y de otros idiomas, significa el aspecto exterior de la vida; aquí, como en 1Jn 3:17, «los medios de vida» o «bienes de fortuna». Por tanto, esta «ostentación vanidosa de los bienes de fortuna» marca el punto más alto de la autosuficiencia orgullosa, por la que el hombre mundano trata de exaltarse a sí mismo y de rebajar a los demás, provocando el asombro y la envidia. ¡Ojalá dicha ostentación estuviese limitada al círculo de los mundanos, sin entrar jamás en los creyentes ni en las congregaciones como tales!

(E) Todas estas cosas, dice Juan, no provienen del Padre, sino del mundo (v. 1Jn 2:16). No quiere decir el autor sagrado que estas cosas, las cosas que hay en el mundo, no hayan sido creadas por Dios (¡iría a favor de los gnósticos, quienes sostenían que lo material había sido creado por un principio malo o por un demiurgo!), sino que todo lo que tiene que ver con esas tres pecaminosas concupiscencias no se inspira en el espíritu, en los criterios de valor de Dios, sino en el espíritu del diablo (comp. con Mat 16:23). Por tanto, es indigno de un cristiano amar esas cosas, pues ello indicaría que se guía por los criterios del mundo y, en último término, del Maligno, el enemigo número uno de Dios.

(F) Hay otro motivo, y muy fuerte por cierto, para no amar las cosas que el mundo ofrece (v. 1Jn 2:17): «El mundo y las codicias del mundo pasan (gr. paráguetai, el mismo vocablo del v. 1Jn 2:8; comp. con 1Co 7:31); pero el que hace la voluntad de Dios vive (lit. permanece) para siempre» (NVI). Las cosas que el mundo ofrece son fugaces, efímeras, como las tinieblas en que van envueltas; pero el que está en la luz, porque camina con Dios que es, vive para siempre con el Dios eterno. Comenta J. Stott: «Jesús había dicho que Quienquiera que haga la voluntad de Dios era Su hermano, hermana y madre (Mar 3:35). Juan saca la lógica conclusión de que quienes así están relacionados con Cristo, permanecen como Él permanece (cf. Jua 8:35; Jua 12:34)».

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