1 Juan 2:3 Explicación | Estudio | Comentario Bíblico de Matthew Henry

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De las condiciones para disfrutar de la comunión con Dios y unos con otros, pasa ahora Juan a tratar de la conducta que ha de seguirse dentro de dicha comunión, y la primera norma que apunta es la imitación del propio Señor Jesucristo, ya que esta imitación marca el talante mismo de dicha conducta. Establece primero la necesidad de esta imitación (vv. 1Jn 2:3-6). Apela después al mandamiento que constituye la «supernota» del cristianismo (vv. 1Jn 2:7, 1Jn 2:8, comp. con Jua 13:34, Jua 13:35). Finalmente (vv. 1Jn 2:9-11), considera el mandamiento del amor fraterno en la perspectiva de la luz y las tinieblas que ya consideró en 1Jn 1:5-7.

1. La comunión con Dios y con los hermanos ha de manifestarse en la conducta diaria. La prueba práctica de esta conducta consiste en la observancia de lo que Cristo preceptuó, pues de esta manera se va por el camino de Cristo, que es el camino que lleva al Padre (comp. con Jua 14:6; Col 2:6, Col 2:7). Todo esto es lo que nos declara Juan en los vv. 1Jn 2:3-6, que dicen así en la NVI: «Podemos estar seguros de que le conocemos (a Jesucristo, el antecedente personal más próximo vv. 1Jn 2:1, 1Jn 2:2 ), si obedecemos sus mandamientos. El que dice: Le conozco , pero no hace lo que Él manda, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero si alguien obedece su palabra, el amor de Dios ha alcanzado verdaderamente su perfección en él. Así es como sabemos que estamos en Él. Todo el que se precia de vivir en Él, debe caminar como Jesús lo hizo». (Lo de «Jesús» no está en el original, pero la NVI lo ha intercalado, a fin de dar más claridad al sentido del texto.)

(A) Lo mismo que en 1Jn 1:5, hay al principio del versículo 1Jn 2:3, en el original, un kai (y) que carece de verdadera conexión con lo que antecede, por lo que la NVI ha optado, con buen tino y acierto, por omitirlo. Es curiosa la repetición del verbo «conocer» (lit. Gr. guinóskein), primero en presente; después, en pretérito perfecto, dentro de la primera frase, que dice textualmente: «Y en esto estamos conociendo que le hemos conocido …». Como observa Stott, dicho verbo ocurre 25 veces en esta epístola, mientras que el verbo eidénai (saber) ocurre 15 veces. Así pues, aunque el presente guinóskomen de este versículo 1Jn 2:3 puede ser tenido por sinónimo de oídamen (de ahí que la mayoría de las versiones lo traducen por «sabemos», en vez de «conocemos», ya que se trata de una función mental, más bien que experimental), la diferencia entre dichos verbos está en que, como observa Stott, «oídamen, el perfecto del verbo eidénai, significa conocer como se conoce un hecho , no mediante percepción, sino como algo que es evidente por sí mismo». En cambio, el segundo verbo, en pretérito perfecto (egnókamen) no significa un conocer meramente intelectual, sino el conocer práctico, experimental, íntimo, que equivale al amar (v. por ej., 1Co 8:3). El pretérito perfecto indica, pues, que ha pasado suficiente tiempo para que ese conocimiento de Cristo (y de Dios V. Jua 17:3 ) echase raíces.

(B) ¿Y cuál es la verdadera prueba de un amor sincero? Complacer al amado; especialmente, cuando se trata de agradar a Dios, a quien sólo agrada lo bueno, lo recto, lo santo. Así que la prueba del conocimiento íntimo (del amor) de Cristo está en la observancia de sus mandamientos: «Y en esto estamos conociendo que le hemos conocido, si estamos guardando sus mandamientos» (lit.). No hay otra forma de «conocerle» y, por tanto, de tener comunión con Él (comp. con Jua 14:15; Jua 15:10; 1Jn 3:22-24; 1Jn 5:2, 1Jn 5:3). De ahí que «El que dice: Le conozco , pero no hace lo que Él manda, es un mentiroso y la verdad no está en él» (v. 1Jn 2:4. NVI). El parecido de los versículos 1Jn 2:3-5 con 1Jn 1:5-7 es impresionante en cuanto a la estructura lógica y gramatical de la porción; es cierto que las expresiones varían, pero los conceptos son similares, como es también similar el ataque implícito a los gnósticos. Dice Salguero: «El que pretenda conocer a Dios sin observar sus mandamientos es un mentiroso. Es de la misma calaña que aquel que camina en las tinieblas y, sin embargo, se cree en comunión con Dios. El apóstol seguramente se refiere a los falsos doctores, que se gloriaban de su ciencia, pero descuidaban los deberes más sagrados de la vida cristiana. Con la disculpa de la libertad alcanzada por la iluminación de la gnosis, daban rienda suelta a sus pasiones más bajas».

(C) Al pasar al lado positivo de la prueba (como había hecho en 1Jn 1:7), Juan añade (v. 1Jn 2:5): «Pero si alguien obedece su palabra (no sólo sus mandamientos), el amor de Dios ha alcanzado verdaderamente su perfección en él …» (NVI). Siguiendo la misma dialéctica de 1Jn 1:7, Juan no se repite, sino que avanza un paso más al añadir que, quien muestra con pruebas (obedeciendo) el conocimiento que tiene del Señor, manifiesta que «verdaderamente (nótese el énfasis de colocación) en éste el amor de Dios ha sido perfeccionado» (lit.). Que «el amor de Dios» significa «el amor a Dios», no «el que Dios nos tiene», puede verse al compararlo con 1Jn 5:3. Lo de ha sido perfeccionado (comp. con 1Jn 4:12, 1Jn 4:17, 1Jn 4:18) no significa que nuestro amor a Dios haya alcanzado así su máxima perfección, ya que esto sólo será posible en el cielo, sino que ha llegado a mostrarse sincero, auténtico, verdadero, digno de su nombre. Y como el verdadero amor establece la mutua inmanencia del amante y el amado (v. Jua 14:23; 1Jn 4:16), si obedecemos, sabemos que amamos; y, si amamos, «sabemos (gr. guinóskomen v. el comentario al v. 3 ; en presente continuo, como criterio seguro y estable) que estamos en Él» (v. 1Jn 2:5). «Estar en» expresa «unión» (comp. con Rom 8:1). De todo genuino creyente se dice que «está en Cristo». En cambio, permanecer (gr. ménein) expresa algo más íntimo: comunión. El primer verbo pertenece a la justificación; el segundo, a la santificación. No son, pues, sinónimos, aunque a veces vayan de la mano, como aquí (v. el versículo siguiente).

(D) Por eso, porque va a referirse ahora (v. 1Jn 2:6) a la conducta (¡a la santificación!), Juan cambia de verbo y dice: «El que dice permanecer en Él, debe también andar así como Él anduvo» (lit.). Aquí es donde Juan usa el verbo ménein, verbo de comunión más que de unión. Este verbo sale unas 118 veces en todo el Nuevo Testamento, pero, en el sentido que aquí tiene, es un verbo favorito de Juan, quien lo emplea 41 veces en el Evangelio; 22 veces, en esta epístola; tres veces, en la 3 Juan. En total, 66 veces, frente a 52 en el resto de todo el Nuevo Testamento. Nótese que Juan no dice: «El que permanece en Él …» (sería una tautología), sino: «El que dice …» (comp. con Stg 2:14). Se ve, pues, que Juan tiene siempre en mente a los gnósticos, quienes también empleaban la fórmula «permanecer en Dios», pero desdeñaban la obligación moral de vivir una vida santa, como es deber de quien se precia de tener comunión con el Dios santo (v. 1Jn 1:5, 1Jn 1:6). El verbo que traducimos por «debe» es opheílei. De él dice Rodríguez-Molero: «Indica una obligación íntima y personal, libremente aceptada. No usa deí, que implica una necesidad exterior, que podría constreñir». «Andar», metáfora que expresa la conducta, se repite en este versículo 1Jn 2:6 para describir el ajuste que ha de observar nuestra conducta con la del Señor Jesucristo. Este ajuste se pone de relieve con el uso de la conjunción comparativa kathós, así como; la cual es más fuerte que la simple os, como. En esa segunda frase del versículo 1Jn 2:6, el autor sagrado viene a decir, lisa y llanamente, que la santificación consiste en la imitación de Cristo, quien pasó haciendo el bien (Hch 10:38) y no hizo pecado (v. 1Pe 2:21, 1Pe 2:22). Es cierto que no podemos llegar a su nivel, pero eso mismo debe espolearnos a seguirle con el mayor ahínco.

2. La obligación de observar una conducta santa, regida por el amor, recibe de parte del autor sagrado un matiz de intensidad y urgencia, y apela (vv. 1Jn 2:7, 1Jn 2:8) al mandamiento clave del propio Señor Jesucristo. Dicen así dichos versículos en la NVI: «Queridos amigos, no os estoy escribiendo un mandamiento nuevo, sino uno antiguo que habéis tenido desde el principio. Este mandamiento antiguo es el mensaje que habéis escuchado. Con todo, os estoy escribiendo un mandamiento nuevo; su verdad es visible en él y en vosotros, porque la oscuridad está pasando y brilla ya la luz verdadera».

(A) Vemos que Juan usa, al comienzo del versículo 1Jn 2:7, el epíteto agapetoí (amados) y lo repetirá cinco veces más en esta epístola (1Jn 3:2, 1Jn 3:21; 1Jn 4:1, 1Jn 4:7, 1Jn 4:11), y cuatro veces (en singular) en 3 Juan (vv. 3Jn 1:1, 3Jn 1:2, 3Jn 1:5, 3Jn 1:11). Curiosamente, no lo emplea nunca en su Evangelio. En el mismo sentido que Juan, lo usan también Pablo, Santiago y Pedro, como ya vimos. Rodríguez-Molero hace notar «que se hará cada vez más frecuente conforme avance el discurso sobre la caridad».

(B) Dice Juan a sus lectores que no les está escribiendo un mandamiento nuevo, sino antiguo «que teníais, dice (lit.), desde el principio» (v. 1Jn 2:7). Luego (v. 1Jn 2:8) parece contradecirse, o desdecirse, diciendo que es nuevo. ¿A qué mandamiento se refiere y por qué dice que no es nuevo y que es nuevo? Notemos: (a) que, en el original, no dice que este mandamiento sea neán, nuevo en sentido de surgido en tiempo reciente (comp. con Mat 9:17 y paral.; 1Co 5:7; Col 3:10; 1Ti 5:1, entre otros lugares), sino kainén, nuevo en el sentido de renovado, no gastado, mejorado, etc. (como en Jua 13:34; 1Co 11:25; Gál 6:15; Efe 4:24; 2Pe 3:13, entre otros lugares); (b) que este mandamiento lo tenían los lectores de Juan desde el principio, es decir, desde que se convirtieron al Señor. Por eso, para ellos no era nuevo. Además al tener siempre en mente a los gnósticos, tiene empeño en poner de relieve que no lo había inventado él, como es probable que dijesen los gnósticos. (c) Pero «es nuevo, dice Rodríguez-Molero, en el mismo sentido que la doctrina. Su novedad es la de la nueva alianza (Luc 22:20; 1Co 11:25, la de la nueva creación (2Co 5:17)». Y, sobre todo, a mi juicio, porque el Maestro lo había presentado como nuevo (v. el comentario a Jua 13:34-35).

(C) Más aún, el autor sagrado pone de relieve que este mandamiento formaba parte del mensaje apostólico (v. 1Jn 2:7): «El mandamiento, el antiguo, es la palabra (gr. lógos, en sentido de mensaje) que oísteis» (en aoristo ingresivo, como se ve por el imperfecto teníais, de la frase inmediatamente anterior). Tal es la traducción literal del versículo 1Jn 2:7. Comenta Rodríguez-Molero: «Aunque no se dice quién predicó esa palabra que contiene el mandato decisivo, es evidente que fueron los apóstoles. Y tras los apóstoles se remonta en último término a quien tenía derecho para obligar: Jesucristo. Es, pues, una palabra del Señor ».

(D) Es interesante traducir literalmente el versículo 1Jn 2:8: «De nuevo (gr. pálin) os escribo (presente de indicativo: os estoy escribiendo ) un mandato nuevo LO CUAL es verdadero (gr. alethés, es verdad, se verifica, tiene razón de ser. Ver en el comentario a Jua 15:1 la diferencia entre alethés y alethinós) en Él (Cristo) y en vosotros, pues las tinieblas están pasando y la luz, la verdadera (gr. alethinón, la genuina, como en Jua 15:1), ya brilla». Notemos los siguientes detalles:

(a) Las versiones traducen el adverbio iterativo pálin por «con todo» o «sin embargo», porque, como dice Rodríguez-Molero, dicho adverbio «introduce una nueva perspectiva. Aquello que desde un punto de vista era un precepto antiguo, desde otro punto de vista es nuevo. Era antiguo, pero no anticuado; viejo, pero no en desuso (Plummer). Y ha sido renovado en un sentido más pleno; ha sido sancionado recientemente por obra de Jesucristo».

(b) De intento he puesto énfasis en «LO CUAL», pues, en efecto, el pronombre relativo está en género neutro, concertado con el contenido general de la frase anterior, no en femenino (concertado con entolén kainén, mandamiento nuevo). Eso significa que «lo que es verdad» aquí no se refiere al mandamiento, sino a la novedad del mandamiento EN CUANTO QUE ES UNA REALIDAD EN CRISTO Y EN LOS CRISTIANOS: «lo cual es verdad en Él y en vosotros». Comenta Stott: «Su novedad era un hecho cuando Él (Jesucristo) fue el primero que lo llamó un mandamiento nuevo (Jua 13:34) y Él mismo lo ejemplificó (dio el ejemplo), y sigue siendo un hecho para vosotros, a quienes se os manda obedecerlo. La idea del amor en general no era nueva, pero Jesucristo la invistió de un sentido más rico y más profundo».

(c) ¿Qué sentido tiene, y qué conexión guarda con lo anterior (o con lo posterior) la segunda parte del versículo 1Jn 2:8: «Las tinieblas están pasando (en presente de indicativo de la voz media-pasiva, con lo que da a entender que alguien las está haciendo pasar) y la luz, la verdadera, ya brilla» (lit.)?

Primero, el sentido de la frase es el siguiente: Las tinieblas del mundo que no tenía a Cristo (comp. con el v. 1Jn 2:17) van desapareciendo en la medida en que las almas se convierten a Cristo y al Evangelio, pues ésta es la luz verdadera que venía a este mundo (comp. con Jua 1:4, Jua 1:5, Jua 1:9; Jua 3:19-21; Jua 8:12; Jua 9:5; Jua 12:35, Jua 12:36, Jua 12:46). Los judíos, como hemos advertido otras veces, dividían la historia en dos partes: «los primeros tiempos» y «los últimos tiempos» (lit. el cumplimiento o consumación del siglo). La venida del Mesías había de marcar la línea divisoria (v. por ej., Mar 1:15; Gál 4:4). Al repetir, con su artículo respectivo: «la luz, la genuina», Juan da a entender que la luz, la iluminación especial, de la que alardeaban los gnósticos, no era genuina, sino espuria (comp. con 1Jn 1:5, 1Jn 1:6).

Segundo, la conexión natural de la frase es con lo que antecede, como lo da a entender la conjunción explicativa hóti, que encabeza las frases que estamos comentando. Con la venida del Mesías, Jesucristo, la luz verdadera ya brilla, ya alumbra; y esa luz es la que descubre la novedad del mandamiento que se ha hecho una realidad en Cristo y en los que son de Cristo. De esta forma, el mandamiento del amor empalma con la acción de la luz: La luz verdadera, genuina, es «la luz del amor y, por eso, caminar en la luz (9:10; cf. 1Jn 1:6) es caminar en amor», Stott). Por eso, los tres versículos siguientes son la consecuencia lógica del binomio «luz-amor» que Juan acaba de establecer aquí.

3. Así pues, llegamos a la consideración del mandamiento nuevo (en su observancia lo mismo que en su incumplimiento) en la perspectiva de 1Jn 1:5, 1Jn 1:6. Dicen los versículos 1Jn 2:9-11 en la NVI: «Cualquiera que se precia de estar en la luz, pero aborrece a su hermano, está todavía en la oscuridad. Todo el que ama a su hermano, vive en la luz, y no hay en él (o en ello) nada que pueda ocasionarle ningún tropiezo. Pero todo el que odia a su hermano, está en la oscuridad y se revuelve a tientas en la oscuridad, y no sabe adónde se dirige, porque la oscuridad le ha cegado los ojos».

(A) Desde el principio de la epístola, Juan guarda en cada sección una estructura ternaria (en el cap. 1Jn 1:1-10, los vv. 1Jn 1:1-3, 1Jn 1:5-7 y 1Jn 1:8-10; en el cap. 1Jn 2:1-29, los vv. 1Jn 2:1-3, 1Jn 2:4-6 y, ahora, 1Jn 2:9-11). Cada terna es desarrollada de forma dialéctica: tesis, antítesis, síntesis; por eso avanza siempre; no se repite, no retrocede.

(B) La terna actual se parece mucho a la de 1Jn 1:5-7, pero, junto al común denominador («comunión»), implícito en esta sección, tenemos un nuevo binomio: «amor-odio» juntamente con el de «luz-tinieblas» de 1Jn 1:5-7.

(C) Los gnósticos se preciaban de estar en la luz, de poseer una iluminación superior a la de los simples fieles, pero su desdén (en este sentido, ha de entenderse este «odio»; comp. con 1Jn 3:16-18) hacia los hermanos, esto es, hacia otros creyentes, ponía al descubierto la falsía de ellos, del mismo modo que la ponía al descubierto su conducta malvada, tenebrosa, en 1Jn 1:6, y su desobediencia, en 1Jn 2:4.

(D) Entre el amor y el odio, lo mismo que entre la adhesión y el desdén, no hay medio, esto es, no hay alternativa (v. Mat 6:24). Juan pone bien de relieve esta neta oposición entre amor y odio, como lo hizo en 1Jn 1:5-7 al oponer luz y tinieblas; «no hay crepúsculo», dice Stott. Así pues, al ser el antagonismo entre amor y odio el mismo que entre luz y tinieblas respectivamente, el autor sagrado puede asegurar que el que aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas (v. 1Jn 2:9); es falsa su jactancia de estar en la luz; en cambio, el que ama (v. 1Jn 2:10) a su hermano, permanece en la luz como en su morada natural. Ya desde 1Jn 1:3, 1Jn 1:7, Juan trazó un triángulo (yo y con él-Dios), uniendo de forma indisoluble la comunión vertical con Dios y la comunión horizontal con los hermanos, por lo que la equivalencia de 1Jn 1:6 con 1Jn 2:9 resulta clara.

(E) Pero, como ya hemos hecho notar repetidamente, Juan no se contenta con establecer la oposición entre los extremos amor-odio, luz-tinieblas, etc., sino que avanza un paso más y nos enseña una lección estupenda de Psicología Profunda (vv. 1Jn 2:10, 1Jn 2:11): «El que ama, dice, permanece en la luz y en él no hay nada que pueda ocasionarle ningún tropiezo» (NVI). Estas frases parecen un eco de lo que el mismo autor sagrado había consignado, de labios de Jesús, en Jua 8:12; Jua 12:35. El que mora en la luz, no solamente ve bien dónde pone los pies, sino que, rodeado de luz y embebido en ella, tiene serena la cabeza para juzgar rectamente, y caliente el corazón para amar generosamente. Por el contrario (v. 1Jn 2:11), el que odia a su hermano, está en la oscuridad y se revuelve a tientas en la oscuridad, y no sabe adónde se dirige (gr. hupáguei, verbo ya conocido), porque la oscuridad le ha cegado los ojos». Dice Salomón en Pro 4:19: «El camino de los malvados es como densa oscuridad; no saben qué es lo que les hace tropezar» (NVI). Esto significa, ni más ni menos, que el malvado equivoca primero el camino (v. Sal 119:176; Isa 53:6) y queda, después, cegado para no poder percatarse de la equivocación (comp. con Jua 9:39-41). Es cierto que la luz de la verdad penetra directamente al intelecto, pero es el amor quien abre las ventanas a la luz. Si en lugar de amor, el corazón alberga odio, no hay modo de que entre luz al interior. Lo peor del caso es que el «espiritualmente ciego» no se queda inerte en la oscuridad, sino que echa mano de «sus propias luces», las cuales, al ser falsas, corrompidas por el pecado, hacen ver invertidas las imágenes de las cosas y de las personas. Dice Stott: «El odio distorsiona nuestra perspectiva. No comenzamos por juzgar mal al prójimo y le odiamos después como resultado; la forma en que le vemos está ya coloreada malignamente por nuestro odio. Es el amor el que ve derecho, piensa claro y presta el debido equilibrio a nuestra visión, nuestros juicios y nuestra conducta. Cf. Jua 8:12; Jua 11:9, Jua 11:10; Jua 12:35».

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